Democracia derrotada
Sin un horizonte que congregue a sus ciudadanos, con su economía iniciando el declive y con su futuro enturbiado por la incompetencia de sus políticos, España se enfrenta en las próximas elecciones generales de marzo de 2008 al terrible dilema de tener que elegir entre dos partidos políticos desprestigiados en los que sólo los fanáticos que militan ven la capacidad para gobernar con criterio el país.
Los independientes, los que no militan y conservan la horadez y la capacidad de análisis no aprecian en los actuales partidos polítiicos españoles la solvencia suficiente para gobernar con acierto, lo que les obliga a acudir a las urnas con un profundo desencanto.
Tener que votar a un PSOE desideologizado y disgregador, en manos de un iluminado, que ha sustituido las ideas nobles de la vieja izquierda por una beatería progre cargada de talante y de buenismo vacío, que pone en peligro la unidad de España, que aprueba estatutos con los votos de la "inmensa minoría" y que ni siquiera es capaz de vomitar al poner su sello de izquierdas sobre una España cada día menos demócrata, dominada por elites de políticos atiborrados de privilegios y de poder, que se comportan como nuevos ricos y en la que el foso que separa a ricos y pobres crece cada día, constituye un verdadero drama para cualquier ciudadano sensible y honrado.
Pero no es menos dramático tener que votar a un Partido Popular que cada día se parece más al ejército de Pancho Villa, cuyo funcionamiento interno refleja un autoritarismo trasnochado, plagado de niñatos que pelean por un puesto en las listas, sin ni siquiera tener conciencia de que pilotan sin rumbo un partido acomplejado frente a la izquierda, incapaz de tomar la iniciativa y de ilusionar a su electorado con las propuestas que los ciudadanos esperan, que son la eficiencia, la regeneración ética y la democracia auténtica.
¿Para qué hablar de las otras opciones? O son tan minoritarias que, por desgracia, no cuentan, o se trata de nacionalistas o comunistas, dos dramas todavía mayores que el del binomio PSOE - PP.
De los nacionalistas poco hay que decir porque ya han demostrado hasta la saciedad su deseo de dinamitar el país. Su credo nacionalista es incompatible con la democracia, ya que se basa en la diferencias, la reivindicación y el privilegio, mientras que la democracia es una cultura para la igualdad, la convivencia y la paz.
De los comunistas, líderes y pastores de Izquierda Unida, basta decir que en cada autonomía defienden una doctrina diferente, la necesaria para cambiar las ideas por las nóminas. En el País Vasco y en Cataluña son independentistas y amigos de la insurgencia, pero en Andalucía son sumisos traficantes de poder, mientras que en otros lugares son tan osados que hasta juegan al centralismo y a la defensa de la unidad nacional.
Los españoles independientes, lúcidos y honrados, conscientes ya de que el mayor obstáculo para la regeneración de la democracia son, precisamente, los partidos políticos, no podrán apoyar a esos partidos en las urnas. Quizás por vez primera desde la muerte del dictador, la gente independiente que vota con criterio tendrá que optar por una de las dos únicas opciones dignas que les quedan: acudir a las urnas para votar en blanco, con la nariz tapada y el alma triste, o quedarse en sus casas para recibir la cuotidiana dosis de narcótico que ofrece la "tele".
Las próximas elecciones españolas, si el panorama no cambia de manera drástica, algo que parece improbable, no serán una cita para demócratas sino para fanáticos, para esos "hooligans" de la política que, de manera insensata, han creado los partidos políticos, cuya fidelidad es a prueba de delitos y crímenes, capaces de apoyar a los suyos "hasta la muerte" y de odiar al adversario "hasta la demencia".
Las cifras de votos en blanco y de abstenciones deslumbrará a la sociedad el terrible día después, cuando el recuento demuestre que seremos gobernados por lo malo o por lo peor.
Los independientes, los que no militan y conservan la horadez y la capacidad de análisis no aprecian en los actuales partidos polítiicos españoles la solvencia suficiente para gobernar con acierto, lo que les obliga a acudir a las urnas con un profundo desencanto.
Tener que votar a un PSOE desideologizado y disgregador, en manos de un iluminado, que ha sustituido las ideas nobles de la vieja izquierda por una beatería progre cargada de talante y de buenismo vacío, que pone en peligro la unidad de España, que aprueba estatutos con los votos de la "inmensa minoría" y que ni siquiera es capaz de vomitar al poner su sello de izquierdas sobre una España cada día menos demócrata, dominada por elites de políticos atiborrados de privilegios y de poder, que se comportan como nuevos ricos y en la que el foso que separa a ricos y pobres crece cada día, constituye un verdadero drama para cualquier ciudadano sensible y honrado.
Pero no es menos dramático tener que votar a un Partido Popular que cada día se parece más al ejército de Pancho Villa, cuyo funcionamiento interno refleja un autoritarismo trasnochado, plagado de niñatos que pelean por un puesto en las listas, sin ni siquiera tener conciencia de que pilotan sin rumbo un partido acomplejado frente a la izquierda, incapaz de tomar la iniciativa y de ilusionar a su electorado con las propuestas que los ciudadanos esperan, que son la eficiencia, la regeneración ética y la democracia auténtica.
¿Para qué hablar de las otras opciones? O son tan minoritarias que, por desgracia, no cuentan, o se trata de nacionalistas o comunistas, dos dramas todavía mayores que el del binomio PSOE - PP.
De los nacionalistas poco hay que decir porque ya han demostrado hasta la saciedad su deseo de dinamitar el país. Su credo nacionalista es incompatible con la democracia, ya que se basa en la diferencias, la reivindicación y el privilegio, mientras que la democracia es una cultura para la igualdad, la convivencia y la paz.
De los comunistas, líderes y pastores de Izquierda Unida, basta decir que en cada autonomía defienden una doctrina diferente, la necesaria para cambiar las ideas por las nóminas. En el País Vasco y en Cataluña son independentistas y amigos de la insurgencia, pero en Andalucía son sumisos traficantes de poder, mientras que en otros lugares son tan osados que hasta juegan al centralismo y a la defensa de la unidad nacional.
Los españoles independientes, lúcidos y honrados, conscientes ya de que el mayor obstáculo para la regeneración de la democracia son, precisamente, los partidos políticos, no podrán apoyar a esos partidos en las urnas. Quizás por vez primera desde la muerte del dictador, la gente independiente que vota con criterio tendrá que optar por una de las dos únicas opciones dignas que les quedan: acudir a las urnas para votar en blanco, con la nariz tapada y el alma triste, o quedarse en sus casas para recibir la cuotidiana dosis de narcótico que ofrece la "tele".
Las próximas elecciones españolas, si el panorama no cambia de manera drástica, algo que parece improbable, no serán una cita para demócratas sino para fanáticos, para esos "hooligans" de la política que, de manera insensata, han creado los partidos políticos, cuya fidelidad es a prueba de delitos y crímenes, capaces de apoyar a los suyos "hasta la muerte" y de odiar al adversario "hasta la demencia".
Las cifras de votos en blanco y de abstenciones deslumbrará a la sociedad el terrible día después, cuando el recuento demuestre que seremos gobernados por lo malo o por lo peor.
Comentarios: