Esta fiesta de los Inocentes conmemora la demente matanza terrible de unos niños por el ridículo y grosero rey Herodes. Niños inocentes que, como siempre siguen cayendo bajo la maldad e inoperancia ambiciosas de los petimetres en el poder.
En estos tiempos adventicios de vacuidad e inopia intelectual, los conceptos de inocencia y culpabilidad se difuminan y tergiversan. Las inocentadas, decayendo como sorpresiva broma, han cobrado cotidianidad en la insulsez inane de gentes que sueltan sus cómicas agudezas, incluso desde el Gobierno, que, un día sí y otro también, vienen con la inocentada de los pisos reducidos a ‘cajas de cerillas’, para paliar la necesidad de nuestros hijos, con la supresión de la muerte del ‘pobrecico’ toro, con los derechos de los perros y los monos, con la supresión y prohibición del tabaco, la memoria histórica y la alianza de civilizaciones, la negociación con una banda que ni se arrepiente ni entrega las armas, cuestiones todas ellas vitales para la vigencia de nuestras sagradas tradiciones y, sobre todo, para el auge del bienestar y el incentivo del bien común de los españoles.
Y es que hay criaturas de insolvencia tan maliciosa que se creen sus propias inocentadas revestidas con el ropaje de objetividad convincente para necios, como piensa este hombrezote del talante que son los españoles. Y, por esa onda, no distingue la inocencia de la culpabilidad; confunde sigilosamente la evidencia con el sueño, se fabrica sus ilusorias fantasías con su ‘vis’ rompedora, para convencer al crédulo, que se deja, de que Rovira, el aragonés renegado, es conveniente y necesario, que Otegui y los suyos, con su armamento y exigencias, son sinceros, que la ministra no ha quebrado y marrado el aeropuerto, que los jomeinis turcos y persas, muy democráticos de siempre, buscan la alianza pacífica y que sus amigos bananeros de las repúblicas de allende son los auténticos dirigentes de peso internacional. El régimen zapateril nos colma de una perpetua inocentada que insensiblemente aboque a la ya vieja desfiguración de España, que no será reconocida ni por la santa que ‘la parió’. A pesar de su discurso televisivo, que pinta sus logros de idílicos, el pueblo sabe, el pueblo lo conoce, el pueblo, avispado, lo ha calado. No obstante, si las próximas las gana, vayan confesando.
En política, ya se sabe; el ‘quid cuestio’ estriba en desvelar, si el gabinete se cree sus propios mitos, pues, comprobado lo contrario, la realidad tremenda y nefasta sería que, conscientemente, se está aniquilando la entidad sacrosanta de España en sus tradiciones, valores y creencias, desmontando el encaje nacional y demoliendo el Estado. La progresía de la inocentada incide, sin descanso, en la confrontación y la intervención de la vida cotidiana; se hace culpable –esperemos que sea inocentemente- de la fractura tradicional y de la quiebra nacional; si todo ello respondiera a un plan preconcebido y malintencionado, España habrá de llorar con Boaddil, destrozada, en su ‘Silla del Moro’, la ‘pérdida de su Granada’.
¿Quiénes son los inocentes y quiénes los culpables? Estos gobernantes que se dicen progresistas o los ciudadanos silenciosos y expectantes?
Camilo Valverde Mudarra
En estos tiempos adventicios de vacuidad e inopia intelectual, los conceptos de inocencia y culpabilidad se difuminan y tergiversan. Las inocentadas, decayendo como sorpresiva broma, han cobrado cotidianidad en la insulsez inane de gentes que sueltan sus cómicas agudezas, incluso desde el Gobierno, que, un día sí y otro también, vienen con la inocentada de los pisos reducidos a ‘cajas de cerillas’, para paliar la necesidad de nuestros hijos, con la supresión de la muerte del ‘pobrecico’ toro, con los derechos de los perros y los monos, con la supresión y prohibición del tabaco, la memoria histórica y la alianza de civilizaciones, la negociación con una banda que ni se arrepiente ni entrega las armas, cuestiones todas ellas vitales para la vigencia de nuestras sagradas tradiciones y, sobre todo, para el auge del bienestar y el incentivo del bien común de los españoles.
Y es que hay criaturas de insolvencia tan maliciosa que se creen sus propias inocentadas revestidas con el ropaje de objetividad convincente para necios, como piensa este hombrezote del talante que son los españoles. Y, por esa onda, no distingue la inocencia de la culpabilidad; confunde sigilosamente la evidencia con el sueño, se fabrica sus ilusorias fantasías con su ‘vis’ rompedora, para convencer al crédulo, que se deja, de que Rovira, el aragonés renegado, es conveniente y necesario, que Otegui y los suyos, con su armamento y exigencias, son sinceros, que la ministra no ha quebrado y marrado el aeropuerto, que los jomeinis turcos y persas, muy democráticos de siempre, buscan la alianza pacífica y que sus amigos bananeros de las repúblicas de allende son los auténticos dirigentes de peso internacional. El régimen zapateril nos colma de una perpetua inocentada que insensiblemente aboque a la ya vieja desfiguración de España, que no será reconocida ni por la santa que ‘la parió’. A pesar de su discurso televisivo, que pinta sus logros de idílicos, el pueblo sabe, el pueblo lo conoce, el pueblo, avispado, lo ha calado. No obstante, si las próximas las gana, vayan confesando.
En política, ya se sabe; el ‘quid cuestio’ estriba en desvelar, si el gabinete se cree sus propios mitos, pues, comprobado lo contrario, la realidad tremenda y nefasta sería que, conscientemente, se está aniquilando la entidad sacrosanta de España en sus tradiciones, valores y creencias, desmontando el encaje nacional y demoliendo el Estado. La progresía de la inocentada incide, sin descanso, en la confrontación y la intervención de la vida cotidiana; se hace culpable –esperemos que sea inocentemente- de la fractura tradicional y de la quiebra nacional; si todo ello respondiera a un plan preconcebido y malintencionado, España habrá de llorar con Boaddil, destrozada, en su ‘Silla del Moro’, la ‘pérdida de su Granada’.
¿Quiénes son los inocentes y quiénes los culpables? Estos gobernantes que se dicen progresistas o los ciudadanos silenciosos y expectantes?
Camilo Valverde Mudarra