A cuatro años del estallido de la injusta guerra de Iraq, un asunto que el Partido Popular, entonces en el poder y comandado por Aznar, gestionó torpemente, parece evidente que los populares deberían hacer autocrítica y, como ha hecho Jaime Ignacio del Burgo, reconocer que se equivocaron.
Sin embargo, a pesar de la injusticia que significó esa guerra, causante ya de más de 600.000 muertos, no es la guerra de Iraq la principal causa de que Aznar sea, después de Zapatero, el gran culpable del actual déficit democrático que padece España. Su arrogancia, su estilo de gobierno, reflejo de su concepción elitista del poder y, sobre todo, su incapacidad para prestigiar la democracia y realizar las transformaciones importantes que la sociedad española necesitaba, han hecho posible que, en manos de Zapatero, España padezca hoy el que probablemente sea el mayor deterioro del sistema democrático en todo Occidente.
Si Aznar hubiera sido un gobernante justo y eficaz, si no hubiera cometido aquellos errores de arrogancia y estilo, gobernando como un zar, los actuales desatinos del "Zapaterismo" no habrían sido posibles.
Pero los ciudadanos, después de la decepcionante experiencia de la derecha en el poder, sobre todo durante el segundo mandato de Aznar, han caido en el sopor, sucumbido al desánimo y abrazado el fatalismo, llegando a conclusiones tan inquietantes como la de que todos los partidos y políticos son iguales o la todavía más grave de que, más que las personas, lo que falla es el sistema democrático.
La utilización de la crispación como arma política, la demonización del adversario y la utilización de la opinión pública como un gran tribunal fueron errores de Aznar que decepcionaron a la ciudadanía, que se sintió obligada a optar ante las urnas entre lo peor y lo pésimo.
Pudo haber reformado el sistema judicial para castigar a los corruptos; pudo haber fortalecido la sociedad civil; podría haber devuelto a los ciudadanos el protagonismo que les corresponde en democracia; tal vez hasta habría podido quitar poder a los nacionalismos, capaces de mediatizar la vida política española con un puñado insignificante de votos; también podría haber generado un movimiento a favor de las listas abiertas y de la necesidad de controlar más a los partidos desde la sociedad. Pero no hizo nada de eso, desaprovechó la primera oportunidad de la derecha en el gobierno de la democracia y gobernó como si el poder le perteneciera, como si el ciudadano, soberano en democracia, no existiera.
Su arrogancia causó estragos en la conciencia democrática de la sociedad española. La boda "portentosa" de su hija en El Escorial, la forma como gestionó la delicada guerra de Iraq y hasta la manera como se comportaron sus ministros tras el atentado del 11 M, fueron devastadoras no sólo para el PP sino para el sistema, que hoy, desamparado, está como un pelele en manos de Zapatero.
Asumió el poder sustituyendo a un socialismo devorado por la corrupción y el GAL, culpable de haber dejado que la peste de las cloacas invadiera los santuarios del Estado, pero, con Aznar, gran parte del pueblo, amargamente, llegó a la terrible conclusión de que todos los políticos son iguales y que lo mismo da que gobiernen unos que otros.
Nadie sabe si el descontento ciudadano con Aznar, que existía, hubiera sido suficiente para derrotar al PP en las eleccionews del 2004. Lo más probable es que hubiera logrado una victoria sólo por puntos, pero la fragilidad del aznarismo era tal que bastó la conmoción del terrible atentado del 11 de marzo en Madrid para dar un vuelco al electorado.
Sin embargo, a pesar de la injusticia que significó esa guerra, causante ya de más de 600.000 muertos, no es la guerra de Iraq la principal causa de que Aznar sea, después de Zapatero, el gran culpable del actual déficit democrático que padece España. Su arrogancia, su estilo de gobierno, reflejo de su concepción elitista del poder y, sobre todo, su incapacidad para prestigiar la democracia y realizar las transformaciones importantes que la sociedad española necesitaba, han hecho posible que, en manos de Zapatero, España padezca hoy el que probablemente sea el mayor deterioro del sistema democrático en todo Occidente.
Si Aznar hubiera sido un gobernante justo y eficaz, si no hubiera cometido aquellos errores de arrogancia y estilo, gobernando como un zar, los actuales desatinos del "Zapaterismo" no habrían sido posibles.
Pero los ciudadanos, después de la decepcionante experiencia de la derecha en el poder, sobre todo durante el segundo mandato de Aznar, han caido en el sopor, sucumbido al desánimo y abrazado el fatalismo, llegando a conclusiones tan inquietantes como la de que todos los partidos y políticos son iguales o la todavía más grave de que, más que las personas, lo que falla es el sistema democrático.
La utilización de la crispación como arma política, la demonización del adversario y la utilización de la opinión pública como un gran tribunal fueron errores de Aznar que decepcionaron a la ciudadanía, que se sintió obligada a optar ante las urnas entre lo peor y lo pésimo.
Pudo haber reformado el sistema judicial para castigar a los corruptos; pudo haber fortalecido la sociedad civil; podría haber devuelto a los ciudadanos el protagonismo que les corresponde en democracia; tal vez hasta habría podido quitar poder a los nacionalismos, capaces de mediatizar la vida política española con un puñado insignificante de votos; también podría haber generado un movimiento a favor de las listas abiertas y de la necesidad de controlar más a los partidos desde la sociedad. Pero no hizo nada de eso, desaprovechó la primera oportunidad de la derecha en el gobierno de la democracia y gobernó como si el poder le perteneciera, como si el ciudadano, soberano en democracia, no existiera.
Su arrogancia causó estragos en la conciencia democrática de la sociedad española. La boda "portentosa" de su hija en El Escorial, la forma como gestionó la delicada guerra de Iraq y hasta la manera como se comportaron sus ministros tras el atentado del 11 M, fueron devastadoras no sólo para el PP sino para el sistema, que hoy, desamparado, está como un pelele en manos de Zapatero.
Asumió el poder sustituyendo a un socialismo devorado por la corrupción y el GAL, culpable de haber dejado que la peste de las cloacas invadiera los santuarios del Estado, pero, con Aznar, gran parte del pueblo, amargamente, llegó a la terrible conclusión de que todos los políticos son iguales y que lo mismo da que gobiernen unos que otros.
Nadie sabe si el descontento ciudadano con Aznar, que existía, hubiera sido suficiente para derrotar al PP en las eleccionews del 2004. Lo más probable es que hubiera logrado una victoria sólo por puntos, pero la fragilidad del aznarismo era tal que bastó la conmoción del terrible atentado del 11 de marzo en Madrid para dar un vuelco al electorado.
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