Empeñado Javier Arenas en no quedarse fuera de la un Estatuto Andaluz que, como el catalán, ha sido elaborado por políticos profesionales, sin que nunca respondiera al interés del pueblo, ha arrastrado al PP a cometer uno de los mayores errrores de la presente legislatura al decir "si" al documento.
El PSOE necesitaba la adhesión del PP para obtener así un "placet" moral a su política de transformación territorial de España y de reforma camuflada de la Constitución, iniciada con los estatus de las dos autonomías de mayor población, Cataluña y Andalucía, al que seguirán nuevas y sorprendentes concesiones en el País Vasco y otros territorios.
Con ese "si", el PP pierde toda legitimidad para cuestionar la conmoción territorial que está impulsando el PSOE en España y, concretamente, el Estatuto de Cataluña, un documento mucho más indigno, totalitario y anticonstitucional que el andaluz.
¿Qué gana el PP de Andalucía al sumarse al Estatuto? Nada. Su problema no es, como creen sus líderes, el aislamiento político, sino todo lo contrario, el aislamiento ciudadano, su falta de ímpetu y de ideas para desplegar una oposición enérgica al eterno PSOE y para ofrecer al ciudadano andaluz una alternativa fiable e ilusionante.
Al votar finalmente "si", en contra de los cuatro millones de firmas ciudadanas solicitadas por los populares y después de tantas críticas, enmiendas y amenazas, el PP sólo ha conseguido proyectar a la sociedad andaluza el mensaje de que es un partido más, muy parecido a los demás, alejado de los ciudadanos y, eso sí, con "hambre de gobierno", lo que significa, sólo, que tiene prisa por disfrutar del poder que el PSOE posee desde hace un cuarto de siglo, tras ganarle una elección tras otra.
Votar "no" al Estatuto Andaluz habría servido para enviar un mensaje claro a la sociedad: somos diferentes, somos demócratas y nunca aprobaremos un Estatuto que no haya sido consultado a los ciudadanos, elaborado teniendo en cuenta las inquietudes, deseos e ilusiones de una ciudadanía a la que hoy ha demostrado ignorar, como suelen hacer los partidos políticos en las partitocracias, no en las verdaderas democracias.
El PSOE necesitaba la adhesión del PP para obtener así un "placet" moral a su política de transformación territorial de España y de reforma camuflada de la Constitución, iniciada con los estatus de las dos autonomías de mayor población, Cataluña y Andalucía, al que seguirán nuevas y sorprendentes concesiones en el País Vasco y otros territorios.
Con ese "si", el PP pierde toda legitimidad para cuestionar la conmoción territorial que está impulsando el PSOE en España y, concretamente, el Estatuto de Cataluña, un documento mucho más indigno, totalitario y anticonstitucional que el andaluz.
¿Qué gana el PP de Andalucía al sumarse al Estatuto? Nada. Su problema no es, como creen sus líderes, el aislamiento político, sino todo lo contrario, el aislamiento ciudadano, su falta de ímpetu y de ideas para desplegar una oposición enérgica al eterno PSOE y para ofrecer al ciudadano andaluz una alternativa fiable e ilusionante.
Al votar finalmente "si", en contra de los cuatro millones de firmas ciudadanas solicitadas por los populares y después de tantas críticas, enmiendas y amenazas, el PP sólo ha conseguido proyectar a la sociedad andaluza el mensaje de que es un partido más, muy parecido a los demás, alejado de los ciudadanos y, eso sí, con "hambre de gobierno", lo que significa, sólo, que tiene prisa por disfrutar del poder que el PSOE posee desde hace un cuarto de siglo, tras ganarle una elección tras otra.
Votar "no" al Estatuto Andaluz habría servido para enviar un mensaje claro a la sociedad: somos diferentes, somos demócratas y nunca aprobaremos un Estatuto que no haya sido consultado a los ciudadanos, elaborado teniendo en cuenta las inquietudes, deseos e ilusiones de una ciudadanía a la que hoy ha demostrado ignorar, como suelen hacer los partidos políticos en las partitocracias, no en las verdaderas democracias.