No conozco un sólo analista político andaluz que no considere un "error" el apoyo del Partido Popular de Andalucía al nuevo Estatuto andaluz. Por miedo a quedarse al margen del éxito, Javier Arenas se ha metido de lleno en el fracaso y comparte hoy la vergüenza de una clase política a la que la ciudadanía, claramente, ha dado la espalda.
De haberse mantenido en contra del Referendum, llevando hasta sus últimas consecuencias sus análisis iniciales de que no existía demanda popular alguna, ni razones suficientes que justificasen un nuevo Estatuto, Arenas y el PP andaluz estarían hoy en una posición de fuerza moral frente al PSOE, con la cabeza alta por no haber participado en la consulta popular más triste y marginada de la democracia española.
Pero Arenas, cuya concepción de la política es por lo menos tan "prefesional" como la de Chaves, tuvo vértigo y cedió a la tentación de subirse a lo que él creia que iba a ser el caballo ganador, cuando en realidad era el perdedor, porque el único ganador, tras el Referendum del 18 de febrero, ha sido una sociedad andaluza que, al menos por esta vez, se ha expresado con dignidad al no apoyar un Estatuto pensado por políticos, redactado por políticos y configurado para fortalecer todavía más un predominio de los políticos que en Andalucía es ya atosigante.
Arenas, cuando podría ahora pasearse por Andalucía afirmando que el PP no participó en la "chapuza" del Estatuto, comparte hoy la responsabilidad y la vergüenza de haber apoyado para Andalucía un texto estatutario débil, sumiso, redactado desde la dependencia, sin orgullo y que no resiste una comparación con el catalán, un estatuto que, aunque insolidario e inconstitucional, fue arrancado al Estado desde la fuerza de una región que obtuvo privilegios y demostró que sí tiene peso real en el mapa político de España.
Sin entrar en la contradición jurídica que representa apoyar en Andalucía un Estatuto que tiene al menos quince artículos idénticos a los de un Estatuto de Cataluña que el PP ha recurrido por inconstitucional, la apuesta política de Arenas fue políticamente errónea y sus consecuencias serán más graves de lo que hoy parece. Ante los ojos de sus votantes y simpatizantes, el PP andaluz emerge como un partido que se parece demasiado al PSOE en su "profesionalismo" político, en su lejanía del ciudadano, en su concepción del poder y en una democracia sin protagonismo ciudadano.
La consecuencia primera: muchos de los que contemplaban al PP como la gran esperanza de alternancia en Andalucía, buscan hoy otros partidos más democráticos y respetuosos con la ciudadanía en los que depositar esa esperanza de cambio.
De haberse mantenido en contra del Referendum, llevando hasta sus últimas consecuencias sus análisis iniciales de que no existía demanda popular alguna, ni razones suficientes que justificasen un nuevo Estatuto, Arenas y el PP andaluz estarían hoy en una posición de fuerza moral frente al PSOE, con la cabeza alta por no haber participado en la consulta popular más triste y marginada de la democracia española.
Pero Arenas, cuya concepción de la política es por lo menos tan "prefesional" como la de Chaves, tuvo vértigo y cedió a la tentación de subirse a lo que él creia que iba a ser el caballo ganador, cuando en realidad era el perdedor, porque el único ganador, tras el Referendum del 18 de febrero, ha sido una sociedad andaluza que, al menos por esta vez, se ha expresado con dignidad al no apoyar un Estatuto pensado por políticos, redactado por políticos y configurado para fortalecer todavía más un predominio de los políticos que en Andalucía es ya atosigante.
Arenas, cuando podría ahora pasearse por Andalucía afirmando que el PP no participó en la "chapuza" del Estatuto, comparte hoy la responsabilidad y la vergüenza de haber apoyado para Andalucía un texto estatutario débil, sumiso, redactado desde la dependencia, sin orgullo y que no resiste una comparación con el catalán, un estatuto que, aunque insolidario e inconstitucional, fue arrancado al Estado desde la fuerza de una región que obtuvo privilegios y demostró que sí tiene peso real en el mapa político de España.
Sin entrar en la contradición jurídica que representa apoyar en Andalucía un Estatuto que tiene al menos quince artículos idénticos a los de un Estatuto de Cataluña que el PP ha recurrido por inconstitucional, la apuesta política de Arenas fue políticamente errónea y sus consecuencias serán más graves de lo que hoy parece. Ante los ojos de sus votantes y simpatizantes, el PP andaluz emerge como un partido que se parece demasiado al PSOE en su "profesionalismo" político, en su lejanía del ciudadano, en su concepción del poder y en una democracia sin protagonismo ciudadano.
La consecuencia primera: muchos de los que contemplaban al PP como la gran esperanza de alternancia en Andalucía, buscan hoy otros partidos más democráticos y respetuosos con la ciudadanía en los que depositar esa esperanza de cambio.