(LA DESHONESTA CAMPAÑA CATALANA, UNA RETAHÍLA DE DESPROPÓSITOS TRISTES)
“–Extravaga, hijo mío, extravaga cuanto puedas, que más vale eso que vagar a secas. Los memos que llaman extravagante al prójimo, ¡cuánto darían por serlo! Que no te clasifiquen; haz como el zorro, que con el jopo borra sus huellas; despístales. Sé ilógico a sus ojos hasta que renunciando a clasificarte se digan: es él, Apolodoro Carrascal (y llegados a este punto, que en realidad no es más que una sencilla coma, que cada quien mude la gracia bautismal y el primer apellido expresados por el nombre y los apellidos del candidato a la Presidencia de la Generalitat que más –o que menos, según sea el apetito o criterio que sostenga el sujeto en cuestión- le plazca), especie única. Sé tú, tú mismo, único e insustituible. No haya entre tus diversos actos y palabras más que un solo principio de unidad: tú mismo”.
Miguel de Unamuno
Parafraseando la idea que le llevó a don Pedro Calderón de la Barca a escribir su obra “En esta vida todo es verdad y todo es mentira”, plagiada o tamizada por Ramón de Campoamor en esta cuarteta, “En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”, cabe argüir que en la actual campaña electoral catalana (Dios quiera que acabe pronto el suplicio –el menda lerenda, “Otramotro”, lo impetra mirando por la salud mental de quienes están enganchados por devoción y por obligación o vocación al asunto-; ojalá hubiera finalizado ya el tormento –confío en que a quienes aludo entenderán algún día cuanto urdo-) poca es, porque escasea, la excelencia y mucha, porque abruma, la morralla.
Aunque ya sé y soy consciente de que generalizar acarrea injusticias varias, los mires por donde los mires, los candidatos a presidir la Generalitat (y, en algún caso concreto, hasta su cónyuge) son el morbo hecho carne o la extravagancia personificada (ni que hubieran invertido algunas horas de su preciado y precioso tiempo en leer y extraerle todo el zumo a “Amor y pedagogía”, de Unamuno y Jugo). No obstante lo predicado por Jonathan Swift (“Uno no debe avergonzarse a la hora reconocer sus errores; pues es tanto como afirmar que hoy es más sabio que ayer”), hay que tener, además de magnas cantidades de cara y cuajo y un morro como para ir pisándoselo al andar, tal inopia de luces y una ausencia total de vergüenza o un rostro abundante, que va dejando mucho rastro, sí, y pesa plurales arrobas, para subastar y adjudicar al mejor postor, en esos mercados o teatros de la basura que son las mentadas y lamentables puestas en escena (que he tenido que tragarme para poder opinar), sus lamparones, mancillas o vilezas.
Hay que ser muy deficitario intelectualmente hablando (tanto o más que quienes consumen de continuo o con cierta frecuencia campañas tan pésimas), o tener unas tragaderas inusitadas, o carecer de un mínimo de escrúpulos, para salir a esas palestras paletas (que semejan o son los escaparates de los citados vertederos) y, sin que se le escape un atisbo de ventosidad o pizca de regüeldo, jactarse al pregonar cómo conquistó u holló los “menosochomiles” abisales de la “precipiciada” y precipitada historia de su histeria, cuyos pormenores nadie (con dos dedos –o más- de frente) se enorgullecería de propalar a los cuatro vientos por las cuatro esquinas de esta piel de toro puesta a secar al sol que más calienta, que algunos seguimos llamando por su nombre, España.
El menda lerenda, “Otramotro”, no se ha decantado por un único nombre en concreto, porque está persuadido de que, salvo el representante de Ciutadans, silenciadísimo, elija el que elija (prueben ustedes a colocar el que más les guste y/o a mudarlo por cualquier otro del resto, asimismo ¿orate?, de sus homólogos), de la camada o formación política que sea, comprobará que apenas varía un ápice el criterio, la opinión, el estado de la cuestión o de las cosas.
No me extraña nada (de nada) que, entre los (e)lectores, cada vez haya más partidarios de depositar en las urnas el cívico, responsable y respetable voto en blanco.
Ángel Sáez García
“–Extravaga, hijo mío, extravaga cuanto puedas, que más vale eso que vagar a secas. Los memos que llaman extravagante al prójimo, ¡cuánto darían por serlo! Que no te clasifiquen; haz como el zorro, que con el jopo borra sus huellas; despístales. Sé ilógico a sus ojos hasta que renunciando a clasificarte se digan: es él, Apolodoro Carrascal (y llegados a este punto, que en realidad no es más que una sencilla coma, que cada quien mude la gracia bautismal y el primer apellido expresados por el nombre y los apellidos del candidato a la Presidencia de la Generalitat que más –o que menos, según sea el apetito o criterio que sostenga el sujeto en cuestión- le plazca), especie única. Sé tú, tú mismo, único e insustituible. No haya entre tus diversos actos y palabras más que un solo principio de unidad: tú mismo”.
Miguel de Unamuno
Parafraseando la idea que le llevó a don Pedro Calderón de la Barca a escribir su obra “En esta vida todo es verdad y todo es mentira”, plagiada o tamizada por Ramón de Campoamor en esta cuarteta, “En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”, cabe argüir que en la actual campaña electoral catalana (Dios quiera que acabe pronto el suplicio –el menda lerenda, “Otramotro”, lo impetra mirando por la salud mental de quienes están enganchados por devoción y por obligación o vocación al asunto-; ojalá hubiera finalizado ya el tormento –confío en que a quienes aludo entenderán algún día cuanto urdo-) poca es, porque escasea, la excelencia y mucha, porque abruma, la morralla.
Aunque ya sé y soy consciente de que generalizar acarrea injusticias varias, los mires por donde los mires, los candidatos a presidir la Generalitat (y, en algún caso concreto, hasta su cónyuge) son el morbo hecho carne o la extravagancia personificada (ni que hubieran invertido algunas horas de su preciado y precioso tiempo en leer y extraerle todo el zumo a “Amor y pedagogía”, de Unamuno y Jugo). No obstante lo predicado por Jonathan Swift (“Uno no debe avergonzarse a la hora reconocer sus errores; pues es tanto como afirmar que hoy es más sabio que ayer”), hay que tener, además de magnas cantidades de cara y cuajo y un morro como para ir pisándoselo al andar, tal inopia de luces y una ausencia total de vergüenza o un rostro abundante, que va dejando mucho rastro, sí, y pesa plurales arrobas, para subastar y adjudicar al mejor postor, en esos mercados o teatros de la basura que son las mentadas y lamentables puestas en escena (que he tenido que tragarme para poder opinar), sus lamparones, mancillas o vilezas.
Hay que ser muy deficitario intelectualmente hablando (tanto o más que quienes consumen de continuo o con cierta frecuencia campañas tan pésimas), o tener unas tragaderas inusitadas, o carecer de un mínimo de escrúpulos, para salir a esas palestras paletas (que semejan o son los escaparates de los citados vertederos) y, sin que se le escape un atisbo de ventosidad o pizca de regüeldo, jactarse al pregonar cómo conquistó u holló los “menosochomiles” abisales de la “precipiciada” y precipitada historia de su histeria, cuyos pormenores nadie (con dos dedos –o más- de frente) se enorgullecería de propalar a los cuatro vientos por las cuatro esquinas de esta piel de toro puesta a secar al sol que más calienta, que algunos seguimos llamando por su nombre, España.
El menda lerenda, “Otramotro”, no se ha decantado por un único nombre en concreto, porque está persuadido de que, salvo el representante de Ciutadans, silenciadísimo, elija el que elija (prueben ustedes a colocar el que más les guste y/o a mudarlo por cualquier otro del resto, asimismo ¿orate?, de sus homólogos), de la camada o formación política que sea, comprobará que apenas varía un ápice el criterio, la opinión, el estado de la cuestión o de las cosas.
No me extraña nada (de nada) que, entre los (e)lectores, cada vez haya más partidarios de depositar en las urnas el cívico, responsable y respetable voto en blanco.
Ángel Sáez García
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