La sociedad andaluza no se parece a una de corte soviético porque su gobierno haya prometido, en una pirueta de circo, 700.000 pisos que no puede construir, sino porque el peso de ese gobierno es agobiante y tan denso que dificulta el avance y el verdadero progreso.
Los resultados de las elecciones municipales del 27 de mayo fortalecen todavía más al PSOE en Andalucía y hacen retroceder la esperanza en una alternancia, imposible mientras que el Partido Popular, eterno líder de la oposición, continue atascado en la debilidad, en la imposibilidad de ilusionar y en la incapacidad de conectar con los andaluces. El poder socialista en Andalucía es hoy más fuerte que ayer y, probablemente, menos que mañana.
Es tan grande el poder del PSOE en Andalucía, tan fuerte su clientelismo y tan agobiante la presencia socialista en la sociedad andaluza que, para encontrar una sociedad similar en Europa, habría que remontarse a la década de los años setenta y viajar a una de las repúblicas de la antigua URSS.
Andalucía, con un socialismo todopoderoso al frente del gobierno, que derrota una vez tras otra a la derecha desde la muerte del general Franco, es hoy la región con mayor peso gubernamental de toda la Unión Europea. El poder de la Junta de Andalucía es tan inmenso y agobiante que controla, directa o indirectamente, más de la mitad de la economía, además de ser la primera empresa de la región, el primer empleador y el mayor de los poderes en operación.
Poco queda en Andalucía que escape al control de la Junta. La patronal, los sindicatos, las universidades, las cajas de ahorro y un océano de empresas públicas y de instituciones oficiales están bajo control, directo o indirecto, del gobierno andaluz, mientras que otras muchas empresas, la mayoría de los medios de comunicación y gran parte de la sociedad civil y de sus instituciones claves dependen del poder político por la vía de las alianzas, las subvenciones, las presiones, los acuerdos, los apaños y un cúmulo de intereses cruzados difíciles de describir por su complejidad y alcance.
La Junta de Andalucía pesa sobre la sociedad andaluza como una losa de plomo, hasta el punto de que, según numerosos expertos, la única receta capaz de curar los males andaluces es una "Perestroika", la misma que aplicó Gorbachov a aquella desvencijada y narcotizada Unión Siviética de finales de los años ochenta, donde el comunismo había desaparecido para dejar su sitio a una casta profesional de políticos que controlaban el poder con mano de hierro.
Esos mismos expertos creen que si Andalucía pudiera gozar un día de una Perestroika y su gobierno aflojara el dogal para que la sociedad respirara y viviera en libertad, al margen del poder político que la agobia, sus índices de crecimiento y desarrollo se dispararían y la región quizás lograra vivir una edad dorada en la que tal vez pudiera abandonar esos lóbregos furgones de cola del tren de la prosperidad y del progreso de España y de Europa, que lleva ocupando, de manera pertinaz, desde hace tres décadas.
En la ciudad de Sevilla viven casi 125.000 funcionarios dependientes del poder socialista y en toda la autonomía existe una red clientelar tan tupida que extiende sus tentáculos hasta cientos de miles de hogares, empresas, sindicatos, patronales, instituciones, clubes y asociaciones, todas acostumbradas a sobrevivir de las subvenciones y de unos contratos oficiales que también son el sustento habitual de miles de empresas.
Quizás la explicación más lógica del fenómeno andaluz y de esa red tupida de poder, para algunos invencible, sea que las raices ideológicas y culturales del socialismo andaluz se sumergen en el antiguo marxismo y, al igual que los antiguos bolcheviques, sus dirigentes creen que nada funciona sin la intervención de la elite del poder, una casta profesional de políticos llamada a cambiar el curso de la historia desde el gobierno, entrenada para dominar el poder y la sociedad de manera implacable.
El poder político que controla Andalucía es la izquierda real, en su expresión más pura, clásica y decimonónica, una organización bien musculada que ha sabido adaptarse sabiamente a la democracia para controlar el poder y hacer técnicamente imposible la alternancia.
Los resultados de las elecciones municipales del 27 de mayo fortalecen todavía más al PSOE en Andalucía y hacen retroceder la esperanza en una alternancia, imposible mientras que el Partido Popular, eterno líder de la oposición, continue atascado en la debilidad, en la imposibilidad de ilusionar y en la incapacidad de conectar con los andaluces. El poder socialista en Andalucía es hoy más fuerte que ayer y, probablemente, menos que mañana.
Es tan grande el poder del PSOE en Andalucía, tan fuerte su clientelismo y tan agobiante la presencia socialista en la sociedad andaluza que, para encontrar una sociedad similar en Europa, habría que remontarse a la década de los años setenta y viajar a una de las repúblicas de la antigua URSS.
Andalucía, con un socialismo todopoderoso al frente del gobierno, que derrota una vez tras otra a la derecha desde la muerte del general Franco, es hoy la región con mayor peso gubernamental de toda la Unión Europea. El poder de la Junta de Andalucía es tan inmenso y agobiante que controla, directa o indirectamente, más de la mitad de la economía, además de ser la primera empresa de la región, el primer empleador y el mayor de los poderes en operación.
Poco queda en Andalucía que escape al control de la Junta. La patronal, los sindicatos, las universidades, las cajas de ahorro y un océano de empresas públicas y de instituciones oficiales están bajo control, directo o indirecto, del gobierno andaluz, mientras que otras muchas empresas, la mayoría de los medios de comunicación y gran parte de la sociedad civil y de sus instituciones claves dependen del poder político por la vía de las alianzas, las subvenciones, las presiones, los acuerdos, los apaños y un cúmulo de intereses cruzados difíciles de describir por su complejidad y alcance.
La Junta de Andalucía pesa sobre la sociedad andaluza como una losa de plomo, hasta el punto de que, según numerosos expertos, la única receta capaz de curar los males andaluces es una "Perestroika", la misma que aplicó Gorbachov a aquella desvencijada y narcotizada Unión Siviética de finales de los años ochenta, donde el comunismo había desaparecido para dejar su sitio a una casta profesional de políticos que controlaban el poder con mano de hierro.
Esos mismos expertos creen que si Andalucía pudiera gozar un día de una Perestroika y su gobierno aflojara el dogal para que la sociedad respirara y viviera en libertad, al margen del poder político que la agobia, sus índices de crecimiento y desarrollo se dispararían y la región quizás lograra vivir una edad dorada en la que tal vez pudiera abandonar esos lóbregos furgones de cola del tren de la prosperidad y del progreso de España y de Europa, que lleva ocupando, de manera pertinaz, desde hace tres décadas.
En la ciudad de Sevilla viven casi 125.000 funcionarios dependientes del poder socialista y en toda la autonomía existe una red clientelar tan tupida que extiende sus tentáculos hasta cientos de miles de hogares, empresas, sindicatos, patronales, instituciones, clubes y asociaciones, todas acostumbradas a sobrevivir de las subvenciones y de unos contratos oficiales que también son el sustento habitual de miles de empresas.
Quizás la explicación más lógica del fenómeno andaluz y de esa red tupida de poder, para algunos invencible, sea que las raices ideológicas y culturales del socialismo andaluz se sumergen en el antiguo marxismo y, al igual que los antiguos bolcheviques, sus dirigentes creen que nada funciona sin la intervención de la elite del poder, una casta profesional de políticos llamada a cambiar el curso de la historia desde el gobierno, entrenada para dominar el poder y la sociedad de manera implacable.
El poder político que controla Andalucía es la izquierda real, en su expresión más pura, clásica y decimonónica, una organización bien musculada que ha sabido adaptarse sabiamente a la democracia para controlar el poder y hacer técnicamente imposible la alternancia.
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