Los verdaderos demócratas españoles son los parias de la democracia, toda una paradaja indecente. Son pocos, en torno al 5 por ciento del electorado, lo que representa poco menos de un millón y medio de ciudadanos, según los cálculos más fiables. Son gente crítica y reflexiva que se siente frustrada ante la ineficacia del poder político, el incumplimiento de las reglas del juego democrático y los trucos y abusos de los grandes poderes, pero que sigue soñando con regenerar el sistema.
No son una tribu porque están dispersos, casi atomizados, y el único lugar común que tienen es Internet, una herramienta que para ellos es de uso creciente, casi imprescindible para retroalimentar su libertad, para leer prensa libre, dotarse de opinión independiente y para desarrollar su personalidad y ciudadanía en espacios que todavía están libres del control del Estado.
Son gente crítica, culta, ávida de lectura, individualista y muy consciente de sus derechos y deberes. Suelen ser lectores de prensa dfigital y de blogs, pero siguen comprando prensa escrita, aunque la consideren vendida al poder, porque disfrutan con los artículos de fondo y análisis.
Cada día se sienten más lejos de la política oficial y se saben marginados por el poder. Muchos de ellos se sienten ciudadanos, aunque la mayoría considera la ciudadanía como un rango difícil de alcanzar porque requiere la práctica rigurosa y constante de valores y principios superiores, como son la libertad, la solidaridad, la tolerancia, la fraternidad, la justicia, la lealtad, la participación en la vida de la comunidad, el apoyo mutuo y la formación e información permanentes.
Los políticos los desprecian y les temen porque son indomables y difícilmente manipulables, y porque al poder siempre le resulta más fácil dominar a masas de analfabetos radicalizados que a demócratas libres y celosos de sus derechos y deberes.
De hecho, la política española actual vive en una constante paradoja que más bien es un escándalo intolerable: la democracia no se diseña para fascinar a los demócratas sino para embaucar a las masas incultas y fanatizadas, que son las que proporcionan los votos y el poder.
Los temas que más preocupan a los demócratas ni siquiera forman parte de la agenda del poder, ni se tocan en las campañas electorales, que se diseñan para atraer a la gente más primaria. Mientras que a las masas incultas son sensibles a las pasiones y al odio y se interesan sólo por la economía, la vivienda, el trabajo y la sanidad, a los demócratas les interesan, también la calidad de la democracia, la participación en los procesos de toma de decisiones, que se facilite el control ciudadano del sistema, que se eliminen las listas cerradas y bloquedas y que los partidos políticos y el Estado pierdan poder y dejen de aprisionar a la ciudadanía con su peso y abrumadora presencia en la vida cotidiana.
Ante las urnas, los demócratas, frustrados porque no se sienten representados por partido alguno, suelen nutrir las filas de la abstención y del voto en blanco, pero la mayoría practica el voto de castigo y suelen votar a la oposición, sólo para castigar los errores, carencias y traiciones del gobierno de turno.
No son una tribu porque están dispersos, casi atomizados, y el único lugar común que tienen es Internet, una herramienta que para ellos es de uso creciente, casi imprescindible para retroalimentar su libertad, para leer prensa libre, dotarse de opinión independiente y para desarrollar su personalidad y ciudadanía en espacios que todavía están libres del control del Estado.
Son gente crítica, culta, ávida de lectura, individualista y muy consciente de sus derechos y deberes. Suelen ser lectores de prensa dfigital y de blogs, pero siguen comprando prensa escrita, aunque la consideren vendida al poder, porque disfrutan con los artículos de fondo y análisis.
Cada día se sienten más lejos de la política oficial y se saben marginados por el poder. Muchos de ellos se sienten ciudadanos, aunque la mayoría considera la ciudadanía como un rango difícil de alcanzar porque requiere la práctica rigurosa y constante de valores y principios superiores, como son la libertad, la solidaridad, la tolerancia, la fraternidad, la justicia, la lealtad, la participación en la vida de la comunidad, el apoyo mutuo y la formación e información permanentes.
Los políticos los desprecian y les temen porque son indomables y difícilmente manipulables, y porque al poder siempre le resulta más fácil dominar a masas de analfabetos radicalizados que a demócratas libres y celosos de sus derechos y deberes.
De hecho, la política española actual vive en una constante paradoja que más bien es un escándalo intolerable: la democracia no se diseña para fascinar a los demócratas sino para embaucar a las masas incultas y fanatizadas, que son las que proporcionan los votos y el poder.
Los temas que más preocupan a los demócratas ni siquiera forman parte de la agenda del poder, ni se tocan en las campañas electorales, que se diseñan para atraer a la gente más primaria. Mientras que a las masas incultas son sensibles a las pasiones y al odio y se interesan sólo por la economía, la vivienda, el trabajo y la sanidad, a los demócratas les interesan, también la calidad de la democracia, la participación en los procesos de toma de decisiones, que se facilite el control ciudadano del sistema, que se eliminen las listas cerradas y bloquedas y que los partidos políticos y el Estado pierdan poder y dejen de aprisionar a la ciudadanía con su peso y abrumadora presencia en la vida cotidiana.
Ante las urnas, los demócratas, frustrados porque no se sienten representados por partido alguno, suelen nutrir las filas de la abstención y del voto en blanco, pero la mayoría practica el voto de castigo y suelen votar a la oposición, sólo para castigar los errores, carencias y traiciones del gobierno de turno.
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