Los políticos españoles además de pedir perdón, deberían devolver lo que se han llevado, pagar por los destrozos causados y volver a sus casas como llegaron. Pero no, aquí está ocurriendo al revés, llegaron con la pana y el puño en alto y salieron con las manos llenas y mansiones de lujo por todo el mundo.
Un enriquecimiento tan rápido y sin rendir cuentas solo puede ocurrir en países donde la democracia es un velado disfraz que esconde un régimen corrupto y despótico con un rebaño como pueblo en lugar de ciudadanos comprometidos con los valores y principios de toda democracia.
Es increíble por no decir imposible que esto ocurra en las grandes democracias, donde sus políticos son examinados con lupa ante una comisión, por la prensa, por la oposición, por los jueces y por los ciudadanos que forman parte de esta serie de controles que les hace difícil lo que aquí es normal que ocurra, como es robar a manos llenas allá donde estén.
Pero, además, esas democracias crean principios y valores desde la escuela y se enseña a no mentir y a no apoderarse de los caudales públicos, esos que aquí dicen nuestros políticos que no son de nadie y que por tanto parece que se sienten con derecho a disponer de ellos.
Una gran diferencia entre aquellos que ni siquiera tienen que pasar ante la justicia para dimitr, ni esperan a apurar el último cartucho para, con ayuda de la prensa comprada y los fiscales de su cuerda, tratan de salvar el pellejo, cuando en las democracias avanzadas, a la mínima ya han presentado su dimisión y su perdón al pueblo. Recordemos el caso de los parlamentarios británicos que habían utilizado su tarjeta como diputados para hacer pequeñas compras, cuando fueron descubiertos además de reconocer el hecho sin necesidad de dar explicaciones engañosas, presentaron su dimisión. O cualquier senador norteamericano, que simplemente por mentir o engañar a su mujer, han tenido que salir de la política indefinidamente.
Decía Tocqueville en su capitulo dedicado a la corrupción de su gran obra "Democracia en América":
Lo que hay que temer, por otra parte, no es tanto el conocimiento de la inmoralidad de los grandes, sino de la inmoralidad que conduce a la grandeza. En la democracia, los ciudadanos corrientes ven a un hombre que sale de sus filas y que llega en pocos años a la riqueza y al poder, ese espectáculo excita su sorpresa y su envidia, tratan de averiguar como el que ayer era apenas su igual está ahora investido del derecho de dirigirlos. Atribuir su elevación a su talento o a sus virtudes es incómodo, porque es confesarse que ellos mismos son menos virtuosos o menos hábiles. Hace, pues, consistir las verdaderas causas de su ascenso en algunos de sus vicios, y a menudo tienen razón en hacerlo. Se opera así no se que odiosa mezcla entre las ideas de bajeza y de poder, de intriga y éxito, de utilidad y deshonor.
Como verán, los pensamientos de Tocqueville siguen vigentes. Hoy podríamos reflexionar sobre las virtudes que han llevado al poder a políticos como Pepiño Blanco, Leire Pajin, Bibiano Aido o al propio Zapatero,¿ o quizás han llegado por sus vicios, sus bajeza y sus deshonores?
Estigma
Un enriquecimiento tan rápido y sin rendir cuentas solo puede ocurrir en países donde la democracia es un velado disfraz que esconde un régimen corrupto y despótico con un rebaño como pueblo en lugar de ciudadanos comprometidos con los valores y principios de toda democracia.
Es increíble por no decir imposible que esto ocurra en las grandes democracias, donde sus políticos son examinados con lupa ante una comisión, por la prensa, por la oposición, por los jueces y por los ciudadanos que forman parte de esta serie de controles que les hace difícil lo que aquí es normal que ocurra, como es robar a manos llenas allá donde estén.
Pero, además, esas democracias crean principios y valores desde la escuela y se enseña a no mentir y a no apoderarse de los caudales públicos, esos que aquí dicen nuestros políticos que no son de nadie y que por tanto parece que se sienten con derecho a disponer de ellos.
Una gran diferencia entre aquellos que ni siquiera tienen que pasar ante la justicia para dimitr, ni esperan a apurar el último cartucho para, con ayuda de la prensa comprada y los fiscales de su cuerda, tratan de salvar el pellejo, cuando en las democracias avanzadas, a la mínima ya han presentado su dimisión y su perdón al pueblo. Recordemos el caso de los parlamentarios británicos que habían utilizado su tarjeta como diputados para hacer pequeñas compras, cuando fueron descubiertos además de reconocer el hecho sin necesidad de dar explicaciones engañosas, presentaron su dimisión. O cualquier senador norteamericano, que simplemente por mentir o engañar a su mujer, han tenido que salir de la política indefinidamente.
Decía Tocqueville en su capitulo dedicado a la corrupción de su gran obra "Democracia en América":
Lo que hay que temer, por otra parte, no es tanto el conocimiento de la inmoralidad de los grandes, sino de la inmoralidad que conduce a la grandeza. En la democracia, los ciudadanos corrientes ven a un hombre que sale de sus filas y que llega en pocos años a la riqueza y al poder, ese espectáculo excita su sorpresa y su envidia, tratan de averiguar como el que ayer era apenas su igual está ahora investido del derecho de dirigirlos. Atribuir su elevación a su talento o a sus virtudes es incómodo, porque es confesarse que ellos mismos son menos virtuosos o menos hábiles. Hace, pues, consistir las verdaderas causas de su ascenso en algunos de sus vicios, y a menudo tienen razón en hacerlo. Se opera así no se que odiosa mezcla entre las ideas de bajeza y de poder, de intriga y éxito, de utilidad y deshonor.
Como verán, los pensamientos de Tocqueville siguen vigentes. Hoy podríamos reflexionar sobre las virtudes que han llevado al poder a políticos como Pepiño Blanco, Leire Pajin, Bibiano Aido o al propio Zapatero,¿ o quizás han llegado por sus vicios, sus bajeza y sus deshonores?
Estigma
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