Es evidente que los ingleses nos odian en el fondo de su alma. Nos han odiado desde antes de que Felipe II quisiera invadirlos con la Armada Invencible. Todo gobierno de España debe conocer ese odio, que es un dato clave en nuestra política exterior, y obrar en consecuencia.
Gibraltar es para España una misión imposible y un callejón sin salida. El gobierno español está maniatado y no puede hacer nada. Militarmente es inferior a Inglaterra y moralmente también porque la democracia española esta más podrida y prostituida que la británica y nuestro peso y prestigio en el mundo es al menos diez veces menor.
Si España se empeñara en abrir un conflicto con los británicos por Gibraltar, seríamos derrotados en todos los ámbitos, incluso en el interno. Gran Bretaña es un país unido y cohesionado, sobre todo cuando existe un enemigo externo. Entonces se unen y forman una piña de valientes, dispuestos a morir. Aquí ocurre todo lo contrario porque el país está lleno de cobardes y de traidores que aprovecharían el conflicto para hacer barbaridades como restablecer la República, consumar la independencia catalana, resucitar la lucha Vasca y destrozar la sociedad con enfrentamientos y conflictos, capitaneados por unos partidos políticos que sacarían a flote, ante la situación de peligro extremo, su alma de bandoleros.
Nuestro principal problema con Gibraltar es que la zona próxima al peñón está tan depauperada que el cierre de la verja perjudica quizás más a España que a ellos. Nuestros políticos, ineptos y corruptos, ni siquiera han sabido resolver ese drama fronterizo que nos convierte en rehenes de los llanitos. Los primeros levantamientos contra la firmeza española se darían en el Campo de Gibraltar, una comarca que sobrevive gracias a que en Gibraltar encuentran trabajo. Que nadie les hable de patria y de recuperar colonias robadas cuando es allí, en la la Roca, donde le dan el pan para sus hijos que España no ha sabido darles.
Nuestros políticos son tan ineptos que llevan medio siglo conscientes de esa debilidad y no han sido capaces de desarrollar económicamente esa zona limítrofe con el Peñón, lo que convierte a España en rehén de esos llanitos, que son tan piratas como los ingleses, aunque de tercera división, una especie humana sui géneris que se ha habituado a prosperar a costa del contrabando, el juego, el dinero negro y otras suciedades, pero que viven en la gloria bajo el dominio de un país británico que, nos guste o no, es cien veces más democrático, mas justo, más fuerte y mas decente que esta España actual, víctima de una clase política que la ha debilitado, desmoralizado, dividido y acobardado.
Cualquier español, si fuera llanito, moriría antes de cambiar la soberanía y las leyes británicas por las españolas. Ellos viven con más protección, con más libertad, con menos impuestos y con mucha menos corrupción y abuso de poder que si estuvieran bajo el dominio de Rajoy, de la andaluza Susana y del depredador de opereta Montoro, que sonreiría con sadismo mientras les mete las manos hasta el fondo de sus bolsillos, en busca de dinero para despilfarrar. Algunos pensarán que afirmar ésto es ser antipatriota, pero lo que es cierto, cierto es.
Hasta morir en Gibraltar es mil veces más digno y decente que hacerlo en Andalucía porque allí se respeta la herencia y la voluntad de los que fallecen, mientras a este lado de la verja hasta los muertos son saqueados por Susana, aplicándoles ese brutal Impuesto de Sucesiones, un tributo tan injusto, anticonstitucional e indecente que hasta está provocando una esperanzadora rebelión ciudadana.
Pero lo peor para España es que un posible conflicto sobre la soberanía de Gibraltar atraería el foco mundial mediático y político sobre España y entonces saldrían a la luz todas las miserias, abusos e iniquidades que, por el momento, el poder político español ha logrado esconder bajo las alfombras.
Lo que debería hacer España es responder a las bravatas y provocaciones histéricas de los piratas británicos diciéndoles que "no queremos la soberanía del peñón hasta que los llanitos la pidan de rodillas" y, seguidamente, comenzar a trabajar con tesón para conseguirlo: aduanas rigurosas, registros minuciosos en la frontera para luchar contra el contrabando y la droga, tratar a los gibraltareños con idéntica enemistad a la que ellos nos profesan, desarrollo económico del Campo de Gibraltar, instaurar en España una democracia que sustituya al actual sistema, contrario al ciudadano, dotarse de políticos decentes, expulsar del poder a los miserables, promover los valores, tener gobiernos austeros, bajar los impuestos y luchar por construir un país hermoso, acogedor y ejemplar.
España no tiene otro camino que el de la decencia y la verdadera democracia para recuperar Gibraltar. Lo conseguirá seguro si construye un país tan hermoso, limpio y justo que hasta los gibraltareños querrían vivir en él, pero mientras nuestra clase política siga siendo la que es, esa ruta de limpieza y verdadera democracia, que también acabaría con el independentismo catalán y con muchos otros males de España, es una quimera inalcanzable.
Hasta el último de los españoles y los mismo llanitos nos sentiríamos felices de ser ciudadanos de esa España decente, sin Rajoys, sin Zapateros, sin Susanas y sin Montoros.
Francisco Rubiales
Gibraltar es para España una misión imposible y un callejón sin salida. El gobierno español está maniatado y no puede hacer nada. Militarmente es inferior a Inglaterra y moralmente también porque la democracia española esta más podrida y prostituida que la británica y nuestro peso y prestigio en el mundo es al menos diez veces menor.
Si España se empeñara en abrir un conflicto con los británicos por Gibraltar, seríamos derrotados en todos los ámbitos, incluso en el interno. Gran Bretaña es un país unido y cohesionado, sobre todo cuando existe un enemigo externo. Entonces se unen y forman una piña de valientes, dispuestos a morir. Aquí ocurre todo lo contrario porque el país está lleno de cobardes y de traidores que aprovecharían el conflicto para hacer barbaridades como restablecer la República, consumar la independencia catalana, resucitar la lucha Vasca y destrozar la sociedad con enfrentamientos y conflictos, capitaneados por unos partidos políticos que sacarían a flote, ante la situación de peligro extremo, su alma de bandoleros.
Nuestro principal problema con Gibraltar es que la zona próxima al peñón está tan depauperada que el cierre de la verja perjudica quizás más a España que a ellos. Nuestros políticos, ineptos y corruptos, ni siquiera han sabido resolver ese drama fronterizo que nos convierte en rehenes de los llanitos. Los primeros levantamientos contra la firmeza española se darían en el Campo de Gibraltar, una comarca que sobrevive gracias a que en Gibraltar encuentran trabajo. Que nadie les hable de patria y de recuperar colonias robadas cuando es allí, en la la Roca, donde le dan el pan para sus hijos que España no ha sabido darles.
Nuestros políticos son tan ineptos que llevan medio siglo conscientes de esa debilidad y no han sido capaces de desarrollar económicamente esa zona limítrofe con el Peñón, lo que convierte a España en rehén de esos llanitos, que son tan piratas como los ingleses, aunque de tercera división, una especie humana sui géneris que se ha habituado a prosperar a costa del contrabando, el juego, el dinero negro y otras suciedades, pero que viven en la gloria bajo el dominio de un país británico que, nos guste o no, es cien veces más democrático, mas justo, más fuerte y mas decente que esta España actual, víctima de una clase política que la ha debilitado, desmoralizado, dividido y acobardado.
Cualquier español, si fuera llanito, moriría antes de cambiar la soberanía y las leyes británicas por las españolas. Ellos viven con más protección, con más libertad, con menos impuestos y con mucha menos corrupción y abuso de poder que si estuvieran bajo el dominio de Rajoy, de la andaluza Susana y del depredador de opereta Montoro, que sonreiría con sadismo mientras les mete las manos hasta el fondo de sus bolsillos, en busca de dinero para despilfarrar. Algunos pensarán que afirmar ésto es ser antipatriota, pero lo que es cierto, cierto es.
Hasta morir en Gibraltar es mil veces más digno y decente que hacerlo en Andalucía porque allí se respeta la herencia y la voluntad de los que fallecen, mientras a este lado de la verja hasta los muertos son saqueados por Susana, aplicándoles ese brutal Impuesto de Sucesiones, un tributo tan injusto, anticonstitucional e indecente que hasta está provocando una esperanzadora rebelión ciudadana.
Pero lo peor para España es que un posible conflicto sobre la soberanía de Gibraltar atraería el foco mundial mediático y político sobre España y entonces saldrían a la luz todas las miserias, abusos e iniquidades que, por el momento, el poder político español ha logrado esconder bajo las alfombras.
Lo que debería hacer España es responder a las bravatas y provocaciones histéricas de los piratas británicos diciéndoles que "no queremos la soberanía del peñón hasta que los llanitos la pidan de rodillas" y, seguidamente, comenzar a trabajar con tesón para conseguirlo: aduanas rigurosas, registros minuciosos en la frontera para luchar contra el contrabando y la droga, tratar a los gibraltareños con idéntica enemistad a la que ellos nos profesan, desarrollo económico del Campo de Gibraltar, instaurar en España una democracia que sustituya al actual sistema, contrario al ciudadano, dotarse de políticos decentes, expulsar del poder a los miserables, promover los valores, tener gobiernos austeros, bajar los impuestos y luchar por construir un país hermoso, acogedor y ejemplar.
España no tiene otro camino que el de la decencia y la verdadera democracia para recuperar Gibraltar. Lo conseguirá seguro si construye un país tan hermoso, limpio y justo que hasta los gibraltareños querrían vivir en él, pero mientras nuestra clase política siga siendo la que es, esa ruta de limpieza y verdadera democracia, que también acabaría con el independentismo catalán y con muchos otros males de España, es una quimera inalcanzable.
Hasta el último de los españoles y los mismo llanitos nos sentiríamos felices de ser ciudadanos de esa España decente, sin Rajoys, sin Zapateros, sin Susanas y sin Montoros.
Francisco Rubiales
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