Obama y Netanyahu
El grueso de los intelectuales que aconsejan al presidente Obama forman parte del “paternalismo libertario”, una escuela económica, sociológica y política nueva que se sitúa a mitad de camino entre el liberalismo y el socialismo. El nuevo lobby intelectual, integrado por sociólogos, sicólogos y economistas, no cree conveniente dejar que el mercado lo decida y lo regule todo, como predican los ultraliberales, pero tampoco están de acuerdo con imponer desde el poder comportamientos precisos, como piensan los socialistas progresistas. Ellos creen que el mercado y los ciudadanos deben ser siempre libres y que la libertad individual es intocable, pero aconsejan ayudar desde el poder a eliminar distorsiones y a que las decisiones adoptadas sean racionales y lógicas.
La nueva doctrina es conocida como “Economía cognitiva” (behavioral economics) y también como “Paternalismo libertario”, dos términos en apariencia contrapuestos pero que expresan el respeto que profesan tanto a la libertad del mercado como a la capacidad del gobierno para eliminar distorsiones y ayudar a que el comportamiento humano sea más racional.
Según la revista Time, este grupo de expertos, sin hacerse notar demasiado, ha comenzado a influir poderosamente en Obama. Los “behavioralist” fueron decisivos en la campaña electoral y ahora lo están siendo también en el gobierno.
El problema del mercado, según los “behavioralist”, es que los individuos suelen comportarse de forma irracional y ese comportamiento altera el mercado. Por ejemplo, compran coches que no pueden pagar sólo porque lo ha hecho un vecino suyo, se endeudan más allá de la prudencia, consumen alimentos muy peligrosos para la salud o venden sus acciones en la bolsa, aunque pierdan dinero, cuando son víctimas del pánico. Los “paternalistas libertarios” creen que el Estado debe actuar, sin limitar la libertad del ciudadano, para que adopten decisiones que les hagan más ricos, más felices y más saludables.
Se trata de una auténtica “Tercera vía” entre el predominio del Estado sobre la libertad, impuesto por los socialistas progresistas, y la libertad absoluta que predican los liberales. El objetivo es orientar las decisiones y elecciones, pero sin coaccionar las libertades y derechos individuales, que deben ser sagrados en democracia.
En apariencia, los “paternalistas libertarios” están más cerca que los liberales del socialismo progresista, pero no es así. Sus teóricos son furiosamente contrarios al socialismo, al que consideran un peligro y un adversario de la democracia.
Una de las piezas claves de la nueva influencia en la Casa Blanca es Cass Sunstein, profesor de la Universidad de Chicago, amigo de Obama y marido de la consejera de política exterior, Samantha Power, elegido recientemente por Obama para que dirija la Oficina de asuntos informativos y regulación, un espacio tan oscuro como influyente que orienta toda la política del gobierno. La otra pieza Richard Thaler, uno de los padres de la economía cognitiva, autor del libro “Nudge”, de obligada lectura en la galaxia de Obama. Sunstein y Thaler defienden que el gobierno debe ser paternalista y libertario. Los ciudadanos, como decía Milton Friedman, deber conservar intacta su “capacidad de elegir”, pero el aspecto “paternalista” legitima a los gobernantes a actuar como “arquitectos de la elección” ayudando a la gente a que elija con más conocimiento y libertad.
Todo un galimatías típico del universo contradictorio y ambiguo de Obama, que ni es blanco ni negro, que ni es socialista ni liberal, que ni es pacifista ni belicoso, o quizás un arriesgado trabajo de orfebrería política que pretende compaginar dos principios que hasta hoy habían sido incompatibles en democracia: la libertad individual y la ingerencia del Estado.
La nueva doctrina es conocida como “Economía cognitiva” (behavioral economics) y también como “Paternalismo libertario”, dos términos en apariencia contrapuestos pero que expresan el respeto que profesan tanto a la libertad del mercado como a la capacidad del gobierno para eliminar distorsiones y ayudar a que el comportamiento humano sea más racional.
Según la revista Time, este grupo de expertos, sin hacerse notar demasiado, ha comenzado a influir poderosamente en Obama. Los “behavioralist” fueron decisivos en la campaña electoral y ahora lo están siendo también en el gobierno.
El problema del mercado, según los “behavioralist”, es que los individuos suelen comportarse de forma irracional y ese comportamiento altera el mercado. Por ejemplo, compran coches que no pueden pagar sólo porque lo ha hecho un vecino suyo, se endeudan más allá de la prudencia, consumen alimentos muy peligrosos para la salud o venden sus acciones en la bolsa, aunque pierdan dinero, cuando son víctimas del pánico. Los “paternalistas libertarios” creen que el Estado debe actuar, sin limitar la libertad del ciudadano, para que adopten decisiones que les hagan más ricos, más felices y más saludables.
Se trata de una auténtica “Tercera vía” entre el predominio del Estado sobre la libertad, impuesto por los socialistas progresistas, y la libertad absoluta que predican los liberales. El objetivo es orientar las decisiones y elecciones, pero sin coaccionar las libertades y derechos individuales, que deben ser sagrados en democracia.
En apariencia, los “paternalistas libertarios” están más cerca que los liberales del socialismo progresista, pero no es así. Sus teóricos son furiosamente contrarios al socialismo, al que consideran un peligro y un adversario de la democracia.
Una de las piezas claves de la nueva influencia en la Casa Blanca es Cass Sunstein, profesor de la Universidad de Chicago, amigo de Obama y marido de la consejera de política exterior, Samantha Power, elegido recientemente por Obama para que dirija la Oficina de asuntos informativos y regulación, un espacio tan oscuro como influyente que orienta toda la política del gobierno. La otra pieza Richard Thaler, uno de los padres de la economía cognitiva, autor del libro “Nudge”, de obligada lectura en la galaxia de Obama. Sunstein y Thaler defienden que el gobierno debe ser paternalista y libertario. Los ciudadanos, como decía Milton Friedman, deber conservar intacta su “capacidad de elegir”, pero el aspecto “paternalista” legitima a los gobernantes a actuar como “arquitectos de la elección” ayudando a la gente a que elija con más conocimiento y libertad.
Todo un galimatías típico del universo contradictorio y ambiguo de Obama, que ni es blanco ni negro, que ni es socialista ni liberal, que ni es pacifista ni belicoso, o quizás un arriesgado trabajo de orfebrería política que pretende compaginar dos principios que hasta hoy habían sido incompatibles en democracia: la libertad individual y la ingerencia del Estado.
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