He conversado recientemente con un amigo, profesor universitario, al que considero un maestro del pensamiento político, y le he expuesto mi tesis de que en España no son visibles ni la extrema derecha ni la extrema izquierda, como en Francia y otros paises democráticos, porque los extremistas están refugiados en los actuales partidos políticos (PP, PSOE e IU) y sobre todo en los nacionalismos extremos vasco y catalán.
Yo consideraba arriesgada esa tesis, pero mi sorpresa fue grande cuando observé que el profesor la asumía y la reforzaba con argumentos y bases más científicas y solventes.
La no existencia en España de una extrema izquierda y, sobre todo, de una extrema derecha organizada es difícil de entender, sobre todo si se tiene en cuenta que se dan en el panorama español condiciones muy favorables para que esos extremismos políticos florezcan: enriquecimiento rápido, capitalismo en estado puro, tradiciones rotas, caída de valores, cambios económicos y sociales contundentes, invasión de inmigrantes, etc. La única explicación plausible es que esos extremismos existen, aunque disfrazados y encarnados en los distintos partidos políticos, sobre todo en los nacionalismos extremistas.
Muchas de las últimas actuaciones escandalosas del poder político en España, como el divorcio entre políticos y ciudadanos, la sumisión del gobierno al terrorismo etarra, el acoso político a la sociedad civil, el cinturón sanitario que rodea a la derecha o el poder desmesurado y antidemocrático que acumulan los partidos políticos responden a la enorme fuerza que los extremistas están logrando dentro de los grandes partidos.
La extrema derecha y el totalitarismo, como enseñan muchos autores, entre ellos Hannah Arent en "Los orígenes del totalitarismo" (Taurus 2004), no son ideologías sino actitudes de ruptura, rebeliones impulsadas por un ansia desbordada de poder y de dominio. Sus principales rasgos y características también coinciden con mucho de lo que está ocurriendo con los nacionalismos en Cataluña y el País Vasco: cohesión interna en los partidos y sumisión de los militantes a las élites, ruptura de los conceptos de solidaridad, altruísmo y generosidad, búsqueda desordenada del poder propio, aun a costa del ajeno, marginación y hasta persecución de los que se oponen al "régimen", exaltación de símbolos propios de identidad como la bandera y el idioma, manipulación de la historia, intervencionismo en alza, configuración paulatina de un pensamiento único, fortalecimiento rápido del poder ejecutivo, sobre todo en ámbitos vitales como la educación, la cultura y la economía, acoso al empresariado, atisbos de censura, alianzas de hierro con medios de comunicación cercanos, acoso a los medios hostiles, violencia y fanatismo crecientes en los grupos más próximos al pensamiento dominante... y decenas de rasgos más, todos ellos curiosamente presentes en las conflictivas tierras de Cataluña y el País Vasco.
Le pregunté al profesor por qué esos nacionalismos, en su opinión, deben identificarse más con la extrema derecha que con la extrema izquierda, y me repondió que "existen pocas diferencias entre un extremo y otro del espectro, como quedó demostrado con Stalin y Hitler, que se admiraban mutuamente y hasta copiaban sus respectivos métodos de dominio". Sin embargo, dijo que uno de los pocos rasgos que siguen separando a las izquierdas de las derechas son el concepto de solidaridad y la defensa de los grandes valores, dos características que están desapareciendo en los nacionalismos extremos vasco y catalán. "La ausencia de solidatridad y la procedencia cultural y el estilo de sus élites dirigentes denotan más semejanza en esos nacionalismos con la extrema derecha que con la extrema izquierda", afirmó.
Yo consideraba arriesgada esa tesis, pero mi sorpresa fue grande cuando observé que el profesor la asumía y la reforzaba con argumentos y bases más científicas y solventes.
La no existencia en España de una extrema izquierda y, sobre todo, de una extrema derecha organizada es difícil de entender, sobre todo si se tiene en cuenta que se dan en el panorama español condiciones muy favorables para que esos extremismos políticos florezcan: enriquecimiento rápido, capitalismo en estado puro, tradiciones rotas, caída de valores, cambios económicos y sociales contundentes, invasión de inmigrantes, etc. La única explicación plausible es que esos extremismos existen, aunque disfrazados y encarnados en los distintos partidos políticos, sobre todo en los nacionalismos extremistas.
Muchas de las últimas actuaciones escandalosas del poder político en España, como el divorcio entre políticos y ciudadanos, la sumisión del gobierno al terrorismo etarra, el acoso político a la sociedad civil, el cinturón sanitario que rodea a la derecha o el poder desmesurado y antidemocrático que acumulan los partidos políticos responden a la enorme fuerza que los extremistas están logrando dentro de los grandes partidos.
La extrema derecha y el totalitarismo, como enseñan muchos autores, entre ellos Hannah Arent en "Los orígenes del totalitarismo" (Taurus 2004), no son ideologías sino actitudes de ruptura, rebeliones impulsadas por un ansia desbordada de poder y de dominio. Sus principales rasgos y características también coinciden con mucho de lo que está ocurriendo con los nacionalismos en Cataluña y el País Vasco: cohesión interna en los partidos y sumisión de los militantes a las élites, ruptura de los conceptos de solidaridad, altruísmo y generosidad, búsqueda desordenada del poder propio, aun a costa del ajeno, marginación y hasta persecución de los que se oponen al "régimen", exaltación de símbolos propios de identidad como la bandera y el idioma, manipulación de la historia, intervencionismo en alza, configuración paulatina de un pensamiento único, fortalecimiento rápido del poder ejecutivo, sobre todo en ámbitos vitales como la educación, la cultura y la economía, acoso al empresariado, atisbos de censura, alianzas de hierro con medios de comunicación cercanos, acoso a los medios hostiles, violencia y fanatismo crecientes en los grupos más próximos al pensamiento dominante... y decenas de rasgos más, todos ellos curiosamente presentes en las conflictivas tierras de Cataluña y el País Vasco.
Le pregunté al profesor por qué esos nacionalismos, en su opinión, deben identificarse más con la extrema derecha que con la extrema izquierda, y me repondió que "existen pocas diferencias entre un extremo y otro del espectro, como quedó demostrado con Stalin y Hitler, que se admiraban mutuamente y hasta copiaban sus respectivos métodos de dominio". Sin embargo, dijo que uno de los pocos rasgos que siguen separando a las izquierdas de las derechas son el concepto de solidaridad y la defensa de los grandes valores, dos características que están desapareciendo en los nacionalismos extremos vasco y catalán. "La ausencia de solidatridad y la procedencia cultural y el estilo de sus élites dirigentes denotan más semejanza en esos nacionalismos con la extrema derecha que con la extrema izquierda", afirmó.
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