Julian Álvarez, Sec. Gral. del PA
Nunca tuvo el Partido Andalucista una oportunidad mejor que ahora para duplicar o triplicar sus votos y convertirse de una vez en un gran partido andaluz con capacidad de gobierno. Sin embargo, a pesar de que todo está a su favor, es más que probable que deje pasar de nuevo su ocasión histórica y siga navegando en el futuro por ese oceano de la mediocridad que el partido tan bien conoce.
Muchos andaluces que no militan en partido político alguno y que forman parte de esos caladeros independientes del centro, que son los que de verdad ganan las elecciones, están ya cansados del PSOE, una partido agotado y de encefalograma político plano, al que tres décadas de poder y de clientelismo en Andalucía han quitado la frescura, la credibilidad y la capacidad de ilusionar, pero esos mismos andaluces no se atreven a entregar su voto a un PP andaluz que, bajo el mandato de Javier Arenas, no ha sabido renovarse ni liberarse de su imagen caciquil ni ganarse la confianza de un electorado moderno que los sigue percibiendo como señoritos del pasado, demasiado obsesionados por recuperar el poder que perdieron en la democracia.
Atrapados entre dos opciones detestables y deseosos de encontrar una opción nueva e ilusionante, esos cientos de miles de andaluces frustrados por el depresivo panorama político miran hoy hacia el Partido Andalucista con el sueño de poder depositar su voto en un nacionalismo andaluz moderado y honrado, tan necesario para esta tierra.
Sin embargo, todo parece indicar que los indecisos volverán a votar las viejas opciones o a refugiarse en la abstención o el voto en blanco porque el Andalucismo, a pesar de que se encuentra ante la mejor oportunidad de su historia, probablemente siga preso de su eterna tragedia histórica y, una vez más, vuelva a ser incapaz de ganarse esa confianza que muchos votantes andaluces buscan desesperadamente.
Los problemas del PA son muchos, pero, como los Mandamientos, se resumen en dos: desconfianza y desilusión. Es un partido del que cuesta trabajo fiarse y que rara vez consigue atraerte. Los votantes andaluces no se fian de un partido que siguen considerando como un instrumento personal de Alejandro Rojas Marcos y que se comporta más como una franquicia que como una verdadera formación de gente dispuesta a liderar el impulso y la ilusión que Andalucía necesita para abandonar los eternos y lóbregos vagones de cola del tren del progreso español.
El andalucismo acaba de dotarse de un ejemplar y riguroso código etico que le impide pactar con tránsfugas y corruptos, algo que deberían hacer obligatoriamente todos los partidos, pero hasta ese golpe etico carece de credibilidad. Su pasado, plagado de bandazos, personalismos y traiciones, le cierra las puertas de la confianza popular y su imagen, pleno de corruptelas e intereses ocultos, le aleja de esa Andalucía emergente, deseosa de honradez y eficacia, que no sabe a quien votar ni en quien confiar.
Sólo una profunda transformación renovadora que incluya tres cambios decisivos podría abrir ahora al Andalucismo las puertas del éxito: una ruptura drástica con su pasado, incluyendo un alejamiento brutal de Rojas Marcos y de todo lo que ese político profesional representa en Andalucía; un acercamiento sincero a los profesionales y jóvenes de la Andalucía emergente y honrada; y un cambio profundo en su imagen visual, cambiando esa mano crispada por un símbolo portador de valores como el empuje y la limpieza.
Muchos andaluces que no militan en partido político alguno y que forman parte de esos caladeros independientes del centro, que son los que de verdad ganan las elecciones, están ya cansados del PSOE, una partido agotado y de encefalograma político plano, al que tres décadas de poder y de clientelismo en Andalucía han quitado la frescura, la credibilidad y la capacidad de ilusionar, pero esos mismos andaluces no se atreven a entregar su voto a un PP andaluz que, bajo el mandato de Javier Arenas, no ha sabido renovarse ni liberarse de su imagen caciquil ni ganarse la confianza de un electorado moderno que los sigue percibiendo como señoritos del pasado, demasiado obsesionados por recuperar el poder que perdieron en la democracia.
Atrapados entre dos opciones detestables y deseosos de encontrar una opción nueva e ilusionante, esos cientos de miles de andaluces frustrados por el depresivo panorama político miran hoy hacia el Partido Andalucista con el sueño de poder depositar su voto en un nacionalismo andaluz moderado y honrado, tan necesario para esta tierra.
Sin embargo, todo parece indicar que los indecisos volverán a votar las viejas opciones o a refugiarse en la abstención o el voto en blanco porque el Andalucismo, a pesar de que se encuentra ante la mejor oportunidad de su historia, probablemente siga preso de su eterna tragedia histórica y, una vez más, vuelva a ser incapaz de ganarse esa confianza que muchos votantes andaluces buscan desesperadamente.
Los problemas del PA son muchos, pero, como los Mandamientos, se resumen en dos: desconfianza y desilusión. Es un partido del que cuesta trabajo fiarse y que rara vez consigue atraerte. Los votantes andaluces no se fian de un partido que siguen considerando como un instrumento personal de Alejandro Rojas Marcos y que se comporta más como una franquicia que como una verdadera formación de gente dispuesta a liderar el impulso y la ilusión que Andalucía necesita para abandonar los eternos y lóbregos vagones de cola del tren del progreso español.
El andalucismo acaba de dotarse de un ejemplar y riguroso código etico que le impide pactar con tránsfugas y corruptos, algo que deberían hacer obligatoriamente todos los partidos, pero hasta ese golpe etico carece de credibilidad. Su pasado, plagado de bandazos, personalismos y traiciones, le cierra las puertas de la confianza popular y su imagen, pleno de corruptelas e intereses ocultos, le aleja de esa Andalucía emergente, deseosa de honradez y eficacia, que no sabe a quien votar ni en quien confiar.
Sólo una profunda transformación renovadora que incluya tres cambios decisivos podría abrir ahora al Andalucismo las puertas del éxito: una ruptura drástica con su pasado, incluyendo un alejamiento brutal de Rojas Marcos y de todo lo que ese político profesional representa en Andalucía; un acercamiento sincero a los profesionales y jóvenes de la Andalucía emergente y honrada; y un cambio profundo en su imagen visual, cambiando esa mano crispada por un símbolo portador de valores como el empuje y la limpieza.
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