La democracia no se fía del Estado y está diseñada para controlarlo y someterlo, mientras que el socialismo adora al Estado y está ideado para hacerlo cada vez más poderoso y fuerte.
La verdadera democracia es un sistema de ciudadanos libres, dotados de derechos y libertades, mientras que el socialismo es un sistema que somete al ciudadano a la voluntad del Estado, que decide sobre las libertades y derechos.
La democracia es de inspiración liberal y respeta y enaltece las libertades y derechos del individuo, mientras que el socialismo contempla al ciudadano insertado en un colectivo al que llama "ciudadanía" y siente rechazo hacia la individualidad.
La democracia cree en la capacidad del libre mercado, mientras que el socialismo lo odia y solo cree en la planificación y el control estatal.
La democracia defiende la "libertad" como valor supremo y el socialismo hace lo mismo con la "igualdad".
El socialismo te rompe las piernas para después darte unas muletas y convencerte de que gracias al el caminas, mientras la democracia simplemente evita que te rompas las piernas y si tienes la desgracia de rompértelas, te cura con eficacia. El socialismo te hace pobre, te da limosnas y te vende la idea de que vives gracias a su generosa ayuda, mientras que la democracia simplemente te da trabajo para que compres lo que necesites.
La democracia ama la prosperidad y florece cuando los pueblos son ricos y felices, mientras que el socialismo recela de la prosperidad y prefiere a los ciudadanos empobrecidos y dependiendo siempre de las limosnas y concesiones del Estado.
La democracia tiene fe en la libre empresa y en los emprendedores, a los que considera creadores natos de empleo y riqueza, mientras que el socialismo recela de ellos y no admite otra empresa que la de capital estatal ni otro empresario que el que ejerce en representación del Estado.
El fracaso del "socialismo real" con el derribo del Muro de Berlín y el desmantelamiento de los regímenes políticos de los países del Este de Europa fue interpretado por algunos pensadores, entre ellos Francia Fukuyama, como la victoria definitiva del liberalismo político y económico. Pero aquella tesis fue un espejismo erróneo. El autoritarismo y el poder absoluto del Estado socialista fascinó a los grandes poderes mundiales, sobre todo a los que se mueven en las sombras, y cautivó a muchos partidos y políticos ávidos de poder, hasta el punto de que ese socialismo aparentemente desacreditado por la derrota ha ido conquistando corazones y voluntades hasta convertirse hoy en la gran tentación y en el faro que ilumina el horizonte de la agenda 2030 y del llamado Nuevo Orden Mundial (NOM), que no es otra cosa que la instauración en todo el mundo de un gobierno socialista con todos los poderes, prácticamente invencible frente una voluntad popular que estaría plenamente sometida al poder político.
Aunque el socialismo, en su práctica histórica, no ha sabido compatibilizar planificación económica con gobierno democrático y su gestión siempre ha fracasado, su concepto del poder ha triunfado y hoy es la fuerza dominante en el mundo. Sus seguidores de han dedicado con bastante éxito a desmantelar y pervertir las democracias para que el pueblo deje de amar ese sistema. Hoy, aunque la democracia sigue siendo admirada por las clases más libres, pensantes, formadas y cultas, muchos ciudadanos, acosados por la pobreza, el desempleo y la indignación que produce la corrupción y el abuso de poder, añoran un Estado fuerte que lo solucione todo, olvidando que ese Estado solo sabe afrontar los problemas esclavizando al ser humano.
En esta tesitura se encuentra el mundo y, de una manera especial, España, donde la ofensiva socialista es intensa y está avanzando a la sombra de algunos factores siniestros, entre ellos que la izquierda española, incluyendo al PSOE, ya no cree en la democracia, y que la corrupción, el abuso de poder y la acción malintencionada y fracasada de los viejos partidos políticos ha destrozado la ilusión, la esperanza y la cohesión de la nación española, que ahora se debate, dentro de un empate macabro, entre libertad y esclavitud, o lo que es lo mismo, entre democracia y socialismo.
Francisco Rubiales
La verdadera democracia es un sistema de ciudadanos libres, dotados de derechos y libertades, mientras que el socialismo es un sistema que somete al ciudadano a la voluntad del Estado, que decide sobre las libertades y derechos.
La democracia es de inspiración liberal y respeta y enaltece las libertades y derechos del individuo, mientras que el socialismo contempla al ciudadano insertado en un colectivo al que llama "ciudadanía" y siente rechazo hacia la individualidad.
La democracia cree en la capacidad del libre mercado, mientras que el socialismo lo odia y solo cree en la planificación y el control estatal.
La democracia defiende la "libertad" como valor supremo y el socialismo hace lo mismo con la "igualdad".
El socialismo te rompe las piernas para después darte unas muletas y convencerte de que gracias al el caminas, mientras la democracia simplemente evita que te rompas las piernas y si tienes la desgracia de rompértelas, te cura con eficacia. El socialismo te hace pobre, te da limosnas y te vende la idea de que vives gracias a su generosa ayuda, mientras que la democracia simplemente te da trabajo para que compres lo que necesites.
La democracia ama la prosperidad y florece cuando los pueblos son ricos y felices, mientras que el socialismo recela de la prosperidad y prefiere a los ciudadanos empobrecidos y dependiendo siempre de las limosnas y concesiones del Estado.
La democracia tiene fe en la libre empresa y en los emprendedores, a los que considera creadores natos de empleo y riqueza, mientras que el socialismo recela de ellos y no admite otra empresa que la de capital estatal ni otro empresario que el que ejerce en representación del Estado.
El fracaso del "socialismo real" con el derribo del Muro de Berlín y el desmantelamiento de los regímenes políticos de los países del Este de Europa fue interpretado por algunos pensadores, entre ellos Francia Fukuyama, como la victoria definitiva del liberalismo político y económico. Pero aquella tesis fue un espejismo erróneo. El autoritarismo y el poder absoluto del Estado socialista fascinó a los grandes poderes mundiales, sobre todo a los que se mueven en las sombras, y cautivó a muchos partidos y políticos ávidos de poder, hasta el punto de que ese socialismo aparentemente desacreditado por la derrota ha ido conquistando corazones y voluntades hasta convertirse hoy en la gran tentación y en el faro que ilumina el horizonte de la agenda 2030 y del llamado Nuevo Orden Mundial (NOM), que no es otra cosa que la instauración en todo el mundo de un gobierno socialista con todos los poderes, prácticamente invencible frente una voluntad popular que estaría plenamente sometida al poder político.
Aunque el socialismo, en su práctica histórica, no ha sabido compatibilizar planificación económica con gobierno democrático y su gestión siempre ha fracasado, su concepto del poder ha triunfado y hoy es la fuerza dominante en el mundo. Sus seguidores de han dedicado con bastante éxito a desmantelar y pervertir las democracias para que el pueblo deje de amar ese sistema. Hoy, aunque la democracia sigue siendo admirada por las clases más libres, pensantes, formadas y cultas, muchos ciudadanos, acosados por la pobreza, el desempleo y la indignación que produce la corrupción y el abuso de poder, añoran un Estado fuerte que lo solucione todo, olvidando que ese Estado solo sabe afrontar los problemas esclavizando al ser humano.
En esta tesitura se encuentra el mundo y, de una manera especial, España, donde la ofensiva socialista es intensa y está avanzando a la sombra de algunos factores siniestros, entre ellos que la izquierda española, incluyendo al PSOE, ya no cree en la democracia, y que la corrupción, el abuso de poder y la acción malintencionada y fracasada de los viejos partidos políticos ha destrozado la ilusión, la esperanza y la cohesión de la nación española, que ahora se debate, dentro de un empate macabro, entre libertad y esclavitud, o lo que es lo mismo, entre democracia y socialismo.
Francisco Rubiales
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