---
Nadie sintoniza a Federico Jiménez Losantos para conocer la actualidad porque su panel de noticias es escaso e incompleto. Le escuchan para oír por las ondas críticas que se dirigen contra un partido y otro, sobre todo contra la línea de flotación de una democracia de la que muchos se alejan porque creen que se ha prostituído y degradado.
En la mal llamada “Democracia Española” (en realidad transformada en una Partitocracia), el poder casi ha borrado del mapa al periodismo independiente y libre, sustituyéndolo por un periodismo sometido o que ha tomado partido por alguno de los grandes poderes, sobre todo por algún partido político. Esos medios no se encargan ya de fiscalizar el poder, ni de acosarlo con la verdad, una práctica encomendada históricamente al periodismo, que es imprescindible para una verdadera democracia. Muchos periodistas no se dedican ya a buscar y difundir la verdad, como es su deber, ni a luchar por los intereses de la ciudadanía, sino a defender a su bando político, a difundir “la verdad del poder” y a idear argumentos que benefician al bando propio y perjudican al contrario.
En la España actual es imposible que se emita un programa como “La Clave”, que hizo furor en la Transición, donde el debate era libre y abierto. Su lugar lo ocupa ahora “59 segundos”, un falso debate donde cada partido envía a sus perros de presa con la orden de defender lo propio y despedazar al contrario.
En la prensa escrita, el periodismo crítico y fiscalizador del poder es menos reducido, pero terriblemente minoritario. Los fiscalizadores del poder son apenas un combativo y heroico grupo de periodistas que parecen una especie en peligro de extinción.
El “regimen” está preocupado con Federico Jiménez Losantos no sólo porque gana audiencia cada día, sino porque su estilo y sus mensajes críticos y fiscalizadores están despertando la rebeldía cívica, calando y desvelando las miserias y la degradación del sistema. Su capacidad de criticar a los socialistas y a los populares, a los nacionalistas y a los comunistas, le otorga credibilidad y atrae no sólo a los votantes del PP sino a la masa creciente de auténticos demócratas convencidos de que la democracia ha sido transformada, a traición y por los partidos políticos, en una oligocracia de partidos que no merece el respeto ciudadano.
Silenciar a la COPE se ha convertido en una obsesión para el régimen. Si pudieran, la interferirían con ruidos, como Franco hacía con la “Pirenaica”, pero ellos prefieren presionar a los obispos o lanzar contra la cadena a sus perros de presa.
La superioridad de Federico Jiménez Losantos sobre gente como Gabilondo, Francino o Sopena, por mencionar sólo a algunos "hooligans" progubernamentales, se basa en que él es capaz de criticar a unos, a otros y, sobretodo, al sistema, mientras que los amigos del poder siempre respetan el sistema, por muy deteriorado que esté, y defienden a sus aliados con el comportamiento clásico de los “comisarios políticos”, aquellos antiguos agitadores de masas al servicio del comunismo que sólo veían y criticaban los errores del adversario occidental, mientras silenciaban las miserias de su totalitario y esclavizante sistema político.
Como ocurría con el Franquismo, el “régimen” está exasperado con la COPE, la nueva Pirenaica, hasta el punto de que algunos de sus servidores, demostrando que la democracia y el respeto a la libertad de información es sólo un ropaje, están pidiendo su cierre. Algunos han llegado, incluso, a pedir una bomba bajo los pies de Federico.
Sin embargo, otros muchos opinan que la COPE está prestando a la sociedad española un servicio imprescindible y de altísimo valor democrático. Creen que es el único medio de alcance masivo con capacidad crítica y fiscalizadora del poder, algo imprescindible en democracia.
Si la COPE no existiera, la democracia española se encontraría hoy, probablemente, cinco o seis escalones más abajo en la escalara que desciende al pozo totalitario, demasiado cerca ya del lodo de la pocilga.
Nadie sintoniza a Federico Jiménez Losantos para conocer la actualidad porque su panel de noticias es escaso e incompleto. Le escuchan para oír por las ondas críticas que se dirigen contra un partido y otro, sobre todo contra la línea de flotación de una democracia de la que muchos se alejan porque creen que se ha prostituído y degradado.
En la mal llamada “Democracia Española” (en realidad transformada en una Partitocracia), el poder casi ha borrado del mapa al periodismo independiente y libre, sustituyéndolo por un periodismo sometido o que ha tomado partido por alguno de los grandes poderes, sobre todo por algún partido político. Esos medios no se encargan ya de fiscalizar el poder, ni de acosarlo con la verdad, una práctica encomendada históricamente al periodismo, que es imprescindible para una verdadera democracia. Muchos periodistas no se dedican ya a buscar y difundir la verdad, como es su deber, ni a luchar por los intereses de la ciudadanía, sino a defender a su bando político, a difundir “la verdad del poder” y a idear argumentos que benefician al bando propio y perjudican al contrario.
En la España actual es imposible que se emita un programa como “La Clave”, que hizo furor en la Transición, donde el debate era libre y abierto. Su lugar lo ocupa ahora “59 segundos”, un falso debate donde cada partido envía a sus perros de presa con la orden de defender lo propio y despedazar al contrario.
En la prensa escrita, el periodismo crítico y fiscalizador del poder es menos reducido, pero terriblemente minoritario. Los fiscalizadores del poder son apenas un combativo y heroico grupo de periodistas que parecen una especie en peligro de extinción.
El “regimen” está preocupado con Federico Jiménez Losantos no sólo porque gana audiencia cada día, sino porque su estilo y sus mensajes críticos y fiscalizadores están despertando la rebeldía cívica, calando y desvelando las miserias y la degradación del sistema. Su capacidad de criticar a los socialistas y a los populares, a los nacionalistas y a los comunistas, le otorga credibilidad y atrae no sólo a los votantes del PP sino a la masa creciente de auténticos demócratas convencidos de que la democracia ha sido transformada, a traición y por los partidos políticos, en una oligocracia de partidos que no merece el respeto ciudadano.
Silenciar a la COPE se ha convertido en una obsesión para el régimen. Si pudieran, la interferirían con ruidos, como Franco hacía con la “Pirenaica”, pero ellos prefieren presionar a los obispos o lanzar contra la cadena a sus perros de presa.
La superioridad de Federico Jiménez Losantos sobre gente como Gabilondo, Francino o Sopena, por mencionar sólo a algunos "hooligans" progubernamentales, se basa en que él es capaz de criticar a unos, a otros y, sobretodo, al sistema, mientras que los amigos del poder siempre respetan el sistema, por muy deteriorado que esté, y defienden a sus aliados con el comportamiento clásico de los “comisarios políticos”, aquellos antiguos agitadores de masas al servicio del comunismo que sólo veían y criticaban los errores del adversario occidental, mientras silenciaban las miserias de su totalitario y esclavizante sistema político.
Como ocurría con el Franquismo, el “régimen” está exasperado con la COPE, la nueva Pirenaica, hasta el punto de que algunos de sus servidores, demostrando que la democracia y el respeto a la libertad de información es sólo un ropaje, están pidiendo su cierre. Algunos han llegado, incluso, a pedir una bomba bajo los pies de Federico.
Sin embargo, otros muchos opinan que la COPE está prestando a la sociedad española un servicio imprescindible y de altísimo valor democrático. Creen que es el único medio de alcance masivo con capacidad crítica y fiscalizadora del poder, algo imprescindible en democracia.
Si la COPE no existiera, la democracia española se encontraría hoy, probablemente, cinco o seis escalones más abajo en la escalara que desciende al pozo totalitario, demasiado cerca ya del lodo de la pocilga.
Comentarios: