España, varada en el déficit y el paro, contempla la pérdida de su autonomía económica. El nuevo gobierno, en esta tan crítica situación, se encontrará con la ralentización del crecimiento europeo y norteamericano, más con los errores cometidos en el proceso de construcción europea, de imposible solución unilateral. Europa se construyó muy a la ligera, nunca se debió introducir la moneda única, sin un proceso previo o al menos, paralelo de unificación política.
Un representante británico, en las negociaciones sobre el funcionamiento de la Comunidad Económica Europea, se levantó y, dando un portazo escéptico, pronunció esta maldición: «Ustedes nunca se pondrán de acuerdo en nada y, si se ponen de acuerdo, no se cumplirá y, si se cumple, será un desastre». Tal imprecación, aún viva, danza en la Europa zarandeada por la crisis económica y la improvisación, a la que la volatilidad de los mercados de valores de todo el mundo hace temer una caída en la recesión. Así lo evidenciaron las amplias convulsiones en el mercado de la deuda soberana que fue causa del primer rescate de Grecia y la enorme dificultad para acordar el segundo rescate griego, y con ella, fueron Irlanda y Portugal; y después, llegó la preocupante debilidad de las economías española, italiana y francesa, entre otras, por la reticencia alemana a aplicar lo pactado sobre la compra de bonos de países con problemas y los malos augurios que pronostican que eso tampoco servirá de mucho; Italia ha tenido que aprobar un fuerte programa de austeridad por su elevada deuda y su bajo crecimiento económico y Francia ha hecho público su estancamiento entre rumores de la bajada de calificación de su deuda. La rígida disciplina de recorte y austeridad incrementará la solvencia de la Eurozona y fortalecerá el euro, pero evidentemente no es el mejor camino para avivar el crecimiento. Hay que pensar que es necesario regresar a unos prudentes estímulos fiscales, que animen la deprimida actividad. La ineptitud del Ejecutivo de Zapatero ha cometido tal cúmulo de equivocaciones, desde que comenzó negando la crisis, hasta ir al desastre del enorme gasto público, para demostrar que ellos tenían una salida socialista que hacía innecesarios los sacrificios, que le obligaron a emprender aquellas cacareadas reformas tan vanas como ineficaces, por lo que la mayoría de los españoles no quiere saber nada de Europa, del euro ni de las ‘autonosuyas’.
España no debía haber entrado en el euro. La experiencia de esa crisis de comienzos de los 90, resuelta dentro del Sistema Monetario Europeo mediante las preceptivas devaluaciones competitivas, fue definitiva para apuntalar la decisión británica de quedarse fuera del euro. España e Italia llevaban el mismo camino, pero, no porque no quisieran entrar, sino porque no cumplían los requisitos pertinentes; debieron esperar y reflexionar, antes de aceptar. Al respecto, resaltan dos cuestiones patentes: El hecho de que nuestro erario público esté esquilmado por el despilfarro del Gobierno Socialista prueba que las decisiones y medidas anticrisis se han hecho rematadamente mal, y, en definitiva, son las que nos han hundido hasta el fondo del abismo; la otra es, que ha quedado en evidencia el erróneo diseño de la Unión Monetaria, pues, al poder hacer cada país su propia política económica, la divisa común queda al albur de la irresponsabilidad, la demagogia electoralista y los compromisos de cada cual; la frivolidad del endeudamiento público y privado ha corroborado nuestra fama de arbitrariedad y desaliño financiero. La posición del euro se ha derrumbado por el mercado del crédito, que causa la asfixia del crecimiento y esta la del empleo.
Si Europa quiere sobrevivir como Unión Monetaria, debe relanzar el compromiso del Pacto de Estabilidad, que sólo sería efectivo, si cada miembro del euro lo incorporara drásticamente a su Constitución; seguir fiándolo todo a un mecanismo de sanciones no serviría de nada. Europa necesita Gobierno y Unidad, y por ello, ha de conformar esa Unión Política que quedó como asignatura pendiente en Maastricht; y, cuando cada nación adopte la precisa autorrestricción de soberanía, será mucho más factible encaminar la Unión claramente hacia una confederación europea con sus Ministerios de Economía, de Defensa, de Sanidad y Educación comunes, su Tesoro común, sus eurobonos y sus requisitos comunes identitarios. Así, tendría una entidad robusta capaz de decir algo en un nuevo orden mundial.
C. Mudarra
Un representante británico, en las negociaciones sobre el funcionamiento de la Comunidad Económica Europea, se levantó y, dando un portazo escéptico, pronunció esta maldición: «Ustedes nunca se pondrán de acuerdo en nada y, si se ponen de acuerdo, no se cumplirá y, si se cumple, será un desastre». Tal imprecación, aún viva, danza en la Europa zarandeada por la crisis económica y la improvisación, a la que la volatilidad de los mercados de valores de todo el mundo hace temer una caída en la recesión. Así lo evidenciaron las amplias convulsiones en el mercado de la deuda soberana que fue causa del primer rescate de Grecia y la enorme dificultad para acordar el segundo rescate griego, y con ella, fueron Irlanda y Portugal; y después, llegó la preocupante debilidad de las economías española, italiana y francesa, entre otras, por la reticencia alemana a aplicar lo pactado sobre la compra de bonos de países con problemas y los malos augurios que pronostican que eso tampoco servirá de mucho; Italia ha tenido que aprobar un fuerte programa de austeridad por su elevada deuda y su bajo crecimiento económico y Francia ha hecho público su estancamiento entre rumores de la bajada de calificación de su deuda. La rígida disciplina de recorte y austeridad incrementará la solvencia de la Eurozona y fortalecerá el euro, pero evidentemente no es el mejor camino para avivar el crecimiento. Hay que pensar que es necesario regresar a unos prudentes estímulos fiscales, que animen la deprimida actividad. La ineptitud del Ejecutivo de Zapatero ha cometido tal cúmulo de equivocaciones, desde que comenzó negando la crisis, hasta ir al desastre del enorme gasto público, para demostrar que ellos tenían una salida socialista que hacía innecesarios los sacrificios, que le obligaron a emprender aquellas cacareadas reformas tan vanas como ineficaces, por lo que la mayoría de los españoles no quiere saber nada de Europa, del euro ni de las ‘autonosuyas’.
España no debía haber entrado en el euro. La experiencia de esa crisis de comienzos de los 90, resuelta dentro del Sistema Monetario Europeo mediante las preceptivas devaluaciones competitivas, fue definitiva para apuntalar la decisión británica de quedarse fuera del euro. España e Italia llevaban el mismo camino, pero, no porque no quisieran entrar, sino porque no cumplían los requisitos pertinentes; debieron esperar y reflexionar, antes de aceptar. Al respecto, resaltan dos cuestiones patentes: El hecho de que nuestro erario público esté esquilmado por el despilfarro del Gobierno Socialista prueba que las decisiones y medidas anticrisis se han hecho rematadamente mal, y, en definitiva, son las que nos han hundido hasta el fondo del abismo; la otra es, que ha quedado en evidencia el erróneo diseño de la Unión Monetaria, pues, al poder hacer cada país su propia política económica, la divisa común queda al albur de la irresponsabilidad, la demagogia electoralista y los compromisos de cada cual; la frivolidad del endeudamiento público y privado ha corroborado nuestra fama de arbitrariedad y desaliño financiero. La posición del euro se ha derrumbado por el mercado del crédito, que causa la asfixia del crecimiento y esta la del empleo.
Si Europa quiere sobrevivir como Unión Monetaria, debe relanzar el compromiso del Pacto de Estabilidad, que sólo sería efectivo, si cada miembro del euro lo incorporara drásticamente a su Constitución; seguir fiándolo todo a un mecanismo de sanciones no serviría de nada. Europa necesita Gobierno y Unidad, y por ello, ha de conformar esa Unión Política que quedó como asignatura pendiente en Maastricht; y, cuando cada nación adopte la precisa autorrestricción de soberanía, será mucho más factible encaminar la Unión claramente hacia una confederación europea con sus Ministerios de Economía, de Defensa, de Sanidad y Educación comunes, su Tesoro común, sus eurobonos y sus requisitos comunes identitarios. Así, tendría una entidad robusta capaz de decir algo en un nuevo orden mundial.
C. Mudarra
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