A partir de las rebeliones de mayo de 1968 y, sobre todo, desde el hundimiento de la alternativa comunista, en 1989, las ideologías desaparecen y crean un terrible vacío en un mundo político cada día más superficial, táctico y tramposo.
El bienestar social en las sociedades avanzadas, el creciente malestar político, la globalización, la sociedad del espectáculo, el progreso tecnológico, el terrorismo, el pensamiento único, la ruína de la ética y el profundo deterioro de la política, en manos hoy de profesionales desentrañados del pueblo soberano, a los que sólo les interesa el poder y el dominio, han impuesto un giro de 180 grados en la política, transformado la democracia en una partitocracia que en algunos países, como España, con poca tradición democrática, se ha hecho agobiante y muy parecida a una dictadura de partidos.
Al desaparecer las ideologías, la esencia de la política ha cambiado. Las promesas, los compromisos y los deberes de los gobernantes han cedido el paso a una demagogia sistemática del lenguaje y del gobierno cuyo único objetivo es fabricar votantes serviles que perpetúen en el poder a las élites que han ocupado el Estado.
La única ideología que se muestra dinámica y renace de sus cenizas fascistas es el pujante nacionalismo, que gana terreno en todos los ámbitos, en los planos regional, nacional, cultural, religioso...
El otro vencedor del proceso es el partido político, que ha perdido sus esencias y raices democráticas para transformarse en estructuras de poder que se superponen a la sociedad y al ciudadano, confundiéndolos, engañándolos y dominandolos.
Los políticos de partido han evolucionado, se han alejado de los orígenes de la democracia y del concepto de servicio para transformarse en cazadores profesionales de poder, en los nuevos amos del mundo.
El bienestar social en las sociedades avanzadas, el creciente malestar político, la globalización, la sociedad del espectáculo, el progreso tecnológico, el terrorismo, el pensamiento único, la ruína de la ética y el profundo deterioro de la política, en manos hoy de profesionales desentrañados del pueblo soberano, a los que sólo les interesa el poder y el dominio, han impuesto un giro de 180 grados en la política, transformado la democracia en una partitocracia que en algunos países, como España, con poca tradición democrática, se ha hecho agobiante y muy parecida a una dictadura de partidos.
Al desaparecer las ideologías, la esencia de la política ha cambiado. Las promesas, los compromisos y los deberes de los gobernantes han cedido el paso a una demagogia sistemática del lenguaje y del gobierno cuyo único objetivo es fabricar votantes serviles que perpetúen en el poder a las élites que han ocupado el Estado.
La única ideología que se muestra dinámica y renace de sus cenizas fascistas es el pujante nacionalismo, que gana terreno en todos los ámbitos, en los planos regional, nacional, cultural, religioso...
El otro vencedor del proceso es el partido político, que ha perdido sus esencias y raices democráticas para transformarse en estructuras de poder que se superponen a la sociedad y al ciudadano, confundiéndolos, engañándolos y dominandolos.
Los políticos de partido han evolucionado, se han alejado de los orígenes de la democracia y del concepto de servicio para transformarse en cazadores profesionales de poder, en los nuevos amos del mundo.
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