Por Francisco Rubiales
Resulta evidente que Internet es un fenómeno complejo y un arma de dos filos. Utilizada correctamente puede cambiar positivamente el mundo, haciéndolo más consciente, justo y democrático. Sin embargo, los pesimistas afirman que Internet es el mismísimo diablo y que esa tecnología puede lograr lo que nunca hasta ahora habían conseguido dictadores y estrategas del poder: el control de la libertad y la desaparición de la intimidad. Algunos ven en Internet una ruta para la salvación de la Humanidad y la vacuna contra el totalitarismo, pero los más cínicos piensan que la Red es una fábrica de bobos que, además, se creen bien informados y conectados al progreso.
Es conocida la tendencia del poder a controlar y manipular la información. Si ahora pretendiera hacerlo, cuenta con la tecnología adecuada. Desde que Francis Bacon reveló, hace dos siglos, que "saber es poder", la información ha sido considerada por los poderosos como un arma estratégica.
El principal obstáculo que impide a Internet ejercer su capacidad revolucionaria en la sociedad es el miedo, un miedo que aterra y atenaza sobre todo a los poderes que controlan el mundo (gobiernos, lobbys, mafias, grupos corporativos y grandes instituciones y empresas), temerosos de que esa red abierta, incontrolable y democrática que se ha instalado con rapidez en la cultura actual provoque cambios que pongan en peligro sus privilegios, sus ventajas y hasta su misma existencia.
El mayor miedo procede de la pesada administración que soporta a nuestras democracias, siempre irracionalmente conservadora, siempre empeñada en paralizar los cambios, pero el miedo se extiende también a otros muchos sectores e intereses: miedo al predominio en la red del idioma inglés; miedo a la libre circulación de una cultura que ha sostenido grandes negocios y que ahora puede circular mejor y sin peaje por la red; miedo a las influencias que puedan recibir los jóvenes y a la transformación que esos mismos jóvenes pueden experimentar gracias a la red; miedo a la pérdida de poder por parte de los gobiernos y de las castas políticas; miedo a la pérdida de seguridad; miedo a una revolución que trastoque los valores éticos y religiosos; y, por encima de todo, miedo a lo desconocido.
Los grandes poderes, desde su patológico miedo a la libertad y a la inteligencia del pueblo, están desplegando frente a Internet una doble actividad: o se controla la red o se desacredita. Es una reacción similar a la que están desarrollando frente a otras amenazas como el crecimiento de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y el auge del movimiento internacional de protesta por un mundo diferente y mejor, ese conglomerado difuso y volátil que lidera la lucha mundial contra la globalización neoliberal y que ha conseguido alumbrar esperanzas como el Foro de Portoalegre. Las dos estrategias, el control y el descrédito, se desarrollan simultáneamente, con tenacidad, en espera de que el panorama se aclare o que una de ellas produzca resultados.
(sigue)
Resulta evidente que Internet es un fenómeno complejo y un arma de dos filos. Utilizada correctamente puede cambiar positivamente el mundo, haciéndolo más consciente, justo y democrático. Sin embargo, los pesimistas afirman que Internet es el mismísimo diablo y que esa tecnología puede lograr lo que nunca hasta ahora habían conseguido dictadores y estrategas del poder: el control de la libertad y la desaparición de la intimidad. Algunos ven en Internet una ruta para la salvación de la Humanidad y la vacuna contra el totalitarismo, pero los más cínicos piensan que la Red es una fábrica de bobos que, además, se creen bien informados y conectados al progreso.
Es conocida la tendencia del poder a controlar y manipular la información. Si ahora pretendiera hacerlo, cuenta con la tecnología adecuada. Desde que Francis Bacon reveló, hace dos siglos, que "saber es poder", la información ha sido considerada por los poderosos como un arma estratégica.
El principal obstáculo que impide a Internet ejercer su capacidad revolucionaria en la sociedad es el miedo, un miedo que aterra y atenaza sobre todo a los poderes que controlan el mundo (gobiernos, lobbys, mafias, grupos corporativos y grandes instituciones y empresas), temerosos de que esa red abierta, incontrolable y democrática que se ha instalado con rapidez en la cultura actual provoque cambios que pongan en peligro sus privilegios, sus ventajas y hasta su misma existencia.
El mayor miedo procede de la pesada administración que soporta a nuestras democracias, siempre irracionalmente conservadora, siempre empeñada en paralizar los cambios, pero el miedo se extiende también a otros muchos sectores e intereses: miedo al predominio en la red del idioma inglés; miedo a la libre circulación de una cultura que ha sostenido grandes negocios y que ahora puede circular mejor y sin peaje por la red; miedo a las influencias que puedan recibir los jóvenes y a la transformación que esos mismos jóvenes pueden experimentar gracias a la red; miedo a la pérdida de poder por parte de los gobiernos y de las castas políticas; miedo a la pérdida de seguridad; miedo a una revolución que trastoque los valores éticos y religiosos; y, por encima de todo, miedo a lo desconocido.
Los grandes poderes, desde su patológico miedo a la libertad y a la inteligencia del pueblo, están desplegando frente a Internet una doble actividad: o se controla la red o se desacredita. Es una reacción similar a la que están desarrollando frente a otras amenazas como el crecimiento de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y el auge del movimiento internacional de protesta por un mundo diferente y mejor, ese conglomerado difuso y volátil que lidera la lucha mundial contra la globalización neoliberal y que ha conseguido alumbrar esperanzas como el Foro de Portoalegre. Las dos estrategias, el control y el descrédito, se desarrollan simultáneamente, con tenacidad, en espera de que el panorama se aclare o que una de ellas produzca resultados.
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