El pleno del Congreso, con el voto en contra de PP, CiU y PNV, ha eliminado dos artículos del Código Civil que, amparando a padres y tutores a "corregir razonable y moderadamente" a los niños, daban cobertura legal al denominado 'cachete'. Los padres quedan desasistidos legalmente. Y los hijos, cubiertos del derecho a no ser educados, pierden el de recibir educación.
El gobernante no fue designado para irrumpir en espaciaos de decisión que no le pertenecen ni a legislar contra usos y costumbres establecidas. Es algo inaudito. Hay mentes inconsistentes, absurdas e incongruentes. La izquierda nociva e intervencionista, no tiene otra cosa que hacer, sino legislar sobre el cachete. Mientras propugna la liberalización del aborto, que tritura y asesina impunemente fetos de siete meses, traen una ley, por la que el niño de siete años, intocable, tiranice a los padres.
El ciudadano atónito y atrapado en sus agobios mileuristas, en sus abrasantes hipotecas, en los atenazantes precios, en sus miedos al robo, atraco y atentado, no entiende que los políticos acomodados en sus gruesos sueldos y poltronas, abandonen la eficiencia, permitan campear las modernas mafias del asalto y el terror, los especuladores de terrenos y ladrillos con la connivencia de ediles versados en ambiciosos resquicios y ribetes de la Ley, y dancen violadores asesinos y maltratadotes, que salen de breve encarcelamiento con cierta impunidad amparada por la ley; no comprende la ineficacia de este estado de derecho en que gruesas corruptelas resguardan sus montos en paraísos fiscales y la risa de esos pillos provocadores que se mofan de esta nación durante largos años, mientras su clase política osa perder el tiempo en insulsa y ya célebre Ley del cachete o la que arremete contra los conductores, y, ahora contra los padres. Los grandes delitos sueltos, los niños al pairo del instinto y los sufridos padres a chirona.
Un padre y un profesor, conscientes y formados, conocen suficientemente su deber. ¡Era muy preciso arrasar los valores arraigados en tradición de siglos de historia! Hoy, en esta crisis de autoridad e instalado el “todo da igual”, la sociedad ha perdido asideros. El cachete no entraña daño físico ni moral, aplicado por los padres responsables, desde el afecto y la corrección cariñosa, es educativo y primordial; por el contrario, la inhibición y la dejación del correctivo oportuno, es perjudicial y deformativo. Entre el cachete y el apaleo físico y psicológico media el acto razonable ajeno al furor agresivo y violento.
Un cachete es un acto de autoridad necesario, necesidad que ha de valorar el que, por derecho, ostenta tal autoridad, la entidad paterna; puede y debe determinar, en su función responsable, cómo y cuándo apuntalar los desvíos del hijo, corregir los impulsos instintivos y reprimir las veleidades, caprichos, yerros y rebeldías.
Esta Ley es una mera simpleza; la clase política viene a quedar en evidencia; la vida examina cada día del arte de vivir; asignatura, que, perversa, muestra que, al no alcanzar ni acertar en las cuestiones importantes, se complica, tercia y enmaraña en pequeños ovillos vacuos; la realidad se impone y, sin ambages, le encara su mueca burlesca y cómica, motivo, casi seguro de chanza y chirigota. A muchos, nos zurraron alguna vez en la casa o en la escuela, y, aquí, estamos derechos, firmes y sin traumas de blandura y sandez modernas.
Camilo Valverde Mudarra
El gobernante no fue designado para irrumpir en espaciaos de decisión que no le pertenecen ni a legislar contra usos y costumbres establecidas. Es algo inaudito. Hay mentes inconsistentes, absurdas e incongruentes. La izquierda nociva e intervencionista, no tiene otra cosa que hacer, sino legislar sobre el cachete. Mientras propugna la liberalización del aborto, que tritura y asesina impunemente fetos de siete meses, traen una ley, por la que el niño de siete años, intocable, tiranice a los padres.
El ciudadano atónito y atrapado en sus agobios mileuristas, en sus abrasantes hipotecas, en los atenazantes precios, en sus miedos al robo, atraco y atentado, no entiende que los políticos acomodados en sus gruesos sueldos y poltronas, abandonen la eficiencia, permitan campear las modernas mafias del asalto y el terror, los especuladores de terrenos y ladrillos con la connivencia de ediles versados en ambiciosos resquicios y ribetes de la Ley, y dancen violadores asesinos y maltratadotes, que salen de breve encarcelamiento con cierta impunidad amparada por la ley; no comprende la ineficacia de este estado de derecho en que gruesas corruptelas resguardan sus montos en paraísos fiscales y la risa de esos pillos provocadores que se mofan de esta nación durante largos años, mientras su clase política osa perder el tiempo en insulsa y ya célebre Ley del cachete o la que arremete contra los conductores, y, ahora contra los padres. Los grandes delitos sueltos, los niños al pairo del instinto y los sufridos padres a chirona.
Un padre y un profesor, conscientes y formados, conocen suficientemente su deber. ¡Era muy preciso arrasar los valores arraigados en tradición de siglos de historia! Hoy, en esta crisis de autoridad e instalado el “todo da igual”, la sociedad ha perdido asideros. El cachete no entraña daño físico ni moral, aplicado por los padres responsables, desde el afecto y la corrección cariñosa, es educativo y primordial; por el contrario, la inhibición y la dejación del correctivo oportuno, es perjudicial y deformativo. Entre el cachete y el apaleo físico y psicológico media el acto razonable ajeno al furor agresivo y violento.
Un cachete es un acto de autoridad necesario, necesidad que ha de valorar el que, por derecho, ostenta tal autoridad, la entidad paterna; puede y debe determinar, en su función responsable, cómo y cuándo apuntalar los desvíos del hijo, corregir los impulsos instintivos y reprimir las veleidades, caprichos, yerros y rebeldías.
Esta Ley es una mera simpleza; la clase política viene a quedar en evidencia; la vida examina cada día del arte de vivir; asignatura, que, perversa, muestra que, al no alcanzar ni acertar en las cuestiones importantes, se complica, tercia y enmaraña en pequeños ovillos vacuos; la realidad se impone y, sin ambages, le encara su mueca burlesca y cómica, motivo, casi seguro de chanza y chirigota. A muchos, nos zurraron alguna vez en la casa o en la escuela, y, aquí, estamos derechos, firmes y sin traumas de blandura y sandez modernas.
Camilo Valverde Mudarra
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