España siempre ha sido, es y, probablemente, será, si Dios y los ciudadanos no lo remediamos, un revoltijo oscuro, caótico y sorprendente de comportamientos viles, traiciones, heroísmos y actos admirables. Pero cada vez resulta más evidente que los actos generosos y heroicos corresponden a ciudadanos de la sociedad civil, mientras que las vilezas y traiciones son propias de las grandes instituciones y de individuos afincados en el poder.
Un detallado repaso a nuestra Historia permite concluir que lo mejor de España es su pueblo y que la escoria se acumula en las altas esferas, sobre todo en el mundo oficial.
También es fácil descubrir que en algunos periodos de la Historia de España, como el actual, se acumulan los desmanes y las canalladas. La lista de los abusos y suciedades protagonizadas por España, casi siempre por su clase dirigente, en las últimas décadas parece insuperable y causa espanto: engaños al pueblo, un Estado hipertrofiado y diseñado para el saqueo, la destrucción y saqueo del sistema de cajas de ahorros, perpetrado por una clase política aficionada a la rapiña y sin los mínimos controles democráticos, apropiaciones de empresas, estafas bancarias, concursos amañados, escándalos políticos, desprestigio de la clase dirigente, divorcio entre la ciudadanía y el poder, abusos por doquier y la ruina moral de un sistema que se hizo pasar por democracia pero que nunca fue otra cosa que una sucia oligarquía de partidos políticos flanqueada por jueces, policías, periodistas sometidos y aliados con gran poder.
Recuerdo al viejo y sabio presidente de la República Italiana, Sandro Pertini, declarando a un grupo de periodistas españoles, que cenábamos con él en la sede de la agencia EFE en Roma, a finales de 1982, cuando yo ere el delegado de esa agencia en Roma, que "en algunos periodos de la Historia, algunos países sufren la terrible castigo de que lo peor de su sociedad toma el poder". Pertini se refería a la Italia de entonces, en manos de partidos sin alma como la Democracia Cristiana, el Partido Comunista, el socialista y otros, pero una situación parecida afecta a España desde la década de los ochenta del pasado siglo, con los partidos políticos depravando el sistema, corrompiéndolo y sembrado la nación de separatismo, nacionalismos, descontentos, desempleados, frustrados y resentidos, todo como consecuencia del mal gobierno, la injusticia y una corrupción galopante que nadie sabe como detener.
Desde la muerte de Franco, la España de los villanos se ha ido imponiendo, de manera visible, a la España de los héroes. Los villanos, muchos de ellos atrincherados en el Estado, han impuesto su ley y los héroes son cada día más escasos en una sociedad civil española acobardada e incapaz de alzarse democráticamente contra una clase política que carece de la grandeza, los valores y el mérito necesarios para tomar en sus manos el timón de la nación.
Esa abundancia de vileza y pavorosa escasez de heroismo es la que ha hecho posible que el gobierno otorgue a Javier Echevarría, el heroe londinense del monopatín, la máxima condecoración al mérito civil, cuando su comportamiento habría sido el normal en una España como la del tiempo de los Reyes Católicos, Felipe II o, incluso, la de principios del siglo XIX, cuando decenas de miles de Ignacios Echevarrías se alzaron contra los invasores franceses e hicieron morder el polvo a los invencibles ejércitos de Bonaparte.
Hoy, los villanos están ganando la partida a los héroes y eso es un mal terrible para esta España de camareros, que ya no tiene prestigio internacional, que tiene imagen de corrupta y que ni siquiera es respetada en el mundo, salvo por aspectos tan superficiales como su clima, se turismo y su sentido de la fiesta.
Francisco Rubiales
Un detallado repaso a nuestra Historia permite concluir que lo mejor de España es su pueblo y que la escoria se acumula en las altas esferas, sobre todo en el mundo oficial.
También es fácil descubrir que en algunos periodos de la Historia de España, como el actual, se acumulan los desmanes y las canalladas. La lista de los abusos y suciedades protagonizadas por España, casi siempre por su clase dirigente, en las últimas décadas parece insuperable y causa espanto: engaños al pueblo, un Estado hipertrofiado y diseñado para el saqueo, la destrucción y saqueo del sistema de cajas de ahorros, perpetrado por una clase política aficionada a la rapiña y sin los mínimos controles democráticos, apropiaciones de empresas, estafas bancarias, concursos amañados, escándalos políticos, desprestigio de la clase dirigente, divorcio entre la ciudadanía y el poder, abusos por doquier y la ruina moral de un sistema que se hizo pasar por democracia pero que nunca fue otra cosa que una sucia oligarquía de partidos políticos flanqueada por jueces, policías, periodistas sometidos y aliados con gran poder.
Recuerdo al viejo y sabio presidente de la República Italiana, Sandro Pertini, declarando a un grupo de periodistas españoles, que cenábamos con él en la sede de la agencia EFE en Roma, a finales de 1982, cuando yo ere el delegado de esa agencia en Roma, que "en algunos periodos de la Historia, algunos países sufren la terrible castigo de que lo peor de su sociedad toma el poder". Pertini se refería a la Italia de entonces, en manos de partidos sin alma como la Democracia Cristiana, el Partido Comunista, el socialista y otros, pero una situación parecida afecta a España desde la década de los ochenta del pasado siglo, con los partidos políticos depravando el sistema, corrompiéndolo y sembrado la nación de separatismo, nacionalismos, descontentos, desempleados, frustrados y resentidos, todo como consecuencia del mal gobierno, la injusticia y una corrupción galopante que nadie sabe como detener.
Desde la muerte de Franco, la España de los villanos se ha ido imponiendo, de manera visible, a la España de los héroes. Los villanos, muchos de ellos atrincherados en el Estado, han impuesto su ley y los héroes son cada día más escasos en una sociedad civil española acobardada e incapaz de alzarse democráticamente contra una clase política que carece de la grandeza, los valores y el mérito necesarios para tomar en sus manos el timón de la nación.
Esa abundancia de vileza y pavorosa escasez de heroismo es la que ha hecho posible que el gobierno otorgue a Javier Echevarría, el heroe londinense del monopatín, la máxima condecoración al mérito civil, cuando su comportamiento habría sido el normal en una España como la del tiempo de los Reyes Católicos, Felipe II o, incluso, la de principios del siglo XIX, cuando decenas de miles de Ignacios Echevarrías se alzaron contra los invasores franceses e hicieron morder el polvo a los invencibles ejércitos de Bonaparte.
Hoy, los villanos están ganando la partida a los héroes y eso es un mal terrible para esta España de camareros, que ya no tiene prestigio internacional, que tiene imagen de corrupta y que ni siquiera es respetada en el mundo, salvo por aspectos tan superficiales como su clima, se turismo y su sentido de la fiesta.
Francisco Rubiales
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