imagen cedida por www.lakodorniz.com
¡Hipócritas! Si hubieran querido acabar con la corrupción, lo hubieran hecho, del mismo modo que han conseguido que todos paguemos los impuestos, que dejemos de fumar en los espacios públicos cerrados o que corramos menos por las carreteras. La verdad descarnada es que la corrupción existe en España sólo porque los políticos quieren que exista, porque son ellos los máximos beneficiarios de esa gran rapiña que denigra y degrada a este país y lo sitúa, éticamente, en el corazón del Tercer Mundo.
Ahora, cuando el país es víctima de la alarma social y cuando España se gana una merecida fama mundial como país corrupto, es cuando los políticos, hipócritamente y quizás asustados ante la indignación cívica, dicen que quieren acabar con la corrupción, proponen un pacto anticurrupción a la oposición y engañan nuevamente a la ciudadanía mostrándose afectados, lanzando falsas promesas.
Es tan desmesurado el poder que poseen los partidos políticos y los políticos en España que cuando quieren acabar con algo, acaban, y cuando quieren que un vicio, como la corrupción, persista, éste persiste y sigue proporcionando dinero negro y sombrío.
La reciente acusación pública del ruso Vladimir Putin a España como país corrupto, pronunciada en Helsinki, delante lde os líderes de Europa, ha causado daños terribles a la imagen de España.
Gracias a esa acusación y a los restos de prensa libre que quedan en España, los escándalos de corrupción estallan por doquier y los polítcos españoles empiexzan a sentir miedo ante lo único que temen los poderosos: el pueblo indignado.
La corrupción es un mal viejo en España, pero el modelo de "corrupción en democracia", el que ahora nos golpea, es reciente, de apenas dos décadas. Consiste en dinamitar la igualdad y la justicia canjeando ventajas y privilegios económicos por dinero oculto y en esconder ese dinero para que la prensa libre, que es la única que lo persigue e investiga en España, no lo descubra. Esa es la corrupción hoy reinante en España, un garito pestilente en el que el político se lleva una parte y las "organizaciones superiores" se reparten otra, comprometiéndose todos a una ignominiosa "omertá" o silencio cómplice.
Muchos justifican su corrupción poniendo "al partido" por delante, como si afirmar que "no te lo pido para mí, sino para el Partido" fuera una justificación, cuando en realidad es un agravante.
Mucho me temo que todo seguirá igual en España y que, cuando las aguas, ahora revueltas, se calmen, todo volverá a ser tan corrupto como fue. El problema no es sólo de personas, sino del mismo sistema.
La democracia es el único sistema político que se ha mostrado eficaz contra el delito, la corrupción y el totalitarismo, pero para que funcione el "antídoto" democrático tiene que existir verdadera democracia, algo que en España no ocurre. Una democracia auténtica requiere un Estado controlado por los ciudadanos; poderes legislativo, judicial y ejecutivo funcionando en libertad e independencia; una sociedad civil fuerte que sirva de contrapeso al Estado; medios de prensa libres y críticos con el poder; financiación de los partidos por parte de sus miembros y simpatizantes, nunca con dinero público, y un sistema electoral que permita a los ciudadanos ejercer su derecho a elegir, sin esas antidemocráticas listas cerradas y bloqueadas que permiten que sean los partidos, al confeccionar las listas, los que en realidad elijan.
Sin democracia, no hay antídoto y, sin antídoto, el veneno se expande y mata constantemente.
Ahora, cuando el país es víctima de la alarma social y cuando España se gana una merecida fama mundial como país corrupto, es cuando los políticos, hipócritamente y quizás asustados ante la indignación cívica, dicen que quieren acabar con la corrupción, proponen un pacto anticurrupción a la oposición y engañan nuevamente a la ciudadanía mostrándose afectados, lanzando falsas promesas.
Es tan desmesurado el poder que poseen los partidos políticos y los políticos en España que cuando quieren acabar con algo, acaban, y cuando quieren que un vicio, como la corrupción, persista, éste persiste y sigue proporcionando dinero negro y sombrío.
La reciente acusación pública del ruso Vladimir Putin a España como país corrupto, pronunciada en Helsinki, delante lde os líderes de Europa, ha causado daños terribles a la imagen de España.
Gracias a esa acusación y a los restos de prensa libre que quedan en España, los escándalos de corrupción estallan por doquier y los polítcos españoles empiexzan a sentir miedo ante lo único que temen los poderosos: el pueblo indignado.
La corrupción es un mal viejo en España, pero el modelo de "corrupción en democracia", el que ahora nos golpea, es reciente, de apenas dos décadas. Consiste en dinamitar la igualdad y la justicia canjeando ventajas y privilegios económicos por dinero oculto y en esconder ese dinero para que la prensa libre, que es la única que lo persigue e investiga en España, no lo descubra. Esa es la corrupción hoy reinante en España, un garito pestilente en el que el político se lleva una parte y las "organizaciones superiores" se reparten otra, comprometiéndose todos a una ignominiosa "omertá" o silencio cómplice.
Muchos justifican su corrupción poniendo "al partido" por delante, como si afirmar que "no te lo pido para mí, sino para el Partido" fuera una justificación, cuando en realidad es un agravante.
Mucho me temo que todo seguirá igual en España y que, cuando las aguas, ahora revueltas, se calmen, todo volverá a ser tan corrupto como fue. El problema no es sólo de personas, sino del mismo sistema.
La democracia es el único sistema político que se ha mostrado eficaz contra el delito, la corrupción y el totalitarismo, pero para que funcione el "antídoto" democrático tiene que existir verdadera democracia, algo que en España no ocurre. Una democracia auténtica requiere un Estado controlado por los ciudadanos; poderes legislativo, judicial y ejecutivo funcionando en libertad e independencia; una sociedad civil fuerte que sirva de contrapeso al Estado; medios de prensa libres y críticos con el poder; financiación de los partidos por parte de sus miembros y simpatizantes, nunca con dinero público, y un sistema electoral que permita a los ciudadanos ejercer su derecho a elegir, sin esas antidemocráticas listas cerradas y bloqueadas que permiten que sean los partidos, al confeccionar las listas, los que en realidad elijan.
Sin democracia, no hay antídoto y, sin antídoto, el veneno se expande y mata constantemente.
Comentarios: