El presidente de la comunidad de Castilla La Mancha, el socialista José María Barreda, cree que los socialistas no terminan de destacarse del PP en la carrera electoral, a pesar de la pésima oposición que está haciendo la derecha española, por errores como el Estatut de Cataluña y por el "disparate" de De Juan Chaos.
Tiene razón Barreda, que, por cierto, acaba de subirse el sueldo casi un 75 por ciento, pero, lógicamente, se queda corto. Si no tuviera que rendir cuentas a su líder de las palabras que pronuncia, si realmente fuera libre, habría dicho lo que probablemente piensa: "Un verdadero demócrata jamás podría votar a Zapatero".
Hay centenares de razones, todas ellas tipificadas como antidemocráticas en filosofía y derecho político, que impiden a un demócrata apoyar en las urnas al actual presidente del gobierno español. Mencionemos sólo algunas:
Porque miente; porque ha alimentado el enfrentamiento y el odio entre los españoles; porque ha desenterrado los sufrimientos de la guerra civil, removiendo las tragedias y las culpas de un bando y de otro, recuerdos terribles que los españoles habían logrado enterrar con generosidad y en aras de la convivencia, durante la Transición; por haber negociado con ETA en secreto, negándolo, contra la opinión de la mayoría de los españoles y brindando increíbles concesiones a los asesinos, incluso aplicándoles la ley con benevolencia; porque incumple la irrenunciable obligación de todo gobierno democrático de cumplir y hacer cumplir la ley; porque las ansias de poder le han llevado a abandonar la ideología de su partido para pactar con nacionalistas extremos vascos y catalanes que odian a España y que procuran la destrucción del Estado; porque las banderas de España no están donde la ley dice que deben estar; porque permite cobardemente que los que utilizan el español para comunicarse sean perseguidos por sus aliados nacionalistas en Cataluña y otras comunidades; porque reparte de manera desigual e injusta los recursos públicos, dando más a los amigos que a los adversarios; porque permite cobardemente que en los libros de texto catalanes y vascos no figure la palabra "España"; porque, por lo menos, ha permitido que sus colaboradores intenten manipular empresas libres como Endesa y el BBVA; porque prometió que practicaría la austeridad en el poder y ha incrementado en más de un centenar sus colaboradores y asesores en La Moncloa; porque, bajo su mandato y en contra de lo que había prometido, la administración del Estado ha seguido engordando, hasta el extremo de padecer ya una obesidad mórbida muy difícil de curar; porque sus caprichos y veleidades han hecho de España casi un "paria" en política exterior, tras sustituir las alianzas con las grandes democracias occidentales por amistades tan peligrosas como las mantiene con los tiranos de Cuba, Siria, Venezuela, Bolivia, Irán y otros; porque bajo su mandato se ha acelerado el desprestigio de los políticos, de la política y, lo que es más grave, de la misma democracia como sistema; porque su modo de gobernar ha hecho que la gente pierda la confianza en el liderazgo, que es la esencia de la democracia; porque ha marginado y acosado a las víctimas del terrorismo, cuyos sufrimientos las convierten en el referente moral de la nación; porque, bajo su mandato, España se ha hecho más insegura, más desigual y más injusta; porque no ha sentido pudor alguno en arremeter contra el Poder Judicial para controlarlo, demostrando que no cree en la democracia, una de cuyas exigencias más firmes es la independencia de los poderes básicos del Estado...
Hay más razones, al menos medio centenar más en mis apuntes, pero la ración servida es lo bastante convincente, por ahora.
Algunos de los "hooligans" de la izquierda dirán que muchos de los "pecados" contra la democracia que cito también son habituales en la oposición de derecha. Es cierto y tienen razón, pero olvidan un matiz muy importante: que la responsabilidad de la oposición, en democracia, es siempre muy inferior a la del gobierno, porque es el gobierno y no la oposición el que ha recibido el mandato ciudadano para gobernar, el que cobra los impuestos, el que administra el Estado, el que controla las fuerzas de seguridad, el que tiene a su disposición los inmensos recursos del Estado y el que tiene que rendir cuentas cada día, ante la ciudadanía y ante la Historia, aunque en la escuálida democracia española eso nunca se haga.
Y que conste que nosotros no estamos ni en un bando ni en otro porque, como muchos demócratas en España, votamos "en blanco".
Tiene razón Barreda, que, por cierto, acaba de subirse el sueldo casi un 75 por ciento, pero, lógicamente, se queda corto. Si no tuviera que rendir cuentas a su líder de las palabras que pronuncia, si realmente fuera libre, habría dicho lo que probablemente piensa: "Un verdadero demócrata jamás podría votar a Zapatero".
Hay centenares de razones, todas ellas tipificadas como antidemocráticas en filosofía y derecho político, que impiden a un demócrata apoyar en las urnas al actual presidente del gobierno español. Mencionemos sólo algunas:
Porque miente; porque ha alimentado el enfrentamiento y el odio entre los españoles; porque ha desenterrado los sufrimientos de la guerra civil, removiendo las tragedias y las culpas de un bando y de otro, recuerdos terribles que los españoles habían logrado enterrar con generosidad y en aras de la convivencia, durante la Transición; por haber negociado con ETA en secreto, negándolo, contra la opinión de la mayoría de los españoles y brindando increíbles concesiones a los asesinos, incluso aplicándoles la ley con benevolencia; porque incumple la irrenunciable obligación de todo gobierno democrático de cumplir y hacer cumplir la ley; porque las ansias de poder le han llevado a abandonar la ideología de su partido para pactar con nacionalistas extremos vascos y catalanes que odian a España y que procuran la destrucción del Estado; porque las banderas de España no están donde la ley dice que deben estar; porque permite cobardemente que los que utilizan el español para comunicarse sean perseguidos por sus aliados nacionalistas en Cataluña y otras comunidades; porque reparte de manera desigual e injusta los recursos públicos, dando más a los amigos que a los adversarios; porque permite cobardemente que en los libros de texto catalanes y vascos no figure la palabra "España"; porque, por lo menos, ha permitido que sus colaboradores intenten manipular empresas libres como Endesa y el BBVA; porque prometió que practicaría la austeridad en el poder y ha incrementado en más de un centenar sus colaboradores y asesores en La Moncloa; porque, bajo su mandato y en contra de lo que había prometido, la administración del Estado ha seguido engordando, hasta el extremo de padecer ya una obesidad mórbida muy difícil de curar; porque sus caprichos y veleidades han hecho de España casi un "paria" en política exterior, tras sustituir las alianzas con las grandes democracias occidentales por amistades tan peligrosas como las mantiene con los tiranos de Cuba, Siria, Venezuela, Bolivia, Irán y otros; porque bajo su mandato se ha acelerado el desprestigio de los políticos, de la política y, lo que es más grave, de la misma democracia como sistema; porque su modo de gobernar ha hecho que la gente pierda la confianza en el liderazgo, que es la esencia de la democracia; porque ha marginado y acosado a las víctimas del terrorismo, cuyos sufrimientos las convierten en el referente moral de la nación; porque, bajo su mandato, España se ha hecho más insegura, más desigual y más injusta; porque no ha sentido pudor alguno en arremeter contra el Poder Judicial para controlarlo, demostrando que no cree en la democracia, una de cuyas exigencias más firmes es la independencia de los poderes básicos del Estado...
Hay más razones, al menos medio centenar más en mis apuntes, pero la ración servida es lo bastante convincente, por ahora.
Algunos de los "hooligans" de la izquierda dirán que muchos de los "pecados" contra la democracia que cito también son habituales en la oposición de derecha. Es cierto y tienen razón, pero olvidan un matiz muy importante: que la responsabilidad de la oposición, en democracia, es siempre muy inferior a la del gobierno, porque es el gobierno y no la oposición el que ha recibido el mandato ciudadano para gobernar, el que cobra los impuestos, el que administra el Estado, el que controla las fuerzas de seguridad, el que tiene a su disposición los inmensos recursos del Estado y el que tiene que rendir cuentas cada día, ante la ciudadanía y ante la Historia, aunque en la escuálida democracia española eso nunca se haga.
Y que conste que nosotros no estamos ni en un bando ni en otro porque, como muchos demócratas en España, votamos "en blanco".
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