Los ciudadanos debemos de parecerles unos ilusos a todos estos vivillos. Y, ¡Pardiez! Que lo somos; callamos y aguantamos, aunque rechinemos. No exigimos que suelten, primero, todo lo que mangaron y, después, vayan a la cárcel. ¿De qué nos sirve que se rían y se burlen los Marios Condes en el Parlamento –aquella risa sarcástica la tenemos grabada en el cerebro- y con sus bolsas bien amarradas pasen un poquito en la celda? Los dictadores y dictatorzuelos se autoproclaman salvadores y entran, con su salvación, pobres y salen, si se les logra echar, con la sangre de muchos y los bolsillos repletos de millones. Las cantinelas políticas ya las conocemos. Predican, desde púlpitos y tribunas la democracia y la libertad y, en cuanto llegan se asignan los sueldos, con absoluta unanimidad, se colocan sus aumentos y se olvidan de promesas y de prédicas.
El “pobre” A. Pinochet, hace unos meses, afirmaba a la Justicia que por su «delicada» situación económica, tuvo que vender hasta sus medallas; olvidadizo, no se acordaba de los lingotes de oro resguardados bien lejos. El pobrecito tiene ocultos en un banco de Hong Kong unos 9.000 kilos de oro en lingotes, valorados en unos ciento treinta millones de euros, según la prensa chilena, que cita información de fuentes judiciales, recibida de las autoridades de Hong Kong, por medio del Ministerio de Exteriores; el Canciller Chileno, A. Foxley, confirmó la veracidad de la noticia. El abogado de Pinochet, seguro de la inocencia de su cliente, dijo que renunciaría a defenderlo, si se comprobara que el general tiene depósitos en oro en el extranjero, y que el pobre general el “único oro que posee es el de su anillo matrimonial”. Se le calcula una fortuna de treinta a cien millones de dólares, repartida en diferentes bancos del mundo, más, ahora, estos miles de lingotillos de oro, traspuestos allende los chinos que saben de dictaduras y de plazas represaliadas.
El proceso del general está detenido, a la espera de resolución de un recurso de la defensa, que acusa de parcialidad al juez encargado del caso, y pendiente de un exhorto del magistrado español Garzón. No le faltan cábalas y triquiñuelas para zafarse de las causas emprendidas. Con la excusa de su vejez y con dineros, siempre libertinos y venales, estos tiranos, comandantes o generales, hallan propicios vientos por los que vuelan sus abultadas cargas de rapiñas en haciendas y cortijos, en sabrosos fajos de billetes y en brillantes y exquisitos kilos de oro. Pero, claro está, su caudal sólo consiste en las sortijas maritales y en su recuerdo de la boda y, por supuesto, sin sus medallas.
Camilo Valverde Mudarra
El “pobre” A. Pinochet, hace unos meses, afirmaba a la Justicia que por su «delicada» situación económica, tuvo que vender hasta sus medallas; olvidadizo, no se acordaba de los lingotes de oro resguardados bien lejos. El pobrecito tiene ocultos en un banco de Hong Kong unos 9.000 kilos de oro en lingotes, valorados en unos ciento treinta millones de euros, según la prensa chilena, que cita información de fuentes judiciales, recibida de las autoridades de Hong Kong, por medio del Ministerio de Exteriores; el Canciller Chileno, A. Foxley, confirmó la veracidad de la noticia. El abogado de Pinochet, seguro de la inocencia de su cliente, dijo que renunciaría a defenderlo, si se comprobara que el general tiene depósitos en oro en el extranjero, y que el pobre general el “único oro que posee es el de su anillo matrimonial”. Se le calcula una fortuna de treinta a cien millones de dólares, repartida en diferentes bancos del mundo, más, ahora, estos miles de lingotillos de oro, traspuestos allende los chinos que saben de dictaduras y de plazas represaliadas.
El proceso del general está detenido, a la espera de resolución de un recurso de la defensa, que acusa de parcialidad al juez encargado del caso, y pendiente de un exhorto del magistrado español Garzón. No le faltan cábalas y triquiñuelas para zafarse de las causas emprendidas. Con la excusa de su vejez y con dineros, siempre libertinos y venales, estos tiranos, comandantes o generales, hallan propicios vientos por los que vuelan sus abultadas cargas de rapiñas en haciendas y cortijos, en sabrosos fajos de billetes y en brillantes y exquisitos kilos de oro. Pero, claro está, su caudal sólo consiste en las sortijas maritales y en su recuerdo de la boda y, por supuesto, sin sus medallas.
Camilo Valverde Mudarra
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