La democracia es el único sistema capaz de defender al ciudadano libre frente a las bestias depredadoras que lo acechan, casi todos ellos políticos pervertidos y ansiosos de un poder sin límites. Pero los ciudadanos están permitiendo que ese sistema sea asesinado por la clase política y protagonizan de ese modo uno de los suicidios colectivos más estúpidos y peligrosos de la Historia.
En ningún otro país de la Europa presente el fracaso del sistema es tan visible como en España. Pero ahora, tras la jornada electoral, Francia también se incorpora a la desgracia y se dispone a caer en manos de la chusma política.
Una abstención que supera el 60 por ciento no debería ser válida en democracia. Los que ganaron lo hicieron con menos del 20 por ciento de los votos reales, lo que resulta ridículo en democracia. Sólo uno de cada cuatro parisinos fue a votar. Cada día son más los ciudadanos que tiran la toalla ante la impotencia para frenar la perversión y la corrupción generalizada del sistema.
El fracaso de la democracia encierra un gran peligro porque deja el campo libre a los enemigos del sistema, que son peores que los corruptos que están siendo rechazados. Detrás de la esquina están los totalitarios, ansiosos por crear un Estado imponente y avasallador, controlado por ellos con mano de hierro. El fracaso de la democracia en las elecciones francesas es el preludio de lo peor y demuestra que los pueblos harán pronto como España y otros países del mundo, que se entregan con facilidad y resignación a quienes buscan su destrucción.
Aunque son los políticos los principales culpables del fracaso de la democracia, porque la han descafeinado y pervertido hasta convertirla en una cueva de ladrones ineptos y arrogantes, las consecuencias de este drama las sufriremos todos y nadie podrá decir que los ciudadanos europeos no se merezcan el castigo que les viene encima por cobardes, por desidia y por estupidez irresponsable. Dejar el poder en manos de gente como Zapatero, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y su corte repugnante de totalitarios, mentirosos y nacionalistas cargados de odio no tiene perdón de Dios y representa un suicidio colectivo difícilmente comprensible.
Casi tres de cada cuatro franceses han decidido no participar en las elecciones y se han quedado en casa como signo de protesta ante la decadencia y perversión del sistema, pero lo que en realidad han hecho con esa actitud es abrir las puertas a los canallas y a la gente del odio para que tomen en sus manos el timón.
El problema es que no hay solución viable a la vista y la caída en manos de los peores parece inevitable. El sistema tiene que rejuvenecerse y regenerarse profundamente, pero los únicos que tienen poder para hacerlo, los políticos, son los culpables del drama. La historia demuestra que la solución nunca puede surgir del mismo problema.
Como no se produzca una auténtica revolución de ciudadanos indignados con la basura dominante, sólo queda esperar a que los peores asuman el poder y desde esas alturas nos aplasten.
Francisco Rubiales
En ningún otro país de la Europa presente el fracaso del sistema es tan visible como en España. Pero ahora, tras la jornada electoral, Francia también se incorpora a la desgracia y se dispone a caer en manos de la chusma política.
Una abstención que supera el 60 por ciento no debería ser válida en democracia. Los que ganaron lo hicieron con menos del 20 por ciento de los votos reales, lo que resulta ridículo en democracia. Sólo uno de cada cuatro parisinos fue a votar. Cada día son más los ciudadanos que tiran la toalla ante la impotencia para frenar la perversión y la corrupción generalizada del sistema.
El fracaso de la democracia encierra un gran peligro porque deja el campo libre a los enemigos del sistema, que son peores que los corruptos que están siendo rechazados. Detrás de la esquina están los totalitarios, ansiosos por crear un Estado imponente y avasallador, controlado por ellos con mano de hierro. El fracaso de la democracia en las elecciones francesas es el preludio de lo peor y demuestra que los pueblos harán pronto como España y otros países del mundo, que se entregan con facilidad y resignación a quienes buscan su destrucción.
Aunque son los políticos los principales culpables del fracaso de la democracia, porque la han descafeinado y pervertido hasta convertirla en una cueva de ladrones ineptos y arrogantes, las consecuencias de este drama las sufriremos todos y nadie podrá decir que los ciudadanos europeos no se merezcan el castigo que les viene encima por cobardes, por desidia y por estupidez irresponsable. Dejar el poder en manos de gente como Zapatero, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y su corte repugnante de totalitarios, mentirosos y nacionalistas cargados de odio no tiene perdón de Dios y representa un suicidio colectivo difícilmente comprensible.
Casi tres de cada cuatro franceses han decidido no participar en las elecciones y se han quedado en casa como signo de protesta ante la decadencia y perversión del sistema, pero lo que en realidad han hecho con esa actitud es abrir las puertas a los canallas y a la gente del odio para que tomen en sus manos el timón.
El problema es que no hay solución viable a la vista y la caída en manos de los peores parece inevitable. El sistema tiene que rejuvenecerse y regenerarse profundamente, pero los únicos que tienen poder para hacerlo, los políticos, son los culpables del drama. La historia demuestra que la solución nunca puede surgir del mismo problema.
Como no se produzca una auténtica revolución de ciudadanos indignados con la basura dominante, sólo queda esperar a que los peores asuman el poder y desde esas alturas nos aplasten.
Francisco Rubiales
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