La actitud de Santiago Carrillo, agresiva, temeraria, violenta casi, arremetiendo una y otra vez contra la derecha española, destilando rencor, dista mucho de ser la que correspondería a un anciano venerable de más de noventa años. La imagen de don Santiago alimentando la hoguera del odio y afirmando que "No hay necesidad absoluta de llegar a acuerdos con la derecha", confirma que la Historia está plagada de ejemplos de ancianos crueles que utilizaron la política y el poder para enfrentar a pueblos y derramar sangre.
El primero que me habló de la "peligrosidad" de los ancianos con poder fue Sandro Pertini, presidente de la república italiana, con el que tuve la suerte de mantener una interesante relación. Fue en 1983, en el palacio del Quirinal, donde nos había invitado a una comida para corresponder a una que le ofrecí en mi casa de Roma, cuando era director de la oficina de la Agencia EFE.
Cuando comenté a Pertini el valor de la experiencia y la importante contribución que los ancianos pueden hacer a la política, Pertini me miró fijamente y me dijo algo parecido a lo siguiente: “los ancianos en el poder somos muy peligrosos. La proximidad de la muerte nos hace osados, imprudentes y, muchas veces, demasiado crueles. Yo lo sé y tengo que estar permanentemente en guardia”.
Tenía razón el viejo y simpático presidente italiano. La historia demuestra que muchos ancianos, cuando se mantienen en la política, se tornan demasiado osados, casi temerarios y violentos. La proximidad de la muerte les hace perder miedo y prudencia y les impulsa a jugar demasiado fuerte. Al fin y al cabo tienen poco que perder porque la vida, que es el mayor tesoro humano, ya se les escapa. Esa temeridad, convierte al político anciano en más peligroso, incluso, que un político adolescente.
Estas reflexiones y cuatelas son aplicables al español Santiago Carrillo, el gran anciano de la política española, acusado por parte de la sociedad de haber ejecutado a sus adversarios político en Paracuellos, durante la guerra civil.
Ante muchos observadores de la política actual, Carrillo, que aprovecha cualquier micrófono o contacto con la prensa para calentar el horno político y arremeter contra la derecha, aparece como un ser cargado de rencor que, a sus años, tal vez mantiene demasiado vivos recuerdos de su pasado violento e imágenes tenebrosas de ejecuciones y de guerra civil.
Sería bueno para España que Don Santiago se calmara o enfocara sus energías hacia la paz y la concordia. Debería meditar en la conveniencia de despedirse de la vida sin esa furia y odio que se reflejan en sus ojos cansados. Debería contar cuentos a sus bisnietos... o quizás rezar para amortiguar su encuentro con el mas allá.
El primero que me habló de la "peligrosidad" de los ancianos con poder fue Sandro Pertini, presidente de la república italiana, con el que tuve la suerte de mantener una interesante relación. Fue en 1983, en el palacio del Quirinal, donde nos había invitado a una comida para corresponder a una que le ofrecí en mi casa de Roma, cuando era director de la oficina de la Agencia EFE.
Cuando comenté a Pertini el valor de la experiencia y la importante contribución que los ancianos pueden hacer a la política, Pertini me miró fijamente y me dijo algo parecido a lo siguiente: “los ancianos en el poder somos muy peligrosos. La proximidad de la muerte nos hace osados, imprudentes y, muchas veces, demasiado crueles. Yo lo sé y tengo que estar permanentemente en guardia”.
Tenía razón el viejo y simpático presidente italiano. La historia demuestra que muchos ancianos, cuando se mantienen en la política, se tornan demasiado osados, casi temerarios y violentos. La proximidad de la muerte les hace perder miedo y prudencia y les impulsa a jugar demasiado fuerte. Al fin y al cabo tienen poco que perder porque la vida, que es el mayor tesoro humano, ya se les escapa. Esa temeridad, convierte al político anciano en más peligroso, incluso, que un político adolescente.
Estas reflexiones y cuatelas son aplicables al español Santiago Carrillo, el gran anciano de la política española, acusado por parte de la sociedad de haber ejecutado a sus adversarios político en Paracuellos, durante la guerra civil.
Ante muchos observadores de la política actual, Carrillo, que aprovecha cualquier micrófono o contacto con la prensa para calentar el horno político y arremeter contra la derecha, aparece como un ser cargado de rencor que, a sus años, tal vez mantiene demasiado vivos recuerdos de su pasado violento e imágenes tenebrosas de ejecuciones y de guerra civil.
Sería bueno para España que Don Santiago se calmara o enfocara sus energías hacia la paz y la concordia. Debería meditar en la conveniencia de despedirse de la vida sin esa furia y odio que se reflejan en sus ojos cansados. Debería contar cuentos a sus bisnietos... o quizás rezar para amortiguar su encuentro con el mas allá.
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