Leo en Voto en Blanco que se puede estar pensando en la creación de partidos religiosos en los parlamentos democráticos occidentales -en los países de confesión islámica ya se dan estos partidos-.
El objetivo sería preservar los valores cristianos que están siendo barridos por la ola de relativismo. Relativismo que nace de las conveniencias que sobre la marcha vayan siendo necesarias para alcanzar o permanecer en el poder sin tener unos objetivos o unos valores permanentes sobre los que asentar la realidad política. Así, si se eliminan los valores permanentes de la sociedad, se elimina el estorbo que impide en cada momento plantear objetivos políticos según los intereses de cada momento sin tener a la vista el referente de los valores permanentes.
Ante la ola que estamos viviendo en España de cainismo político, de cordones sanitarios alrededor de partidos democráticos, de asalto al poder de pequeños partidos con alianzas espurias que distorsionan la voluntad popular se hace necesario una regeneración política. Esto sin duda es urgente. Y cuando nuestros políticos viven de la política, se acabaron los ideales y aparecen sólo los intereses de vivir del negocio político. Sí, la política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos.
Pero, ¿justifica esto, en nuestra cultura occidental, el partido religioso?. ¿No pertenece al antiguo régimen ver a los obispos en el parlamento?. ¿No se debe nuestro desarrollo occidental al principio de la autonomía de lo civil y lo político frente a lo religioso -Dad el al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios- ?. ¿No produce cierto desasosiego cuando el laicismo quieren hacerse religión del Estado?.
Desde el Vaticano II, el concilio que hace entrar a la Iglesia en los tiempos modernos, no se concibe un partido católico porque rompería la autonomía de lo temporal frente a la autonomía de lo religioso (Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual), e impondría a los católicos una grave carga moral contra su libertad que les impediría elegir entre opciones políticas diversas pues ninguna tiene la verdad completa.
La experiencia de partidos políticos confesionales no nos ofrece garantías de limpieza democrática. No hace falta recordar los partidos políticos confesionales hundidos en la corrupción, en alianzas sospechosas con otros poderes y en el olvido de sus valores fundacionales para obtener el poder.
¿Qué camino nos queda para regenerar la vida política?. ¿No hay esperanza?. ¿Todo lo que toca el poder se corrompe?. Sin duda, todo lo que toca el poder se corrompe. Sólo los ciudadanos que no tienen poder son capaces de pedir cuentas y por tanto son los únicos que pueden ser guardianes de la limpieza política.
Hubo un tiempo feliz en el que creímos que los hombres honrados podrían hacer política. Sí, es verdad siempre que no les dé tiempo a corromperse. Pero ¿quién prepara ciudadanos honrados?. Desde luego no es función de la Iglesia Católica preparar políticos pero sí la de preparar hombres formados en valores humanos y cristianos que se comprometan con la realidad de su entorno, de su mundo. Ese es el camino que marca el Vaticano II.
Sólo los ciudadanos libres pueden cambiar este estado agónico de la política. Los políticos profesionales y los hombres de partido no ven este estado agónico porque están dentro y se engordan con la flaquezas de los demás. Está comiendo aquello que le quitan a los ciudadanos libres.
Sólo los ciudadanos libres pueden exigir a los políticos, porque no están a atados al poder con sus prebendas, no necesitan depender del partido para vivir, no necesitan mirar al jefe para hablar, no necesitan ver los dedos del portavoz del partido en el Parlamento para saber qué deben votar.
Sólo son ciudadanos libres aquellos que son capaces de elegir lo mejor siguiendo su criterio aunque se equivoquen, porque no tienen que dar cuenta de sus actos al jefe.
Y aquí está la cuestión: ¿cómo se hacen ciudadanos libres?. Ahí sí podría la Iglesia crear espacios de formación en valores cristianos. Pero esto exige otra reflexión.
M V.M.
El objetivo sería preservar los valores cristianos que están siendo barridos por la ola de relativismo. Relativismo que nace de las conveniencias que sobre la marcha vayan siendo necesarias para alcanzar o permanecer en el poder sin tener unos objetivos o unos valores permanentes sobre los que asentar la realidad política. Así, si se eliminan los valores permanentes de la sociedad, se elimina el estorbo que impide en cada momento plantear objetivos políticos según los intereses de cada momento sin tener a la vista el referente de los valores permanentes.
Ante la ola que estamos viviendo en España de cainismo político, de cordones sanitarios alrededor de partidos democráticos, de asalto al poder de pequeños partidos con alianzas espurias que distorsionan la voluntad popular se hace necesario una regeneración política. Esto sin duda es urgente. Y cuando nuestros políticos viven de la política, se acabaron los ideales y aparecen sólo los intereses de vivir del negocio político. Sí, la política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos.
Pero, ¿justifica esto, en nuestra cultura occidental, el partido religioso?. ¿No pertenece al antiguo régimen ver a los obispos en el parlamento?. ¿No se debe nuestro desarrollo occidental al principio de la autonomía de lo civil y lo político frente a lo religioso -Dad el al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios- ?. ¿No produce cierto desasosiego cuando el laicismo quieren hacerse religión del Estado?.
Desde el Vaticano II, el concilio que hace entrar a la Iglesia en los tiempos modernos, no se concibe un partido católico porque rompería la autonomía de lo temporal frente a la autonomía de lo religioso (Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual), e impondría a los católicos una grave carga moral contra su libertad que les impediría elegir entre opciones políticas diversas pues ninguna tiene la verdad completa.
La experiencia de partidos políticos confesionales no nos ofrece garantías de limpieza democrática. No hace falta recordar los partidos políticos confesionales hundidos en la corrupción, en alianzas sospechosas con otros poderes y en el olvido de sus valores fundacionales para obtener el poder.
¿Qué camino nos queda para regenerar la vida política?. ¿No hay esperanza?. ¿Todo lo que toca el poder se corrompe?. Sin duda, todo lo que toca el poder se corrompe. Sólo los ciudadanos que no tienen poder son capaces de pedir cuentas y por tanto son los únicos que pueden ser guardianes de la limpieza política.
Hubo un tiempo feliz en el que creímos que los hombres honrados podrían hacer política. Sí, es verdad siempre que no les dé tiempo a corromperse. Pero ¿quién prepara ciudadanos honrados?. Desde luego no es función de la Iglesia Católica preparar políticos pero sí la de preparar hombres formados en valores humanos y cristianos que se comprometan con la realidad de su entorno, de su mundo. Ese es el camino que marca el Vaticano II.
Sólo los ciudadanos libres pueden cambiar este estado agónico de la política. Los políticos profesionales y los hombres de partido no ven este estado agónico porque están dentro y se engordan con la flaquezas de los demás. Está comiendo aquello que le quitan a los ciudadanos libres.
Sólo los ciudadanos libres pueden exigir a los políticos, porque no están a atados al poder con sus prebendas, no necesitan depender del partido para vivir, no necesitan mirar al jefe para hablar, no necesitan ver los dedos del portavoz del partido en el Parlamento para saber qué deben votar.
Sólo son ciudadanos libres aquellos que son capaces de elegir lo mejor siguiendo su criterio aunque se equivoquen, porque no tienen que dar cuenta de sus actos al jefe.
Y aquí está la cuestión: ¿cómo se hacen ciudadanos libres?. Ahí sí podría la Iglesia crear espacios de formación en valores cristianos. Pero esto exige otra reflexión.
M V.M.