España, sin Gobierno y con la sublevación de Cataluña, es un tigre herido por el intento de consumar el delito de sedición en año y medio; el pueblo español con el zarandeo de la matraca secesionista está ya más que harto; ese juego del "proceso catalán" ha avivado la ira del rechazo y la tensión va en aumento; este envite de corrupción y sacaliña tiene la vieja rémora de los siglos; es ya hora, desde el 9-N, se espera la aplicación de la ley y la intervención policial, aunque hay quien dice que no es esa la solución. Esta es una situación reaccionaria, antieuropea, con los nacionalistas como vanguardia de una sociedad regresiva, el artificioso regionalismo de una España insolidaria en la que todo el mundo prefiere su secta a su Patria. Por eso, muchos ya proponen la formación de un Gobierno de Unidad Nacional, para hacer frente al grupo sedicioso y corregir la ley electoral y así también, poniendo fin al desgobierno y su vacío, impedir la formación de un bloque xenófobo, asambleario, antisistema, que se lleve la nación por delante; es gente que no quiere recuperar la idea de España, sino que vive el odio irracional antiespañol y antieuropeo que conduce al desatino; y es que no saben, no pueden hablar de la Patria, se avergüenzan de decir España.
Aquí, siempre, todo resulta más complicado y costoso, en esta demorada rutina no se sabe, cuándo alguien gobernará España o si nos llamarán a unas nuevas elecciones. El asunto no cuadra, las gestiones para formar gobierno se demoran en entrevistas protocolarias y acaso reuniones secretas al albur de un calendario que fija sus propias prioridades. Las naciones serias de la UE resuelven en pocos días la constitución del Parlamento y del Gabinete Ejecutivo. Son países que entienden que los asuntos públicos requieren, por respeto a los ciudadanos y contribuyentes, atención apremiante y diligencia inmediata. No es fácil entender esta indolencia administrativa crónica, a juzgar por tanta parsimonia, pues, la vida política española tiene pendientes de solución cuestiones de necesidad perentoria; centenares, miles de proyectos de inversión están pendientes de un proceso político de indolencia crónica, que discurre con el ritmo moroso de un reglamento decimonónico; y gracias que Rajoy dejó aprobado el presupuesto.
Hay voces de dirigentes históricos del PSOE que mueven sus hilos con serios consejos a P. Sánchez, para que no pacte con la izquierda radical y colabore urgentemente a formar la gran coalición de PP, PSOE y C's; pero él obtuso se empeña en el precipicio y sale con ese ridículo viaje a Portugal a mostrar su ignorancia y, a la vez, a airear la situación crítica de España. Es que este socialista no tiene mucha valía; no hay aquí políticos de talla, desprendidos, generosos, con grandeza de miras, que busquen el bien común y no sólo sus conveniencias. Horas después de perder estas últimas elecciones, con un 22% de apoyo, el peor resultado del PSOE en unas elecciones generales, P. Sánchez anunció que había «hecho historia», en lugar de dimitir allí mismo. Sabido es que la victoria tiene numerosos padres y la derrota vive en la orfandad, según John F. Kennedy. El negarse al pacto con el PP, sí lo sabe bien.
No obstante, las elecciones del 20-D han señalado a cada partido su puesto, han desembocado en una composición del Congreso que muy difícilmente permitirá un gobierno estable. Habrá elecciones en tres o cuatro meses o, si se consigue formar gobierno, en menos de dos años, que es lo máximo que razonablemente podría aguantar un gobierno multipartidista. Por más que Rajoy, en su insufrible espera de ese dejar pasar el tiempo, se oculte tras la máscara de la imperturbabilidad que le constriñe, cada día va a sentir con mayor desgarro la dimensión de la negativa y el fracaso. Tiene el grupo parlamentario más grande, pero no el número de escaños, que importa para poder sumar. Se dice que habrá Gobierno, pero hay que tener mucha paciencia, la negociación no ha empezado, aunque mucha gente crea que estamos en el final.
C. Mudarra
Aquí, siempre, todo resulta más complicado y costoso, en esta demorada rutina no se sabe, cuándo alguien gobernará España o si nos llamarán a unas nuevas elecciones. El asunto no cuadra, las gestiones para formar gobierno se demoran en entrevistas protocolarias y acaso reuniones secretas al albur de un calendario que fija sus propias prioridades. Las naciones serias de la UE resuelven en pocos días la constitución del Parlamento y del Gabinete Ejecutivo. Son países que entienden que los asuntos públicos requieren, por respeto a los ciudadanos y contribuyentes, atención apremiante y diligencia inmediata. No es fácil entender esta indolencia administrativa crónica, a juzgar por tanta parsimonia, pues, la vida política española tiene pendientes de solución cuestiones de necesidad perentoria; centenares, miles de proyectos de inversión están pendientes de un proceso político de indolencia crónica, que discurre con el ritmo moroso de un reglamento decimonónico; y gracias que Rajoy dejó aprobado el presupuesto.
Hay voces de dirigentes históricos del PSOE que mueven sus hilos con serios consejos a P. Sánchez, para que no pacte con la izquierda radical y colabore urgentemente a formar la gran coalición de PP, PSOE y C's; pero él obtuso se empeña en el precipicio y sale con ese ridículo viaje a Portugal a mostrar su ignorancia y, a la vez, a airear la situación crítica de España. Es que este socialista no tiene mucha valía; no hay aquí políticos de talla, desprendidos, generosos, con grandeza de miras, que busquen el bien común y no sólo sus conveniencias. Horas después de perder estas últimas elecciones, con un 22% de apoyo, el peor resultado del PSOE en unas elecciones generales, P. Sánchez anunció que había «hecho historia», en lugar de dimitir allí mismo. Sabido es que la victoria tiene numerosos padres y la derrota vive en la orfandad, según John F. Kennedy. El negarse al pacto con el PP, sí lo sabe bien.
No obstante, las elecciones del 20-D han señalado a cada partido su puesto, han desembocado en una composición del Congreso que muy difícilmente permitirá un gobierno estable. Habrá elecciones en tres o cuatro meses o, si se consigue formar gobierno, en menos de dos años, que es lo máximo que razonablemente podría aguantar un gobierno multipartidista. Por más que Rajoy, en su insufrible espera de ese dejar pasar el tiempo, se oculte tras la máscara de la imperturbabilidad que le constriñe, cada día va a sentir con mayor desgarro la dimensión de la negativa y el fracaso. Tiene el grupo parlamentario más grande, pero no el número de escaños, que importa para poder sumar. Se dice que habrá Gobierno, pero hay que tener mucha paciencia, la negociación no ha empezado, aunque mucha gente crea que estamos en el final.
C. Mudarra
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