El Papa y la Curia Romana, planteando la obligatoriedad del celibato y la rehabilitación de los curas que se secularizaron para contraer matrimonio y que han solicitado su readmisión al ministerio sacerdotal, abren el debate sobre el asunto de los sacerdotes casados. La Santa Sede publicó ayer la noticia para diluir los rumores sobre las especulaciones que, hace unos días, van pululando sobre las razones que motivan un encuentro de estudio, de ningún modo rutinario y habitual.
Al respecto, Benedicto XVI ha convocado el Dicasterio, para examinar la situación existente tras la desobediencia de Monseñor E. Milingo, efectuar una reflexión sobre la dispensa del celibato obligatorio y sopesar el posible beneplácito a las solicitudes de reconocimiento presentadas por sacerdotes ya secularizados. Asistirán veinte prelados y cardenales, nueve prefectos de congregaciones y once presidentes de consejos pontificios. Según fuentes vaticanas, las conclusiones que el Papa extraiga de esta consideración se las reservará, de modo que no cabe esperar ningún documento oficial o cambio en la doctrina de la Iglesia. Por el momento, se trata simplemente de una consulta, aunque de gran importancia, puesto que la Santa Sede reconoce la gravedad del problema y vive con preocupación, la situación de estos miles de sacerdotes en situación singular.
Sin demora, ha saltado la voz de los analistas; Orazio La Rocca, en la Repubblica, interpreta que el hecho es un síntoma de la «inquietud en el Vaticano por el cisma de Milingo», excomulgado recientemente por ordenar a cuatro obispos sin autorización papal. El popular purpurado africano se halla arropado de una comitiva de sacerdotes casados y propensos a suprimir el celibato y permitir el matrimonio del sacerdote, a punto de desgajarse de la ortodoxia católica. Otras voces próximas al ámbito oficial afirman que este estudio, sólo, va a consistir en un intercambio de pareceres, a fin de dar respuesta a los «viri probati», es decir, los hombres casados aspirantes al sacerdocio, cuyas virtudes humanas y religiosas están suficientemente probadas y asentadas.
La obligatoriedad del celibato en el sacerdocio católico, cuestión tan debatida y tan sensible en el seno de la Iglesia, se estableció en 1139, por los conflictos y la carga para la Iglesia que suponía la descendencia sacerdotal. En los últimos años, no disponiendo de los datos oficiales, se puede cifrar, según las asociaciones de sacerdotes casados, el número de sacerdotes que abandonó el ministerio para contraer matrimonio, en unos cien mil; tras el Concilio Vaticano II, se produjo una gran cantidad de secularizaciones, que disminuyeron durante el Pontificado de Juan Pablo II.
Se piensa que el celibato debe pasar a ser opcional. La Iglesia, en sus reflexiones debe venir a abrirse al sentir de los tiempos, y admitir el sacerdocio de casados y de la mujer. Siempre con las debidas consideraciones de que los candidatos respondan a una trayectoria de formación y santidad comprobadas. Ya San Pablo en las Pastorales, exhorta a Timoteo a “ser fiel en la palabra, en el comportamiento, en la fe, castidad y caridad; es preciso que el presbítero sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, prudente, educado, hospitalario y capaz de enseñar” (I Tim 3,2). No parece que el celibato sea condición necesaria para el buen ministerio; sí, es imprescindible que esté revestido de virtud. Jesucristo exige la perfección: “Sed perfectos, como Nuestro Padre Celestial es perfecto” (Mt 5,48) Nada más; es suficiente, esencial.
Camilo Valverde Mudarra
Al respecto, Benedicto XVI ha convocado el Dicasterio, para examinar la situación existente tras la desobediencia de Monseñor E. Milingo, efectuar una reflexión sobre la dispensa del celibato obligatorio y sopesar el posible beneplácito a las solicitudes de reconocimiento presentadas por sacerdotes ya secularizados. Asistirán veinte prelados y cardenales, nueve prefectos de congregaciones y once presidentes de consejos pontificios. Según fuentes vaticanas, las conclusiones que el Papa extraiga de esta consideración se las reservará, de modo que no cabe esperar ningún documento oficial o cambio en la doctrina de la Iglesia. Por el momento, se trata simplemente de una consulta, aunque de gran importancia, puesto que la Santa Sede reconoce la gravedad del problema y vive con preocupación, la situación de estos miles de sacerdotes en situación singular.
Sin demora, ha saltado la voz de los analistas; Orazio La Rocca, en la Repubblica, interpreta que el hecho es un síntoma de la «inquietud en el Vaticano por el cisma de Milingo», excomulgado recientemente por ordenar a cuatro obispos sin autorización papal. El popular purpurado africano se halla arropado de una comitiva de sacerdotes casados y propensos a suprimir el celibato y permitir el matrimonio del sacerdote, a punto de desgajarse de la ortodoxia católica. Otras voces próximas al ámbito oficial afirman que este estudio, sólo, va a consistir en un intercambio de pareceres, a fin de dar respuesta a los «viri probati», es decir, los hombres casados aspirantes al sacerdocio, cuyas virtudes humanas y religiosas están suficientemente probadas y asentadas.
La obligatoriedad del celibato en el sacerdocio católico, cuestión tan debatida y tan sensible en el seno de la Iglesia, se estableció en 1139, por los conflictos y la carga para la Iglesia que suponía la descendencia sacerdotal. En los últimos años, no disponiendo de los datos oficiales, se puede cifrar, según las asociaciones de sacerdotes casados, el número de sacerdotes que abandonó el ministerio para contraer matrimonio, en unos cien mil; tras el Concilio Vaticano II, se produjo una gran cantidad de secularizaciones, que disminuyeron durante el Pontificado de Juan Pablo II.
Se piensa que el celibato debe pasar a ser opcional. La Iglesia, en sus reflexiones debe venir a abrirse al sentir de los tiempos, y admitir el sacerdocio de casados y de la mujer. Siempre con las debidas consideraciones de que los candidatos respondan a una trayectoria de formación y santidad comprobadas. Ya San Pablo en las Pastorales, exhorta a Timoteo a “ser fiel en la palabra, en el comportamiento, en la fe, castidad y caridad; es preciso que el presbítero sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, prudente, educado, hospitalario y capaz de enseñar” (I Tim 3,2). No parece que el celibato sea condición necesaria para el buen ministerio; sí, es imprescindible que esté revestido de virtud. Jesucristo exige la perfección: “Sed perfectos, como Nuestro Padre Celestial es perfecto” (Mt 5,48) Nada más; es suficiente, esencial.
Camilo Valverde Mudarra