Al cumplirse recientemente el décimo aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco y de aquel exultante y enardecedor "Espíritu de Ermua", todos hemos comprobado que aquel espíritu está muerto ya en una España que hoy es mucho más rica, cobarde y desarmada frente a los abusos y los grandes poderes.
El Espíritu de Ermua era una protesta y la protesta ya no es fácil en una sociedad cada día más conservadora, más frustrada y más cobarde, capaz de soportar ofensas, humillaciones, esclavitudes y hasta la degeneración de la democracia y su sustitución silenciosa por una oligocracia, perpetrada por los todopoderosos partidos políticos españoles.
Ermua fue una manifestación de ciudadanos libres y los ciudadanos son hoy en España una especie en peligro de extinción, sustituida, como han querido los políticos y los grandes poderes, por gente acobardada, acomodaticia, encerrada en sus hogares y más interesada en el hedonismo y en ver la televisión que en la defensa de valores y principios.
El espíritu de Ermua, en realidad, ha sido asesinado por los partidos políticos, por todos, incluso por los que ahora dicen que lo añoran, que prefieren gobernar sobre rebaños acomodados que sobre ciudadanos libres que cooperan en torno a ideas y proyectos comunes.
La única manera de conseguir que el Espíritu de Ermua resucite es creando ciudadanos, gente libre y celosa de sus derechos, con capacidad de autogobierno, con espíritu rebelde, odio al déspota y conciencia activa de que los poderes públicos, en democracia, deben ser controlados no por los partidos políticos, sino por la ciudadanía soberana.
FR
El Espíritu de Ermua era una protesta y la protesta ya no es fácil en una sociedad cada día más conservadora, más frustrada y más cobarde, capaz de soportar ofensas, humillaciones, esclavitudes y hasta la degeneración de la democracia y su sustitución silenciosa por una oligocracia, perpetrada por los todopoderosos partidos políticos españoles.
Ermua fue una manifestación de ciudadanos libres y los ciudadanos son hoy en España una especie en peligro de extinción, sustituida, como han querido los políticos y los grandes poderes, por gente acobardada, acomodaticia, encerrada en sus hogares y más interesada en el hedonismo y en ver la televisión que en la defensa de valores y principios.
El espíritu de Ermua, en realidad, ha sido asesinado por los partidos políticos, por todos, incluso por los que ahora dicen que lo añoran, que prefieren gobernar sobre rebaños acomodados que sobre ciudadanos libres que cooperan en torno a ideas y proyectos comunes.
La única manera de conseguir que el Espíritu de Ermua resucite es creando ciudadanos, gente libre y celosa de sus derechos, con capacidad de autogobierno, con espíritu rebelde, odio al déspota y conciencia activa de que los poderes públicos, en democracia, deben ser controlados no por los partidos políticos, sino por la ciudadanía soberana.
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