El "fascismo democrático", al que algunos llaman "social-fascismo", porque sus raices y estilos son de izquierda, es una nueva plaga política que avanza sin freno y que amenaza con acabar con la democracia en este siglo XXI. Cuando toma el poder, generalmente de manera legal, a través de las urnas, parece una democracia, pero en realidad es un régimen autoritario que asfixia los derechos y libertades. Para crecer y fortaqlecerse, copia los mismos códigos que el cáncer: se camufla como democracia y así consigue burlar todas las defensas del sistema.
Sus practicantes parecen demócratas, pero son tipos autoritarios, casi totalitarios, que han descubierto una terrible fisura y un diabólico punto débil en las democracias: no hace falta destruir el sistema, como intentaron sin éxito los antiguos autoritarismos comunista y fascista, sino que basta con apoderarse del Estado y, desde dentro, sin cambiar las leyes, desplazar a los ciudadanos de los procesos decisorios, controlar los poderes básicos del Estado a través del partido y someter a la sociedad y la opinión pública ejerciendo el poder y utilizando los sofisticados y casi ilimitados recursos del Estado.
En apariencia, se comportan como demócratas y algunos de ellos son casi entrañables. Dominan el lengueje democrático y hablan de sociedad civil, de libertades y de leyes, pero actuan como apisonadoras, sin escrúpulos, aplastando a los enemigos, sobre todo a los partidos políticos adversarios, a los que consideran como el único obstáculo capaz de impedirles el control absoluto del poder, una vez neutralizados los débiles ciudadanos y las no menos débiles instituciones democráticas.
Son como el cáncer porque han aprendido a engañar al sistema inmunológico de las democracias: las defensas no saltan ni actúan porque creen que el sistema democrático sigue vigente y no perciben que el ácido de la degeneración ya corroe y necrosa las entrañas del sistema.
En el fondo de sus corazones desprecian la democracia, pero son lo bastante inteligentes para no atacarla frontalmente. Lo suyo es corroerla, neutralizar sus defensas, narcotizarla e impedir que los periodistas, los jueces, los docentes y otros defensores cualificados del sistema puedan actuar a tiempo. En apariencia respetan las leyes y siempre afirman que las acatan, pero las aplican a su gusto, con doble o triple vara de medir: sin misericordia para el adversario, con generosidad magnánima para los amigos, según les convenga con los indiferentes.
Hay un síntoma que les delata con claridad meridiana: son ineptos y sorprendentemente torpes cuando se enfrentan a la corrupción y al abuso de poder de los suyos o de sus aliados y cómplices, pero extraordinariamente audaces, implacables y eficientes cuando juzgan y aplican las leyes al adversario.
El nuevo cáncer del "fascismo democrático" es una enfermedad de laboratorio que se ha forjado en el interior de los partidos políticos, las peores escuelas imaginables para aprender democracia, donde reina el autoritarismo vertical y el líder siempre tiene razón. Cuando esos líderes acostumbrados a doblar la cerviz ante el jefe y a imponer su dominio implacable al que está debajo, ganan las elecciones y reciben el encargo de gestionar el Estado, actuan igual que en sus partidos, imponiendo su dominio a diestro y siniestro, ignorando a la ciudadanía y sustituyendo la lealtad por la sumisión y la disciplina por el sometimiento esclavo.
Un libro de reciente aparición, titulado "El regreso del idiota", cuyos autores son Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa, los describe como miembros ambiciosos de una izquierda que parece haber entendido que las viejas recetas del socialismo jurásico -dictadura política y economía estatizada- sólo podían seguir hundiendo a sus países en el atraso y la miseria. Y, felizmente, se han resignado a la democracia y al mercado.
El libro señala como miembros de la tribu de los idiotas a gente latinoamericana como Hugo Chavez, Fidel Castro, Evo Morales, Nestor Kiirchner, Tabaré Vázquez, Daniel Ortega y Rafael Correa, pero incluye también al español Zapatero y a su colega de la izquierda Gaspar LLamazares. También colocan en el paquete a intelectuales como Noam Chomsky, Ignacio Ramonet yHarold Pinter, premio Nobel en 2005, cuyos comentarios y escritos suelen iluminar y fascinar a los idiotas.
Pero los autores distinguen entre una "izquierda vegetariana" y una "izquierda carnivora", esta última, en la que estarían Fidel Castro, Hugo Chavez y Evo Morales, entre otros, verdaderamente peligrosa.
Nosotros, en Voto en Blanco, no creemos que el asunto del "fascismo democrático" pueda tratarse como una broma o como algo el clave de humor. Es, ni más ni menos que una plaga letal para las libertades y los derechos del hombre, conquistados con tanta sangre derramada a lo largo de la Historia, y como tal plaga debe ser tratada, con vacunas, con dosis masivas de libertad, con rebeldía y con cirugía invasiva, si llegara a ser necesaria.
Sus practicantes parecen demócratas, pero son tipos autoritarios, casi totalitarios, que han descubierto una terrible fisura y un diabólico punto débil en las democracias: no hace falta destruir el sistema, como intentaron sin éxito los antiguos autoritarismos comunista y fascista, sino que basta con apoderarse del Estado y, desde dentro, sin cambiar las leyes, desplazar a los ciudadanos de los procesos decisorios, controlar los poderes básicos del Estado a través del partido y someter a la sociedad y la opinión pública ejerciendo el poder y utilizando los sofisticados y casi ilimitados recursos del Estado.
En apariencia, se comportan como demócratas y algunos de ellos son casi entrañables. Dominan el lengueje democrático y hablan de sociedad civil, de libertades y de leyes, pero actuan como apisonadoras, sin escrúpulos, aplastando a los enemigos, sobre todo a los partidos políticos adversarios, a los que consideran como el único obstáculo capaz de impedirles el control absoluto del poder, una vez neutralizados los débiles ciudadanos y las no menos débiles instituciones democráticas.
Son como el cáncer porque han aprendido a engañar al sistema inmunológico de las democracias: las defensas no saltan ni actúan porque creen que el sistema democrático sigue vigente y no perciben que el ácido de la degeneración ya corroe y necrosa las entrañas del sistema.
En el fondo de sus corazones desprecian la democracia, pero son lo bastante inteligentes para no atacarla frontalmente. Lo suyo es corroerla, neutralizar sus defensas, narcotizarla e impedir que los periodistas, los jueces, los docentes y otros defensores cualificados del sistema puedan actuar a tiempo. En apariencia respetan las leyes y siempre afirman que las acatan, pero las aplican a su gusto, con doble o triple vara de medir: sin misericordia para el adversario, con generosidad magnánima para los amigos, según les convenga con los indiferentes.
Hay un síntoma que les delata con claridad meridiana: son ineptos y sorprendentemente torpes cuando se enfrentan a la corrupción y al abuso de poder de los suyos o de sus aliados y cómplices, pero extraordinariamente audaces, implacables y eficientes cuando juzgan y aplican las leyes al adversario.
El nuevo cáncer del "fascismo democrático" es una enfermedad de laboratorio que se ha forjado en el interior de los partidos políticos, las peores escuelas imaginables para aprender democracia, donde reina el autoritarismo vertical y el líder siempre tiene razón. Cuando esos líderes acostumbrados a doblar la cerviz ante el jefe y a imponer su dominio implacable al que está debajo, ganan las elecciones y reciben el encargo de gestionar el Estado, actuan igual que en sus partidos, imponiendo su dominio a diestro y siniestro, ignorando a la ciudadanía y sustituyendo la lealtad por la sumisión y la disciplina por el sometimiento esclavo.
Un libro de reciente aparición, titulado "El regreso del idiota", cuyos autores son Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa, los describe como miembros ambiciosos de una izquierda que parece haber entendido que las viejas recetas del socialismo jurásico -dictadura política y economía estatizada- sólo podían seguir hundiendo a sus países en el atraso y la miseria. Y, felizmente, se han resignado a la democracia y al mercado.
El libro señala como miembros de la tribu de los idiotas a gente latinoamericana como Hugo Chavez, Fidel Castro, Evo Morales, Nestor Kiirchner, Tabaré Vázquez, Daniel Ortega y Rafael Correa, pero incluye también al español Zapatero y a su colega de la izquierda Gaspar LLamazares. También colocan en el paquete a intelectuales como Noam Chomsky, Ignacio Ramonet yHarold Pinter, premio Nobel en 2005, cuyos comentarios y escritos suelen iluminar y fascinar a los idiotas.
Pero los autores distinguen entre una "izquierda vegetariana" y una "izquierda carnivora", esta última, en la que estarían Fidel Castro, Hugo Chavez y Evo Morales, entre otros, verdaderamente peligrosa.
Nosotros, en Voto en Blanco, no creemos que el asunto del "fascismo democrático" pueda tratarse como una broma o como algo el clave de humor. Es, ni más ni menos que una plaga letal para las libertades y los derechos del hombre, conquistados con tanta sangre derramada a lo largo de la Historia, y como tal plaga debe ser tratada, con vacunas, con dosis masivas de libertad, con rebeldía y con cirugía invasiva, si llegara a ser necesaria.
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