Con el enfrentamiento entre Obama y Hillary, la izquierda de Estados Unidos, y con ella buena parte de los ciudadanos de todo el mundo, estamos viviendo un apasionante duelo entre dos concepciones de la política, la de una guerrillera experta, realista y pragmática y la de un soñador que cree que la política todavía no está perdida del todo y puede seguir transformando el mundo.
The New York Times dice con razón que votar a Obama es como tirar los dados, sin saber si saldrá un nuevo Kennedy o un nuevo Jimmy Carter. Con Hillary no hay duda: saldrá una clintoniana, lo que significa que sabrá realizar el milagro de hacer que la izquierda se parezca a la derecha y que su política pueda ser apoyada hasta por los núcleos más reaccionarios de la conservadora "Right Nation".
New Republic afirma que no existen diferencias sustanciales entre uno y otra y que ambos se parecen tanto como la Coca Cola Light y la Zero. Ninguno de los dos es un revolucionario ni se desvían un ápice de la ortodoxia liberal de su partido. Ambos son, como mucho, reformistas cautos.
Sin embargo, aunque no sean ideológicas, las diferencias entre ellos existen y no se limitan a que uno sea un soñador mesiánico y la otra una pragmática. Son mucho más profundas, quizás decisivas y trascendentales para el futuro del mundo entero.
Obama es un poeta que enamora a las nuevas generaciones, que sueñan con tener su propio Kennedy o su Martín Luther King, pero a Hillary no le interesa la poesía porque cree que siempre se gobierna en prosa. Obama cree que la política dignifica y transforma, pero a Hillary sólo le interesa lo que está “bien hecho”.
Son parecidos, pero también son dos polos opuestos: Obama sabe que la política es sucia, pero cree firmemente en la democracia y piensa que el sistema puede ser dignificado para que vuelva a entusiasmar y a transformar el mundo. Obama no puede soportar un mundo donde los políticos de distinto signo se apuñalen y se lancen a la yugular. No le interesa derrotar al adversario, sino reconstruir América.
Obama es como el español Zapatero, pero en auténtico, sin mentiras, engaños y trampas. Tiene todo lo bueno que ZP ofrecía a los españoles cuando alcanzó el poder, antes de que los ciudadanos descubrieran que mentía, que su sonrisa angelical era falsa y que su “buenismo” era pura estrategia de dominio.
Los clintonianos dicen que Obama es un ingenuo, pero se desconciertan cuando el senador negro dice que su modelo político es Ronald Reagan, el padre de la revolución conservadora que atravesó los USA de costa a costa, congregando a demócratas y repúblicanos en un consenso inolvidable.
La grandeza de Obama emana de que es un visionario de la política, alguien capaz de entusiasmar y de ofrecer esperanza, incluso a gente decepcionada que ya difícilmente se conmueve. Cuando habla de cambio emociona y nadie que lo haya sentido cerca es capaz de imaginar que sea un hipócrita. Con Obama, la política se torna menos sucia y la democracia aparece como una auténtica ONG, generosa y transformadora.
Su diferencia principal con los clintonianos es que Obama recluta gente para el cambio, mientras que Hillary solo les pide el voto para gobernar bien.
Yo prefiero a Obama, aunque sólo sea porque quiero seguir creyendo en la poesía y en la limpieza y dignidad de la política.
FR
The New York Times dice con razón que votar a Obama es como tirar los dados, sin saber si saldrá un nuevo Kennedy o un nuevo Jimmy Carter. Con Hillary no hay duda: saldrá una clintoniana, lo que significa que sabrá realizar el milagro de hacer que la izquierda se parezca a la derecha y que su política pueda ser apoyada hasta por los núcleos más reaccionarios de la conservadora "Right Nation".
New Republic afirma que no existen diferencias sustanciales entre uno y otra y que ambos se parecen tanto como la Coca Cola Light y la Zero. Ninguno de los dos es un revolucionario ni se desvían un ápice de la ortodoxia liberal de su partido. Ambos son, como mucho, reformistas cautos.
Sin embargo, aunque no sean ideológicas, las diferencias entre ellos existen y no se limitan a que uno sea un soñador mesiánico y la otra una pragmática. Son mucho más profundas, quizás decisivas y trascendentales para el futuro del mundo entero.
Obama es un poeta que enamora a las nuevas generaciones, que sueñan con tener su propio Kennedy o su Martín Luther King, pero a Hillary no le interesa la poesía porque cree que siempre se gobierna en prosa. Obama cree que la política dignifica y transforma, pero a Hillary sólo le interesa lo que está “bien hecho”.
Son parecidos, pero también son dos polos opuestos: Obama sabe que la política es sucia, pero cree firmemente en la democracia y piensa que el sistema puede ser dignificado para que vuelva a entusiasmar y a transformar el mundo. Obama no puede soportar un mundo donde los políticos de distinto signo se apuñalen y se lancen a la yugular. No le interesa derrotar al adversario, sino reconstruir América.
Obama es como el español Zapatero, pero en auténtico, sin mentiras, engaños y trampas. Tiene todo lo bueno que ZP ofrecía a los españoles cuando alcanzó el poder, antes de que los ciudadanos descubrieran que mentía, que su sonrisa angelical era falsa y que su “buenismo” era pura estrategia de dominio.
Los clintonianos dicen que Obama es un ingenuo, pero se desconciertan cuando el senador negro dice que su modelo político es Ronald Reagan, el padre de la revolución conservadora que atravesó los USA de costa a costa, congregando a demócratas y repúblicanos en un consenso inolvidable.
La grandeza de Obama emana de que es un visionario de la política, alguien capaz de entusiasmar y de ofrecer esperanza, incluso a gente decepcionada que ya difícilmente se conmueve. Cuando habla de cambio emociona y nadie que lo haya sentido cerca es capaz de imaginar que sea un hipócrita. Con Obama, la política se torna menos sucia y la democracia aparece como una auténtica ONG, generosa y transformadora.
Su diferencia principal con los clintonianos es que Obama recluta gente para el cambio, mientras que Hillary solo les pide el voto para gobernar bien.
Yo prefiero a Obama, aunque sólo sea porque quiero seguir creyendo en la poesía y en la limpieza y dignidad de la política.
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