La sociedad española está sometida a una intoxicación brutal que parte del poder político, sobre todo del gobierno. Su objetivo es confundir al ciudadano para que no reaccione ni se rebele ante la iniquidad. El problema es que, para lograrlo, es necesario, previamente, desarmar a la sociedad de valores y relativizar la cultura hasta el punto de que la verdad no se distinga de la mentira, ni el bien del mal.
Una de las claves del método es desautorizar la verdad y equiparala con la mentira, una barbaridad relativista que se practica sin que a nadie le tiemble el pulso ante tamaño atentado contra la moral. El poder, con esa política, genera en su entorno un caldo pestilente ante el cual los ciudadanos desconfian y escapan, dejando el campo libre para que los poderes gobiernen sin obstáculos a un rebaño de borregos narcotizados y medio zombies.
La meta de todo el sistema es relativizar los principios y valores, hasta que no queden en pie otros sentimientos que los primarios, sobre todo el miedo y la desconfianza. Dominado por esos sentimientos, la libertad languidece, la autocensura engorda y el ciudadano, esclavo e incapaz de rebelarse, se encierra en su hogar con puertas blindadas, mientras los poderosos dominan la tierra.
Los políticos españoles no son los únicos que utilizan esos métodos en el mundo, pero son de los que lo hacen con mayor descaro, sin sofisticación alguna. Gran parte del sistema se basa en la confusión semántica y en el uso perverso del idioma.
Así, a los marroquies se les llama magrebies y a los negros de siempre "subsaharianos". Las pateras de antes son ahora "cayucos". A una misión de guerra, Zapatero la denomina "misión humanitaria", mientras se esconde la realidad de que esos soldados españoles disfrazados de enfermeros, sicólogos y asistentes sociales están realmente implicados en conflictos terribles y sangrientos, como el de Afganistán. El mismo ejército, que siempre fue un instrumento de fuerza para defender las fronteras e intimidar al posible invasor, es hoy presentado ante la opinión pública como una ONG.
La negociación política con ETA es denominada por el gobierno "Proceso de paz", olvidando que la paz sólo es posible cuando existe una guerra entre dos contendientes y en el terrorismo español sólo ha existido un bando que mata y otro que pone las víctimas.
Quieren aislar al Partido Popular y los partidos se unen para dejarlos fuera, mientras les acusan ante la opinión pública de ser intransigentes y de quedar aislados. Todo un galimatías magistral generador de confusión. Al centro derecha tradicional, encarnado por el PP, le llama Zapatero "derecha extrema", a la que se presenta ante la opinión pública como contraria al sistema, olvidando las enormes aportaciones de la derecha a la democracia, a lo largo de la historia.
La perversión alcanza su cenit cuando la derrota se disfraza de victoria, como ocurre tras un proceso electoral, del que los políticos siempre salen victoriosos, aunque pierdan cinco diputados, como acaba de ocurrirle a los socialistas catalanes. Una condena de los países europeos al desorden español con la inmigración es interpretada por Rubalcaba como un "espaldarazo" a la política española. Los reproches casi unánimes de los ministros del interior europeos ante el imprudente "efecto llamada" generado en España son producto, según Caldera, de la envidia que siente nuestros socios por su gestión.
Ni siquiera los grandes principios y columnas que sostienen la democracia, como la justicia, resisten el frívolo embate de la confusión, como ocurre cuando Zapatero comenta que las sentencias a etarras como De Juana Chaos están perjudicando el "proceso de paz".
A la gente, narcotizada y dispuesta a creerlo todo, se le confunde para que considere normal lo que es anormal y para que soporte los errores e injusticias sin rechistar. Así, el incremento de la inseguridad ciudadana es normal, como también lo es el crecimiento de los precios, sin que suban, simultáneamente, los salarios. La escalada de los precios de la vivienda es normal, al igual que las diferencias abismales entre ricos y pobres. Son normales los privilegios de los políticos y sus subidas de sueldo semiclandestinas, la hipertrofia de la burocracia y el afianzamiento de las mafias extranjeras en suelo español.
Hasta parece normal que España ocupe ya uno de los primeros puestos mundiales en el "ranking de las cloacas": prostitución, droga, alcohol, aborto, fracaso escolar, delincuencia, etc...
Una de las claves del método es desautorizar la verdad y equiparala con la mentira, una barbaridad relativista que se practica sin que a nadie le tiemble el pulso ante tamaño atentado contra la moral. El poder, con esa política, genera en su entorno un caldo pestilente ante el cual los ciudadanos desconfian y escapan, dejando el campo libre para que los poderes gobiernen sin obstáculos a un rebaño de borregos narcotizados y medio zombies.
La meta de todo el sistema es relativizar los principios y valores, hasta que no queden en pie otros sentimientos que los primarios, sobre todo el miedo y la desconfianza. Dominado por esos sentimientos, la libertad languidece, la autocensura engorda y el ciudadano, esclavo e incapaz de rebelarse, se encierra en su hogar con puertas blindadas, mientras los poderosos dominan la tierra.
Los políticos españoles no son los únicos que utilizan esos métodos en el mundo, pero son de los que lo hacen con mayor descaro, sin sofisticación alguna. Gran parte del sistema se basa en la confusión semántica y en el uso perverso del idioma.
Así, a los marroquies se les llama magrebies y a los negros de siempre "subsaharianos". Las pateras de antes son ahora "cayucos". A una misión de guerra, Zapatero la denomina "misión humanitaria", mientras se esconde la realidad de que esos soldados españoles disfrazados de enfermeros, sicólogos y asistentes sociales están realmente implicados en conflictos terribles y sangrientos, como el de Afganistán. El mismo ejército, que siempre fue un instrumento de fuerza para defender las fronteras e intimidar al posible invasor, es hoy presentado ante la opinión pública como una ONG.
La negociación política con ETA es denominada por el gobierno "Proceso de paz", olvidando que la paz sólo es posible cuando existe una guerra entre dos contendientes y en el terrorismo español sólo ha existido un bando que mata y otro que pone las víctimas.
Quieren aislar al Partido Popular y los partidos se unen para dejarlos fuera, mientras les acusan ante la opinión pública de ser intransigentes y de quedar aislados. Todo un galimatías magistral generador de confusión. Al centro derecha tradicional, encarnado por el PP, le llama Zapatero "derecha extrema", a la que se presenta ante la opinión pública como contraria al sistema, olvidando las enormes aportaciones de la derecha a la democracia, a lo largo de la historia.
La perversión alcanza su cenit cuando la derrota se disfraza de victoria, como ocurre tras un proceso electoral, del que los políticos siempre salen victoriosos, aunque pierdan cinco diputados, como acaba de ocurrirle a los socialistas catalanes. Una condena de los países europeos al desorden español con la inmigración es interpretada por Rubalcaba como un "espaldarazo" a la política española. Los reproches casi unánimes de los ministros del interior europeos ante el imprudente "efecto llamada" generado en España son producto, según Caldera, de la envidia que siente nuestros socios por su gestión.
Ni siquiera los grandes principios y columnas que sostienen la democracia, como la justicia, resisten el frívolo embate de la confusión, como ocurre cuando Zapatero comenta que las sentencias a etarras como De Juana Chaos están perjudicando el "proceso de paz".
A la gente, narcotizada y dispuesta a creerlo todo, se le confunde para que considere normal lo que es anormal y para que soporte los errores e injusticias sin rechistar. Así, el incremento de la inseguridad ciudadana es normal, como también lo es el crecimiento de los precios, sin que suban, simultáneamente, los salarios. La escalada de los precios de la vivienda es normal, al igual que las diferencias abismales entre ricos y pobres. Son normales los privilegios de los políticos y sus subidas de sueldo semiclandestinas, la hipertrofia de la burocracia y el afianzamiento de las mafias extranjeras en suelo español.
Hasta parece normal que España ocupe ya uno de los primeros puestos mundiales en el "ranking de las cloacas": prostitución, droga, alcohol, aborto, fracaso escolar, delincuencia, etc...
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