A la boca, provisionalmente con cerbatana, proverbialmente enmudecida, certera, de mi amigo del alma, Emilio González, “Metomentodo”, suele acudir excepcionalmente, de Domingo de Pascua a Domingo de Ramos, un venablo verbal, que, una vez disparado, acostumbra a dar de lleno en el blanco o centro de la diana: “La mejor batalla es la que no tiene ni tiempo ni lugar; pero, en el caso o supuesto de acontecer, no es la que no se cuenta, sino la que no se calla”.
De silencios cómplices, cobardes, y de miedos cervales, insuperables, sabe “Metomentodo” un montón, tanto como cuantos periodistas honestos combatieron, un día sí y otro también, contra la moderna hidra teratológica de las siete cabezas, o sea, las deletéreas sierpe y hacha, quiero decir, los símbolos inmarcesibles de (la) ETA.
Investigar sobre la desafiante y desafinadora banda terrorista era como caminar en pleno estío, a una soleadísima hora y descalzo sobre la arena ardiente de una playa del levante español previamente minada: un imposible; pues convenía no dar otro paso, el siguiente, sin estar completamente seguro de que no nos haría saltar por los aires, destrozando nuestros cuerpos.
(La) ETA siempre se me antojó el mito redivivo, renovado, de la hidra de Lerna, a la que diera pasaporte Hércules, mas...
Si hacemos caso a Baltasar Gracián, para quien “la diligencia hace con rapidez lo que la inteligencia ha pensado con calma”, y a Henry David Thoreau, que sotuvo que “quien se empeña en buscar defectos los halla hasta en el Paraíso”, acaso no logremos refutar ni usted, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector, ni yo, “Otramotro”, a Santa Hildegarda de Bingen, para quien “el arte de ser un verdadero ser humano consiste en metamorfosear nuestras heridas en perlas”.
Ángel Sáez García
De silencios cómplices, cobardes, y de miedos cervales, insuperables, sabe “Metomentodo” un montón, tanto como cuantos periodistas honestos combatieron, un día sí y otro también, contra la moderna hidra teratológica de las siete cabezas, o sea, las deletéreas sierpe y hacha, quiero decir, los símbolos inmarcesibles de (la) ETA.
Investigar sobre la desafiante y desafinadora banda terrorista era como caminar en pleno estío, a una soleadísima hora y descalzo sobre la arena ardiente de una playa del levante español previamente minada: un imposible; pues convenía no dar otro paso, el siguiente, sin estar completamente seguro de que no nos haría saltar por los aires, destrozando nuestros cuerpos.
(La) ETA siempre se me antojó el mito redivivo, renovado, de la hidra de Lerna, a la que diera pasaporte Hércules, mas...
Si hacemos caso a Baltasar Gracián, para quien “la diligencia hace con rapidez lo que la inteligencia ha pensado con calma”, y a Henry David Thoreau, que sotuvo que “quien se empeña en buscar defectos los halla hasta en el Paraíso”, acaso no logremos refutar ni usted, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector, ni yo, “Otramotro”, a Santa Hildegarda de Bingen, para quien “el arte de ser un verdadero ser humano consiste en metamorfosear nuestras heridas en perlas”.
Ángel Sáez García