La política exterior del Gobierno de Zapatero se caracteriza por la debilidad y la cesión; nunca hace lo recto, lo que beneficia a España. La visita de Moratinos a la Roca es ridícula y bochornosa; pasará a los anales como la gran vergüenza de España; es la imagen del desprestigio, la renuncia a más de tres siglos de litigio por la soberanía de Gibraltar; con tal humillación pareciera que España no tuviera nada que decir sobre el oprobio de albergar la última colonia de Europa.
Con independencia del régimen o el color político de su Gobierno, España siempre ha reivindicado Gibraltar como parte de su territorio nacional y jamás ha renunciado a la recuperación de su soberanía. La visita de un ministro de Exteriores Español, por primera vez en trescientos años, a Gibraltar visualiza que para la España de Zapatero Gibraltar ha pasado a ser un asunto exterior y supone una incoherencia con esa reivindicación, por mucho que Moratinos diga que nuestro gobierno no ha renunciado a ella, de ahí la enorme satisfacción que ha manifestado Pedro Caruana. Moratinos ha conculcado el espíritu y la letra no sólo de resoluciones parlamentarias españolas que exigen la reivindicación del Peñón, sino también de numerosas resoluciones de la ONU que piden el fin de la colonia e invitan a España y Reino Unido a negociar la resolución del conflicto, como así fue en las negociaciones llevadas a cabo por el ministro español José Piqué y el británico Jack Straw en 2001, en que se planteó el compromiso de llegar a un acuerdo de que el gobierno británico aceptara compartir con España la soberanía del Peñón.
Los españoles no pueden consentir esta desconcertante política de Zapatero que no nos trae más que infamia, vergüenza y deshonor, al precio inasumible de obviar el contencioso sobre la soberanía. La estúpida imagen de complacencia dándoles la mano a los ministros oculta nuestra reivindicación, crea el precedente de tratar a Gibraltar como si fuese, de facto, un país soberano e insufla la propaganda inglesa, que ya se burla de la actitud de España. Es una visita totalmente irresponsable e inconveniente, ha debilitado la posición tradicional española, cuyo objetivo prioritario reside en exigir y conseguir la soberanía de la anacrónica colonia.
Esta visita, aunque los portavoces de la progresía imperante-tiranizante afirmen, que es un “acto de valentía y de imaginación" de ese pragmatismo que el propio Moratinos bautizó, como «diplomacia para la ciudadanía», ha venido a beneficiar mucho más a los británicos y a los gibraltareños que a los españoles. Los ministros del Peñón han recibido un reconocimiento, que España siempre les había negado y su población ha conseguido facilidades para moverse por nuestro territorio y ello, sin haber logrado compensaciones ni contrapartidas en el problema de fondo ni en las conversaciones.
Tratar de cooperación marítima y medioambiental, de expedición de visados o de la lucha contra el crimen organizado, podría haberlo hecho un representante del Ministerio sin sacrificar, en estos asuntos menores, la firmeza mantenida durante tres siglos por gobiernos y regímenes de todo tipo. «No hemos venido, dijo, a discutir; la salida de este contencioso pasa por la cooperación y el diálogo» tal entreguismo, unido a la humillante sonrisa de debilidad no se puede entender; no se sabe qué ha obtenido ni qué ha ganado ahora el Ejecutivo Español con esta política de cesiones, no sólo simbólicas sino también prácticas. Es lamentable para el patriotismo español la condescendiente pasividad del Gobierno de Zapatero, ante la creación de complejos turísticos y ante la ampliación del aeropuerto gibraltareño a costa de las aguas territoriales españolas; la forma y el fondo de esta visita supone un nuevo gesto de inoperancia e insolvencia de un Ejecutivo que ha dejado de denunciar un vestigio colonial en su territorio.
Moratinos reivindica el "diálogo", pero ¿qué diálogo? Esto es de risa; él mismo asegura, que aceptó no incluir en su agenda la reivindicación del Peñón.
C. Mudarra
Con independencia del régimen o el color político de su Gobierno, España siempre ha reivindicado Gibraltar como parte de su territorio nacional y jamás ha renunciado a la recuperación de su soberanía. La visita de un ministro de Exteriores Español, por primera vez en trescientos años, a Gibraltar visualiza que para la España de Zapatero Gibraltar ha pasado a ser un asunto exterior y supone una incoherencia con esa reivindicación, por mucho que Moratinos diga que nuestro gobierno no ha renunciado a ella, de ahí la enorme satisfacción que ha manifestado Pedro Caruana. Moratinos ha conculcado el espíritu y la letra no sólo de resoluciones parlamentarias españolas que exigen la reivindicación del Peñón, sino también de numerosas resoluciones de la ONU que piden el fin de la colonia e invitan a España y Reino Unido a negociar la resolución del conflicto, como así fue en las negociaciones llevadas a cabo por el ministro español José Piqué y el británico Jack Straw en 2001, en que se planteó el compromiso de llegar a un acuerdo de que el gobierno británico aceptara compartir con España la soberanía del Peñón.
Los españoles no pueden consentir esta desconcertante política de Zapatero que no nos trae más que infamia, vergüenza y deshonor, al precio inasumible de obviar el contencioso sobre la soberanía. La estúpida imagen de complacencia dándoles la mano a los ministros oculta nuestra reivindicación, crea el precedente de tratar a Gibraltar como si fuese, de facto, un país soberano e insufla la propaganda inglesa, que ya se burla de la actitud de España. Es una visita totalmente irresponsable e inconveniente, ha debilitado la posición tradicional española, cuyo objetivo prioritario reside en exigir y conseguir la soberanía de la anacrónica colonia.
Esta visita, aunque los portavoces de la progresía imperante-tiranizante afirmen, que es un “acto de valentía y de imaginación" de ese pragmatismo que el propio Moratinos bautizó, como «diplomacia para la ciudadanía», ha venido a beneficiar mucho más a los británicos y a los gibraltareños que a los españoles. Los ministros del Peñón han recibido un reconocimiento, que España siempre les había negado y su población ha conseguido facilidades para moverse por nuestro territorio y ello, sin haber logrado compensaciones ni contrapartidas en el problema de fondo ni en las conversaciones.
Tratar de cooperación marítima y medioambiental, de expedición de visados o de la lucha contra el crimen organizado, podría haberlo hecho un representante del Ministerio sin sacrificar, en estos asuntos menores, la firmeza mantenida durante tres siglos por gobiernos y regímenes de todo tipo. «No hemos venido, dijo, a discutir; la salida de este contencioso pasa por la cooperación y el diálogo» tal entreguismo, unido a la humillante sonrisa de debilidad no se puede entender; no se sabe qué ha obtenido ni qué ha ganado ahora el Ejecutivo Español con esta política de cesiones, no sólo simbólicas sino también prácticas. Es lamentable para el patriotismo español la condescendiente pasividad del Gobierno de Zapatero, ante la creación de complejos turísticos y ante la ampliación del aeropuerto gibraltareño a costa de las aguas territoriales españolas; la forma y el fondo de esta visita supone un nuevo gesto de inoperancia e insolvencia de un Ejecutivo que ha dejado de denunciar un vestigio colonial en su territorio.
Moratinos reivindica el "diálogo", pero ¿qué diálogo? Esto es de risa; él mismo asegura, que aceptó no incluir en su agenda la reivindicación del Peñón.
C. Mudarra