La II República Española, que cumple hoy su setenta y cinco aniversario, no fue una corriente republicana popular, colectiva y uniforme. Hoy, en su fracaso, origen de la más implacable y sanguinaria Guerra Civil, no suscita agradable recuerdo. Aquellos activos republicanos de derechas e izquierdas, asignándole unas pautas extravagantes a su propia desazón y trastornando tradiciones inveteradas y hábitos seculares incrustados en la racionalidad profunda del cuerpo social, intentaron reidear la entidad española.
Celebradas las elecciones locales, a raíz del triunfo, en las grandes ciudades, de la coalición republicano-socialista, se proclamó la República el 14 de abril del 31, con el alborozo de manifestaciones callejeras; al considerar el gobierno español los resultados como una derrota moral, sobrevino la caída de la Monarquía, que depuso sus derechos para evitar enfrentamientos entre españoles. La crisis no tardó; los agravios de la política religiosa y laboral dieron lugar a la coalición conservadora, llamada CEDA, que consiguió la mayoría de escaños en las elecciones del 33, año en que el gobierno aborta la rebelión militar de Sanjurjo; la división e insatisfacción de los socialitas, la ofensiva anarquista, los sucesos de Casas Viejas y la ley contra las congregaciones y contra la enseñanza de las órdenes religiosas aumentan el descontento creciente; el gobierno republicano no logra superar el colapso económico, el paro es galopante, emprende la reforma agraria radical y la alteración de los costes laborales;la crispación sale a la calle, la conflictividad y las tensiones saltan día a día y el panorama se obscurece y trastorna. De ahí, al estallido final median sólo cinco años. Rápidamente, las injurias, ultrajes, y la hostilidad enquistaron la convivencia. La rivalidad entre tolerantes y agitadores y la discordia sectaria en la izquierda y en la derecha incitaron la revuelta, el asesinato y los incendios, hasta la explosión sangrienta y feroz de la mayor calamidad, la Guerra Civil. La gestión negativa de la política republicana, ejerciendo la polarización, la desintegración y el desafuero acarreó el derrumbe del orden constitucional, la anarquía de los activistas revolucionarios, las confiscaciones y el manejo y politización de la justicia.
La República surgió con escasa legitimación; las bases eran muy débiles: la pequeña y media burguesía y las clases medias urbanas de empleados, más el decidido apoyo, en sus primeros años del Partido socialista, que encauzaba una parte muy amplia del proletariado y el campesinado español. Enfrente, tenía la aristocracia terrateniente y gran parte de la Iglesia y de las fuerzas armadas. En el punto opuesto, los anarquistas aglutinados en la poderosa central de la CNT declaran, a los tres meses, la lucha contra la República y con sus insurrecciones desquiciadas hacen tambalear la estabilidad del reciente sistema político. Y vino el naufragio. Fracasó por su carencia de visión nacional e integradora, por su drástico impulso revolucionario, por el desprecio de las ideologías y la ignorancia de las inercias, por la imposición renovadora desde la soberbia y desde el exclusivismo y el sectarismo doctrinales.
Ya Ortega, que alentó su advenimiento con el famoso “delenda est monarchia”, atónito se vio, luego, obligado a abjurar de la inoperancia republicana con su otro filosófico juicio de “no es esto, no es esto”.
CAMILO VALVERDE MUDARRA
Celebradas las elecciones locales, a raíz del triunfo, en las grandes ciudades, de la coalición republicano-socialista, se proclamó la República el 14 de abril del 31, con el alborozo de manifestaciones callejeras; al considerar el gobierno español los resultados como una derrota moral, sobrevino la caída de la Monarquía, que depuso sus derechos para evitar enfrentamientos entre españoles. La crisis no tardó; los agravios de la política religiosa y laboral dieron lugar a la coalición conservadora, llamada CEDA, que consiguió la mayoría de escaños en las elecciones del 33, año en que el gobierno aborta la rebelión militar de Sanjurjo; la división e insatisfacción de los socialitas, la ofensiva anarquista, los sucesos de Casas Viejas y la ley contra las congregaciones y contra la enseñanza de las órdenes religiosas aumentan el descontento creciente; el gobierno republicano no logra superar el colapso económico, el paro es galopante, emprende la reforma agraria radical y la alteración de los costes laborales;la crispación sale a la calle, la conflictividad y las tensiones saltan día a día y el panorama se obscurece y trastorna. De ahí, al estallido final median sólo cinco años. Rápidamente, las injurias, ultrajes, y la hostilidad enquistaron la convivencia. La rivalidad entre tolerantes y agitadores y la discordia sectaria en la izquierda y en la derecha incitaron la revuelta, el asesinato y los incendios, hasta la explosión sangrienta y feroz de la mayor calamidad, la Guerra Civil. La gestión negativa de la política republicana, ejerciendo la polarización, la desintegración y el desafuero acarreó el derrumbe del orden constitucional, la anarquía de los activistas revolucionarios, las confiscaciones y el manejo y politización de la justicia.
La República surgió con escasa legitimación; las bases eran muy débiles: la pequeña y media burguesía y las clases medias urbanas de empleados, más el decidido apoyo, en sus primeros años del Partido socialista, que encauzaba una parte muy amplia del proletariado y el campesinado español. Enfrente, tenía la aristocracia terrateniente y gran parte de la Iglesia y de las fuerzas armadas. En el punto opuesto, los anarquistas aglutinados en la poderosa central de la CNT declaran, a los tres meses, la lucha contra la República y con sus insurrecciones desquiciadas hacen tambalear la estabilidad del reciente sistema político. Y vino el naufragio. Fracasó por su carencia de visión nacional e integradora, por su drástico impulso revolucionario, por el desprecio de las ideologías y la ignorancia de las inercias, por la imposición renovadora desde la soberbia y desde el exclusivismo y el sectarismo doctrinales.
Ya Ortega, que alentó su advenimiento con el famoso “delenda est monarchia”, atónito se vio, luego, obligado a abjurar de la inoperancia republicana con su otro filosófico juicio de “no es esto, no es esto”.
CAMILO VALVERDE MUDARRA
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