El voto en blanco, el voto del hastío, del rechazo al politiqueo ha ganado las elecciones. La abstención, en el 43,23%, con un aumento de casi seis puntos, respecto al 37,46 en los anteriores comicios, ha sido la vencedora en Cataluña.
En la liza partidaria, CiU, recuperando Barcelona, gana las elecciones sin alcanzar una holgada victoria. El otro vencedor es el reciente Ciutadans; a gritos de «libertad, libertad», comparecía el joven abogado Albert Rivera, tras la hazaña de lograr tres escaños «Hace mucho tiempo, dijo, que teníamos un sueño, una Cataluña diferente donde no se sancione a las empresas ni los ciudadanos por hablar una lengua u otra, donde no se hagan informes para conocer la ideología de los periodistas, donde invertir en sanidad o vivienda sea más importante que discutir en selecciones catalanas». El PP, con sus catorce diputados, se mantiene en esa selva de vientos hostiles que ya es meritorio. Piqué sale dignificado y airoso; su estrategia sirve de munición para quienes lo acusan de «blando» o «criptonacionalista».
El gran perdedor es Zapatero; su apuesta, al malograr cinco escaños el PSC de Montilla que no ha movido ni a su propio predio del cinturón rojo de Barcelona, apunta un rotundo fracaso. Si el PSC fuera el referente del PSOE en Cataluña, Zapatero podría imponer la fórmula de la «socioconvergencia». Montilla es la nueva víctima del leonés Zapatero. Situar al pobre ex ministro como el gran damnificado de las elecciones de ayer, es acudir a la caza menor. La singular maniobra del presidente, si el talante tiene alguna, se basó en el Estatuto, el afianzamiento del socialismo catalán y el cambio de Maragall por Montilla. La flecha se le ha revuelto: el Estatuto suscita enorme indiferencia; y Montilla, trasquilado para los restos, resultó el peor candidato posible. Zapatero, pues, es el gran derrotado de unas elecciones que, a Cataluña, no le interesan. Se podría hablar de una sociedad inerte, incapaz de reaccionar ante el grueso abuso, la campante corrupción y el insano nacionalismo de salón, que, por sabido, no parece lo más relevante de esta jornada.
La grave constatación es que Zapatero no acierta, en su camino va dejando despojos; ahora marrará también cualquier solución de gobierno que idee. Sin embargo, el lastre pegajoso y molesto, en todos los casos, está en el nacionalismo más radical, que zigzaguea los bordes del segregacionismo y el independentismo más nocivo. Una ERC en retroceso puede tener la clave, pese a extraviar dos escaños. Ni CiU ni las urnas dieron un resultado claro de Gobierno.
Diálogo y pacto son las palabras manoseadas por las sedes de los partidos aspirantes en su desencanto. Y, como en muchas ocasiones, vendrá y gobernarán unos que no recibieron el encargo del elector.
Camilo Valverde Mudarra
En la liza partidaria, CiU, recuperando Barcelona, gana las elecciones sin alcanzar una holgada victoria. El otro vencedor es el reciente Ciutadans; a gritos de «libertad, libertad», comparecía el joven abogado Albert Rivera, tras la hazaña de lograr tres escaños «Hace mucho tiempo, dijo, que teníamos un sueño, una Cataluña diferente donde no se sancione a las empresas ni los ciudadanos por hablar una lengua u otra, donde no se hagan informes para conocer la ideología de los periodistas, donde invertir en sanidad o vivienda sea más importante que discutir en selecciones catalanas». El PP, con sus catorce diputados, se mantiene en esa selva de vientos hostiles que ya es meritorio. Piqué sale dignificado y airoso; su estrategia sirve de munición para quienes lo acusan de «blando» o «criptonacionalista».
El gran perdedor es Zapatero; su apuesta, al malograr cinco escaños el PSC de Montilla que no ha movido ni a su propio predio del cinturón rojo de Barcelona, apunta un rotundo fracaso. Si el PSC fuera el referente del PSOE en Cataluña, Zapatero podría imponer la fórmula de la «socioconvergencia». Montilla es la nueva víctima del leonés Zapatero. Situar al pobre ex ministro como el gran damnificado de las elecciones de ayer, es acudir a la caza menor. La singular maniobra del presidente, si el talante tiene alguna, se basó en el Estatuto, el afianzamiento del socialismo catalán y el cambio de Maragall por Montilla. La flecha se le ha revuelto: el Estatuto suscita enorme indiferencia; y Montilla, trasquilado para los restos, resultó el peor candidato posible. Zapatero, pues, es el gran derrotado de unas elecciones que, a Cataluña, no le interesan. Se podría hablar de una sociedad inerte, incapaz de reaccionar ante el grueso abuso, la campante corrupción y el insano nacionalismo de salón, que, por sabido, no parece lo más relevante de esta jornada.
La grave constatación es que Zapatero no acierta, en su camino va dejando despojos; ahora marrará también cualquier solución de gobierno que idee. Sin embargo, el lastre pegajoso y molesto, en todos los casos, está en el nacionalismo más radical, que zigzaguea los bordes del segregacionismo y el independentismo más nocivo. Una ERC en retroceso puede tener la clave, pese a extraviar dos escaños. Ni CiU ni las urnas dieron un resultado claro de Gobierno.
Diálogo y pacto son las palabras manoseadas por las sedes de los partidos aspirantes en su desencanto. Y, como en muchas ocasiones, vendrá y gobernarán unos que no recibieron el encargo del elector.
Camilo Valverde Mudarra
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