Los mismos fantasmas que hundieron al PP en la cita electoral de 2004 podrían arrojar de la Moncloa al gobierno de Zapatero en las próximas elecciones. En marzo de 2004, la sociedad española, al sentirse manipulada y marginada, reaccionó castigando por sorpresa al gobierno de José María Aznar, que presentaba a los electores un impecable trabajo en economía, y premiando a un partido, el socialista, que fue el primer sorprendido con su inesperada victoria.
Aquel castigo imprevisto al gobierno ha querido ser interpretado por los perdedores como producto del miedo generado por los terribles atentados del 11 de marzo de 2004, tres días antes de la apertura de las urnas, y como el producto de una conspiración del PSOE y de sus medios de comunicación aliados, pero aquel extraordinario cambio del electorado sólo es explicable si se agrega, también, el componente de la venganza ciudadana contra los políticos y sus partidos.
El electorado español se siente frustrado y se está haciendo rebelde a marchas forzadas porque está insatisfecho con el comportamiento de los políticos y el funcionamiento del sistema, lo que se traduce en un espíritu que potencia la oposición y un sentido de la revancha que termina arrojando al gobierno del poder, sin que influyan decisivamente su comportamiento y logros.
Esa rebeldía opositora que siempre tiende a castigar a los que gobiernan es un fenómeno creciente que los sociólogos comienzan a mirar con preocupación y que es la reacción ciudadana ante la degradación de la democracia, la manipulación informativa, el excesivo poder de los políticos, sus ostentosos privilegios, su hiriente arrogancia, su insoportable ineficiencia, el mal uso que hacen de ese poder y la marginación de los ciudadanos, a los que los políticos jamás rinden cuentas a pesar de que son los soberanos del sistema y los que les pagan el sueldo.
Ante el crecimiento de la rebeldía del ciudadano, los partidos se radicalizan y se esfuerzan por crear huestes incondicionales, verdaderas divisiones de "hooligans" adoctrinados y sin capacidad crítica, fieles hasta la muerta y capaces de defender sus colores, filias y fobias al margen de la razón.
Pero, a pesar de la reacción histérica de los partidos, cada día más inclinados a rodearse de guardias de corps descerebradas y fanatizadas, cada vez son más numerosos los sociólogos y politólogos que creen que ese fenómeno de rebeldía electoral será la fuerza dominante en las democracias avanzadas durante el presente siglo, si no se emprenden con urgencia las reformas necesarias para limpiar y regenerar un sistema que se ha hecho corrupto y hostil al ciudadano.
El castigo al gobierno es la única opción de la ciudadanía para reafirmar y demostrar su poder, que sólo se manifiesta cuando las urnas están abiertas. El resto del tiempo, el ciudadano es marginado de la política y sometido, a pesar de que el indiscutible soberano de la democracia.
El castigo al gobierno es la más poderosa manifestación actual del ansia ciudadana de protagonismo y libertad. Es una fuerza creciente que se manifiesta en la tendencia a votar con furia contra el “establecimiento” y el poder constituído.
Aquel castigo imprevisto al gobierno ha querido ser interpretado por los perdedores como producto del miedo generado por los terribles atentados del 11 de marzo de 2004, tres días antes de la apertura de las urnas, y como el producto de una conspiración del PSOE y de sus medios de comunicación aliados, pero aquel extraordinario cambio del electorado sólo es explicable si se agrega, también, el componente de la venganza ciudadana contra los políticos y sus partidos.
El electorado español se siente frustrado y se está haciendo rebelde a marchas forzadas porque está insatisfecho con el comportamiento de los políticos y el funcionamiento del sistema, lo que se traduce en un espíritu que potencia la oposición y un sentido de la revancha que termina arrojando al gobierno del poder, sin que influyan decisivamente su comportamiento y logros.
Esa rebeldía opositora que siempre tiende a castigar a los que gobiernan es un fenómeno creciente que los sociólogos comienzan a mirar con preocupación y que es la reacción ciudadana ante la degradación de la democracia, la manipulación informativa, el excesivo poder de los políticos, sus ostentosos privilegios, su hiriente arrogancia, su insoportable ineficiencia, el mal uso que hacen de ese poder y la marginación de los ciudadanos, a los que los políticos jamás rinden cuentas a pesar de que son los soberanos del sistema y los que les pagan el sueldo.
Ante el crecimiento de la rebeldía del ciudadano, los partidos se radicalizan y se esfuerzan por crear huestes incondicionales, verdaderas divisiones de "hooligans" adoctrinados y sin capacidad crítica, fieles hasta la muerta y capaces de defender sus colores, filias y fobias al margen de la razón.
Pero, a pesar de la reacción histérica de los partidos, cada día más inclinados a rodearse de guardias de corps descerebradas y fanatizadas, cada vez son más numerosos los sociólogos y politólogos que creen que ese fenómeno de rebeldía electoral será la fuerza dominante en las democracias avanzadas durante el presente siglo, si no se emprenden con urgencia las reformas necesarias para limpiar y regenerar un sistema que se ha hecho corrupto y hostil al ciudadano.
El castigo al gobierno es la única opción de la ciudadanía para reafirmar y demostrar su poder, que sólo se manifiesta cuando las urnas están abiertas. El resto del tiempo, el ciudadano es marginado de la política y sometido, a pesar de que el indiscutible soberano de la democracia.
El castigo al gobierno es la más poderosa manifestación actual del ansia ciudadana de protagonismo y libertad. Es una fuerza creciente que se manifiesta en la tendencia a votar con furia contra el “establecimiento” y el poder constituído.
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