Andalucía, ni Cataluña ni ninguna región necesitan Estatuto nuevo ni viejo. España no precisa diecisiete Autonomías, diecisiete réplicas de la Administración Estatal, con el consiguiente gasto y carga en sueldos, a veces demasiado abultados, en recursos y personal y la consecuente duplicación y división de poderes y funciones. ¿Qué efectos eficaces y beneficiosos han redundado en la vida real y diaria del ciudadano?
Aquí entre prohibiciones de tabaco, toros, vino, ocupación de pisos o ataques de delincuentes y procesos de paces, a lo que se añade el continuo vaivén de las reformas estatutarias, estamos más que servidos. Son todas ellas y las que dejo, cuestiones de vital importancia, para salvar la Nación y sus “naciones”. Desde que Maragall y su aragonés Rovira entablaran el zarandeo a la catalana, con sus votaciones, recusaciones, y ahora dimisiones, no para de hablarse, ni ganamos para Estatutos. Ya, cargados, viene el dieciocho de febrero a removernos en inquietud, con la votación del andaluz.
Sí, es cierto. Inquietud, porque hay que soltar el diario fluir de nuestras tensiones, para detenerse a decidir, si a esta zarandeada democracia que nos atañe, le conviene este plan de movimientos estatutarios. De que el razonamiento nos lleve a esa conveniencia o no, para la salud e incentivo de nuestra democracia, depende el sentido del voto que expresemos en la urna. Las razones y argumentos que afloran a la reflexión son variados. El Nuevo Estatuto Andaluz, por su forma estilística y su expresión retórica, por su preámbulo y determinados capítulos, me permitiría aceptarlo; pero, no veo ni encuentro su necesidad, se decidió sin nuestro aserto, no surge de las coyunturas perentorias andaluzas ni españolas, sólo procede, como un reflejo, de los inventos virulentos del nacionalismo segregacionista e independentista de los catalanes y, estos, de los vascos. Negando su necesidad, nos oponemos también al estatuto y al referéndum catalanes, que no pudimos votar, rechazamos el sistema bilateral y la federación desigual y desechamos la mancomunidad hispánica y la Nación de naciones, que la furia nacionalista nos impone desde sus posiciones aviesas e inadmisibles. Queremos que la España Secular, renacida a una Auténtica y Viva Democracia, siga siendo, como decíamos el otro día, España. Rehuimos el Estatuto Andaluz que, remedo fácil, vino en apoyo y sostén de la encubierta reforma de la Constitución del 78, empeño calculado de los parlamentarios catalanes con sus adláteres viajeros de Perpiñán. Lo desaprobamos porque la ciudadanía no lo ha pedido, ni aspira a una España coaligada en Taifas, como tampoco requiere el anclaje a perpetuidad del autonómico régimen de Chaves.
No queremos camufladas alteraciones constitucionales, nacionalismos ni federalismos. Deseamos una España firme y próspera, ajena a la vileza y la corrupción, inserta por todos sus poros, en la verdadera democracia. No necesitamos estatutos, buscamos que se trabaje por lo perentorio e importante, el bien común; exigimos la paz y la justicia.
Camilo Valverde Mudarra
Aquí entre prohibiciones de tabaco, toros, vino, ocupación de pisos o ataques de delincuentes y procesos de paces, a lo que se añade el continuo vaivén de las reformas estatutarias, estamos más que servidos. Son todas ellas y las que dejo, cuestiones de vital importancia, para salvar la Nación y sus “naciones”. Desde que Maragall y su aragonés Rovira entablaran el zarandeo a la catalana, con sus votaciones, recusaciones, y ahora dimisiones, no para de hablarse, ni ganamos para Estatutos. Ya, cargados, viene el dieciocho de febrero a removernos en inquietud, con la votación del andaluz.
Sí, es cierto. Inquietud, porque hay que soltar el diario fluir de nuestras tensiones, para detenerse a decidir, si a esta zarandeada democracia que nos atañe, le conviene este plan de movimientos estatutarios. De que el razonamiento nos lleve a esa conveniencia o no, para la salud e incentivo de nuestra democracia, depende el sentido del voto que expresemos en la urna. Las razones y argumentos que afloran a la reflexión son variados. El Nuevo Estatuto Andaluz, por su forma estilística y su expresión retórica, por su preámbulo y determinados capítulos, me permitiría aceptarlo; pero, no veo ni encuentro su necesidad, se decidió sin nuestro aserto, no surge de las coyunturas perentorias andaluzas ni españolas, sólo procede, como un reflejo, de los inventos virulentos del nacionalismo segregacionista e independentista de los catalanes y, estos, de los vascos. Negando su necesidad, nos oponemos también al estatuto y al referéndum catalanes, que no pudimos votar, rechazamos el sistema bilateral y la federación desigual y desechamos la mancomunidad hispánica y la Nación de naciones, que la furia nacionalista nos impone desde sus posiciones aviesas e inadmisibles. Queremos que la España Secular, renacida a una Auténtica y Viva Democracia, siga siendo, como decíamos el otro día, España. Rehuimos el Estatuto Andaluz que, remedo fácil, vino en apoyo y sostén de la encubierta reforma de la Constitución del 78, empeño calculado de los parlamentarios catalanes con sus adláteres viajeros de Perpiñán. Lo desaprobamos porque la ciudadanía no lo ha pedido, ni aspira a una España coaligada en Taifas, como tampoco requiere el anclaje a perpetuidad del autonómico régimen de Chaves.
No queremos camufladas alteraciones constitucionales, nacionalismos ni federalismos. Deseamos una España firme y próspera, ajena a la vileza y la corrupción, inserta por todos sus poros, en la verdadera democracia. No necesitamos estatutos, buscamos que se trabaje por lo perentorio e importante, el bien común; exigimos la paz y la justicia.
Camilo Valverde Mudarra
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