Si usted se ha preguntado alguna vez por qué el poder político patrocina e impulsa el relativismo moral en la sociedad, aquí tiene la respuesta: el relativismo es un blindaje para los que abusan del poder, además de ser el caldo de cultivo que conviene y necesitan los que están utilizando el sistema democrático en beneficio propio.
En una sociedad sin moral, relativizada, donde nada sea verdad o mentira, los sinvergüenzas se sienten a gusto y blindados porque ellos sólo pueden prosperar en una sociedad envilecida y sin principios. Los poderosos de nuestro tiempo son plenamente conscientes de que en una sociedad de valores y de principios ellos no tendrían cabida.
En consecuencia, la defensa del relativismo que se hace hoy desde los grandes poderes no responde a una fe ideológica, a un planteamiento moral o a un convencimiento filosófico, sino a un pragmatismo interesado con el que se pretende dar justificación y cobertura a la inmoralidad del poder: a la corrupción, al abuso, al privilegio insultante, a la opresión de los débiles, a la desigualdad y a otras lacras que acompañan hoy al poder y a los sistemas políticos vigentes.
Si la indecencia, como resulta evidencte, es incompatible con la virtud, los poderes corruptos e indecentes necesitan acabar con los valores y principios para prosperar en una sociedad que lo permita todo, que sea incapaz de rebelarse y de alzarse contra el abuso y la indignidad.
Esa defensa de la sociedad indecente que se hace desde los grandes poderes, utilizando el relativismo como punta de lanza, es hoy un lamentable y bastardo rasgo del liderazgo, que ha perdido aquella obligación de ser ejemplar que los filósofos clásicos, con Aristóteles al frente, consideraban imprescindible. Los nuevos poderes son los primeros interesados en propagar la indencencia para poder ser indecentes, en eliminar la virtud y los valores para que sus abusos de poder e inmoralidades puedan pasar inadvertidas en una sociedad desarmada moralmente.
La Iglesia Católica, que no está libre de pecado porque también ella utilizó el engaño y el envilecimiento en provecho propio durante ciertas etapas de la Historia, es hoy en España, sin embargo, la primera defensora del rearme moral y el último gran baluarte que impide el triunfo pleno de ese relativismo inmoral que se propaga desde el poder político. Por eso, apoyar a la Iglesia y apoyarse en la Iglesia vuelve a ser hoy auténticamente progresista, como ocurría en la etapa final del Franquismo, cuando los que luchabamos contra la dictadura y pretendíamos cambiar el sistema por uno más ético y justo, encontrábamos refugio y apoyo en las iglesias y conventos. Del mismo modo, la resistencia frente al poder instituido, aunque se autodenomine "democrático", es hoy una obligación moral y política ineludible de los verdaderos demócratas y para la gente honesta.
En una sociedad sin moral, relativizada, donde nada sea verdad o mentira, los sinvergüenzas se sienten a gusto y blindados porque ellos sólo pueden prosperar en una sociedad envilecida y sin principios. Los poderosos de nuestro tiempo son plenamente conscientes de que en una sociedad de valores y de principios ellos no tendrían cabida.
En consecuencia, la defensa del relativismo que se hace hoy desde los grandes poderes no responde a una fe ideológica, a un planteamiento moral o a un convencimiento filosófico, sino a un pragmatismo interesado con el que se pretende dar justificación y cobertura a la inmoralidad del poder: a la corrupción, al abuso, al privilegio insultante, a la opresión de los débiles, a la desigualdad y a otras lacras que acompañan hoy al poder y a los sistemas políticos vigentes.
Si la indecencia, como resulta evidencte, es incompatible con la virtud, los poderes corruptos e indecentes necesitan acabar con los valores y principios para prosperar en una sociedad que lo permita todo, que sea incapaz de rebelarse y de alzarse contra el abuso y la indignidad.
Esa defensa de la sociedad indecente que se hace desde los grandes poderes, utilizando el relativismo como punta de lanza, es hoy un lamentable y bastardo rasgo del liderazgo, que ha perdido aquella obligación de ser ejemplar que los filósofos clásicos, con Aristóteles al frente, consideraban imprescindible. Los nuevos poderes son los primeros interesados en propagar la indencencia para poder ser indecentes, en eliminar la virtud y los valores para que sus abusos de poder e inmoralidades puedan pasar inadvertidas en una sociedad desarmada moralmente.
La Iglesia Católica, que no está libre de pecado porque también ella utilizó el engaño y el envilecimiento en provecho propio durante ciertas etapas de la Historia, es hoy en España, sin embargo, la primera defensora del rearme moral y el último gran baluarte que impide el triunfo pleno de ese relativismo inmoral que se propaga desde el poder político. Por eso, apoyar a la Iglesia y apoyarse en la Iglesia vuelve a ser hoy auténticamente progresista, como ocurría en la etapa final del Franquismo, cuando los que luchabamos contra la dictadura y pretendíamos cambiar el sistema por uno más ético y justo, encontrábamos refugio y apoyo en las iglesias y conventos. Del mismo modo, la resistencia frente al poder instituido, aunque se autodenomine "democrático", es hoy una obligación moral y política ineludible de los verdaderos demócratas y para la gente honesta.
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