España se halla atónita, compungida y amargamente desolada. Cercados por el intervencionismo, los ciudadanos, hartos de prohibiciones y hastiados de intereses y manejos políticos, viven, con agria angustia, un paladeo de inquieta turbación, de espanto y de consternación hiriente inserto en el asombro y el vacío de certezas.
Andalucía asombrada y enojada no sabe ni le interesa que es una “realidad nacional”. “Los andaluces –dice A. Burgos- contemplan el triste espectáculo de unos políticos apasionadísimos en defender ellos con ellos un Estatuto que no interesa a nadie, más que a los que viven de la autonomía, del entramado de intereses y del clientelismo… A Andalucía la han disfrazado de Cataluña y le han puesto la careta de la «realidad nacional». Y yo, Chaves, soy el Jefe del Estadito Andaluz. Los partidos, encima, se enzarzan en disputas que dejan al personal, sobre indiferente, cabreado”.
El Chantaje de una huelga de hambre descontrolada, que no pide perdón ni se arrepiente y se cuela sin castigo, sigue atenazando las conciencias, saltando y soltando maniobras de sorpresa en sorpresa y socavando, hasta lo increíble, la democracia y sus instituciones. La gente atareada en sus hipotecas y flacos sueldecicos, cada día, bajo más prohibiciones de ministras, se pregunta qué fue del Derecho y sus garantías, del respeto a los jueces y a su independencia, de la pleitesía a las leyes y sus normas. Y, aterida, se abrocha el alma, palpando el intenso frío del desamparo en su profundo desconsuelo; no ve reír a las víctimas; no entiende de casuística jurídica ni de entresijos retóricos, pero está triste y otros contentos; se ve, se duele confusa, indefensa, abatida, impotente y vulnerable; el espacio social y político la desarma y la sumerge en inquietud de fracaso.
Y hoy nos viene el juicio del 11-M. El dolor aflora, el recuerdo recrudece las rígidas grietas del daño, y reaparecen las dobleces del “pásalo” y de las incisivas voces radiadas. Se inicia cargado de incógnitas, de chascos, errores, apremios, intereses y oportunismos que no cuadran, que repelen y no auguran las necesarias certezas y soluciones venideras.
La acidez de la pesadumbre, la garra de la pena, el cruel surco de la tristeza se incrustan afilados en las fisuras del alma, cuando de nuevo vemos a esas familias desechas y traspasadas y oímos a esos egipcios de la morería que altaneros se niegan a contestar y si abren la boca es, para decirse inocentes y ajenos y alejados de los enclaves terroristas. Hoy embarga la derrota a los españoles en un lago de frustración colectiva; la altivez de los ejecutores aferra la garganta en un sedimento de decepción y tropelía, cuando el ámbito sagrado de la justicia se ve agrietado por los resquicios de la disidencia, del murmullo de salón, del aspaviento tendente y de las vorágines empeñadas, constreñido por los prejuicios, indicios soterrados y evidencias solapadas, girando, entre el oleaje, las deducciones que quieren el dique certero y final.
Y lo más terrible y nuclear estriba en la interrogante: ¿Y, si estos no fueran y los autores estuvieran, en su cubil, muertos de risa? ¿Quién lo mandó y por qué? “Id est cuestio”. Tal vez, los hados, tras los aleatorios esfuerzos sumariales, enciendan los fondos más dudosos de una instrucción que viene teñida de incertidumbres.
Camilo Valverde Mudarra
Andalucía asombrada y enojada no sabe ni le interesa que es una “realidad nacional”. “Los andaluces –dice A. Burgos- contemplan el triste espectáculo de unos políticos apasionadísimos en defender ellos con ellos un Estatuto que no interesa a nadie, más que a los que viven de la autonomía, del entramado de intereses y del clientelismo… A Andalucía la han disfrazado de Cataluña y le han puesto la careta de la «realidad nacional». Y yo, Chaves, soy el Jefe del Estadito Andaluz. Los partidos, encima, se enzarzan en disputas que dejan al personal, sobre indiferente, cabreado”.
El Chantaje de una huelga de hambre descontrolada, que no pide perdón ni se arrepiente y se cuela sin castigo, sigue atenazando las conciencias, saltando y soltando maniobras de sorpresa en sorpresa y socavando, hasta lo increíble, la democracia y sus instituciones. La gente atareada en sus hipotecas y flacos sueldecicos, cada día, bajo más prohibiciones de ministras, se pregunta qué fue del Derecho y sus garantías, del respeto a los jueces y a su independencia, de la pleitesía a las leyes y sus normas. Y, aterida, se abrocha el alma, palpando el intenso frío del desamparo en su profundo desconsuelo; no ve reír a las víctimas; no entiende de casuística jurídica ni de entresijos retóricos, pero está triste y otros contentos; se ve, se duele confusa, indefensa, abatida, impotente y vulnerable; el espacio social y político la desarma y la sumerge en inquietud de fracaso.
Y hoy nos viene el juicio del 11-M. El dolor aflora, el recuerdo recrudece las rígidas grietas del daño, y reaparecen las dobleces del “pásalo” y de las incisivas voces radiadas. Se inicia cargado de incógnitas, de chascos, errores, apremios, intereses y oportunismos que no cuadran, que repelen y no auguran las necesarias certezas y soluciones venideras.
La acidez de la pesadumbre, la garra de la pena, el cruel surco de la tristeza se incrustan afilados en las fisuras del alma, cuando de nuevo vemos a esas familias desechas y traspasadas y oímos a esos egipcios de la morería que altaneros se niegan a contestar y si abren la boca es, para decirse inocentes y ajenos y alejados de los enclaves terroristas. Hoy embarga la derrota a los españoles en un lago de frustración colectiva; la altivez de los ejecutores aferra la garganta en un sedimento de decepción y tropelía, cuando el ámbito sagrado de la justicia se ve agrietado por los resquicios de la disidencia, del murmullo de salón, del aspaviento tendente y de las vorágines empeñadas, constreñido por los prejuicios, indicios soterrados y evidencias solapadas, girando, entre el oleaje, las deducciones que quieren el dique certero y final.
Y lo más terrible y nuclear estriba en la interrogante: ¿Y, si estos no fueran y los autores estuvieran, en su cubil, muertos de risa? ¿Quién lo mandó y por qué? “Id est cuestio”. Tal vez, los hados, tras los aleatorios esfuerzos sumariales, enciendan los fondos más dudosos de una instrucción que viene teñida de incertidumbres.
Camilo Valverde Mudarra
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