Los últimos enfrentamientos políticos entre la derecha y la izquierda y, concretamente, las acusaciones lanzadas contra el PP por Jesús de Polanco, magnate del imperio mediático de PRISA, están provocando que un quinto gran boicot comience a fraguarse en este país: el de miles de ciudadanos que se dan de baja de Canal Satélite Digital y que dejan de leer, ver o escuchar otros medios de ese grupo o de anunciarse en ellos.
El nuevo boicot, que comienza en estos dias a tomar cuerpo en Internet bajo el lema "Sin PRISA", se añade a los cuatro grandes boicots clásicos que se practican en España desde hace años: contra los productos catalanes, contra los partidos políticos, contra los productos amparados por la SGAE y contra el cine español.
En España, como en otros paises, el boicot es un arma del ciudadano que se utiliza a diario. Todos los boicots españoles son privados y se practicados sin alboroto, salvo el de los productos catalanes, que es el mas notorio y publicitado. Los otros tres, los que se practican contra los partidos políticos, contra el cine español y contra los productos amparados por la SGAE, a pesar de ser los más masivos y eficaces, son casi secretos, sin que apenas se hable de ellos en los medios de comunicación.
El denominador común de los cuatro grandes boicots españoles es su raiz política, lo que refleja que la sociedad española, tal vez porque su incorporación a la democracia es todavía reciente o porque el liderazgo de los políticos no es, precisamente, ejemplar, está demasiado "infectada" de política y demasiado influída por los avatares y luchas de un sistema que otros países avanzados del mundo han aprendido a apartar de sus vidas cotidianas, quizás para mantenerse al margen de su capacidad contaminante y para preservar la valiosa convivencia.
El más conocido y popular boicot es el que cientos de miles de españoles practican contra productos de Cataluña como reacción libre y ciudadana contra los privilegios que los catalanes han impuesto con su Estatuto y también como reacción al nacionalismo extremo y a la falta de tacto de políticos arrogantes como Carod Rovira y otros. Es un boicot eficaz cuyos estragos nunca han sido divulgados, salvo los que afectan al cava, pero su alcance es mayor y perjudica a productos industriales, alimentos, música y hasta a los automóviles fabricados en Cataluña.
Los votantes de la izquierda practican en España un boicot a las ideas y propuestas de la derecha, y viceversa. Las rechazan sin analizarlas siquiera, sólo porque provienen del odiado adversario. Es el principal boicot español, el más secreto y, probablemente, la mayor lacra del país, el que más estragos causa en la moral nacional, por los daños éticos que ocasiona y por sus efectos degradantes en la política y en el sistema democrático. Es un boicot silencioso pero altamente activo que es alimentado por los mismos partidos políticos y que rinde cuantiosos réditos a esos partidos y a los políticos profesionales, que viven cargados de privilegios y ventajas, porque genera fanatismo, apoyos ciegos y lealtades inquebrantables. El problema es que también destroza la convivencia porque es profundamente antidemocrático, ya que la democracia es un pacto entre ciudadanos libres para convivir en libertad y armonía.
El boicot contra el cine español es impresionante y tiene diversos y variados motivos, desde el rechazo político por la militancia ostentosa y parcial que la mayoría de los actores y actrices despliegan, a favor siempre de las tesis de la izquierda, al rechazo ante la lluvia de subvenciones que recibe un cine que, a juzgar por sus resultados, tiene un lamentable déficit de calidad y carece de la capacidad de atraer y entusiasmar a las masas con su temática y sentido artístico. El resultado es salas vacias cuando se proyectan películas españolas, salvo raras excepciones, y una afición desmedida por las películas extranjeras y dobladas, sobre todo por las producidas en Hollywood.
El boicot español a todo lo que huela a Sociedad General de Autores de España (SGAE) es moderno, militante y activo como ningún otro. Se mueve como pez en el agua por internet, sobre todo desde que se aprobó el pago de un impuesto (canon) incorporado al precio de los soportes para grabaciones (discos compactos, dvds, etc.) y tiene mucho de popular y de respuesta ciudadana a la voracidad de esa institución, dedicada a cuidar los derechos de autor. El nuevo canon que la SGAE quiere imponer a los equipos ha incrementado notablemente el boicot en las últimas semanas. Su principal causa podría ser la arrogancia de la SGAE, su "alianza de intereses" con los políticos y con el gobierno, su proteccionismo, sus actuaciones autoritarias en bares y espacios populares donde la gente veia el fútbol, por ejemplo, y, sobre todo, su mala imagen, que la convierte, probablemente en una de las organizaciones más rechazadas por la ciudadanía. Pero sus efectos son mayores e incluyen hasta un nocivo y poco cívico "amor" por la piratería, que España bate records y que muchas veces se hace "para fastidiar" a la SGAE. Sus últimos capítulos son terribles y su apoyo a una nueva ley, todavía más intervencionista y restrictiva, que hasta permite a la SGAE intervenir en Internet, el espacio sagrado de la libertad, amenaza con más daños colaterales para esa odiada por muchos cofradía de actores, actrices y burócratas, percibida por muchos ciudadanos como un ventajista y oportunista lobby de poder.
El nuevo boicot, que comienza en estos dias a tomar cuerpo en Internet bajo el lema "Sin PRISA", se añade a los cuatro grandes boicots clásicos que se practican en España desde hace años: contra los productos catalanes, contra los partidos políticos, contra los productos amparados por la SGAE y contra el cine español.
En España, como en otros paises, el boicot es un arma del ciudadano que se utiliza a diario. Todos los boicots españoles son privados y se practicados sin alboroto, salvo el de los productos catalanes, que es el mas notorio y publicitado. Los otros tres, los que se practican contra los partidos políticos, contra el cine español y contra los productos amparados por la SGAE, a pesar de ser los más masivos y eficaces, son casi secretos, sin que apenas se hable de ellos en los medios de comunicación.
El denominador común de los cuatro grandes boicots españoles es su raiz política, lo que refleja que la sociedad española, tal vez porque su incorporación a la democracia es todavía reciente o porque el liderazgo de los políticos no es, precisamente, ejemplar, está demasiado "infectada" de política y demasiado influída por los avatares y luchas de un sistema que otros países avanzados del mundo han aprendido a apartar de sus vidas cotidianas, quizás para mantenerse al margen de su capacidad contaminante y para preservar la valiosa convivencia.
El más conocido y popular boicot es el que cientos de miles de españoles practican contra productos de Cataluña como reacción libre y ciudadana contra los privilegios que los catalanes han impuesto con su Estatuto y también como reacción al nacionalismo extremo y a la falta de tacto de políticos arrogantes como Carod Rovira y otros. Es un boicot eficaz cuyos estragos nunca han sido divulgados, salvo los que afectan al cava, pero su alcance es mayor y perjudica a productos industriales, alimentos, música y hasta a los automóviles fabricados en Cataluña.
Los votantes de la izquierda practican en España un boicot a las ideas y propuestas de la derecha, y viceversa. Las rechazan sin analizarlas siquiera, sólo porque provienen del odiado adversario. Es el principal boicot español, el más secreto y, probablemente, la mayor lacra del país, el que más estragos causa en la moral nacional, por los daños éticos que ocasiona y por sus efectos degradantes en la política y en el sistema democrático. Es un boicot silencioso pero altamente activo que es alimentado por los mismos partidos políticos y que rinde cuantiosos réditos a esos partidos y a los políticos profesionales, que viven cargados de privilegios y ventajas, porque genera fanatismo, apoyos ciegos y lealtades inquebrantables. El problema es que también destroza la convivencia porque es profundamente antidemocrático, ya que la democracia es un pacto entre ciudadanos libres para convivir en libertad y armonía.
El boicot contra el cine español es impresionante y tiene diversos y variados motivos, desde el rechazo político por la militancia ostentosa y parcial que la mayoría de los actores y actrices despliegan, a favor siempre de las tesis de la izquierda, al rechazo ante la lluvia de subvenciones que recibe un cine que, a juzgar por sus resultados, tiene un lamentable déficit de calidad y carece de la capacidad de atraer y entusiasmar a las masas con su temática y sentido artístico. El resultado es salas vacias cuando se proyectan películas españolas, salvo raras excepciones, y una afición desmedida por las películas extranjeras y dobladas, sobre todo por las producidas en Hollywood.
El boicot español a todo lo que huela a Sociedad General de Autores de España (SGAE) es moderno, militante y activo como ningún otro. Se mueve como pez en el agua por internet, sobre todo desde que se aprobó el pago de un impuesto (canon) incorporado al precio de los soportes para grabaciones (discos compactos, dvds, etc.) y tiene mucho de popular y de respuesta ciudadana a la voracidad de esa institución, dedicada a cuidar los derechos de autor. El nuevo canon que la SGAE quiere imponer a los equipos ha incrementado notablemente el boicot en las últimas semanas. Su principal causa podría ser la arrogancia de la SGAE, su "alianza de intereses" con los políticos y con el gobierno, su proteccionismo, sus actuaciones autoritarias en bares y espacios populares donde la gente veia el fútbol, por ejemplo, y, sobre todo, su mala imagen, que la convierte, probablemente en una de las organizaciones más rechazadas por la ciudadanía. Pero sus efectos son mayores e incluyen hasta un nocivo y poco cívico "amor" por la piratería, que España bate records y que muchas veces se hace "para fastidiar" a la SGAE. Sus últimos capítulos son terribles y su apoyo a una nueva ley, todavía más intervencionista y restrictiva, que hasta permite a la SGAE intervenir en Internet, el espacio sagrado de la libertad, amenaza con más daños colaterales para esa odiada por muchos cofradía de actores, actrices y burócratas, percibida por muchos ciudadanos como un ventajista y oportunista lobby de poder.
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