El mayor problema de la izquierda es que es “estadocentrista” y que no conoce otra forma de realizar transformaciones sociales que imponiéndolas desde el poder, después de haber ocupado las instituciones del Estado.
La izquierda, que jamás ha renunciado al marxismo, aunque lo haya repudiado públicamente para ganarse el voto de los incautos, no conoce otra manera de transformar el mundo que ocupando el Estado e imponiendo los cambios con la autoridad de las leyes y el poder de los fusiles, lo que equivale a imponer, no a convencer.
Ese “Estadocentrismo” filosófico de la izquierda la vincula al Estado de manera indisoluble y la hace transitar por un camino muy cercano a la antidomocracia y al totalitarismo, aunque sus militantes y dirigentes no lo reconozcan.
¿Qué papel ocupa el Estado en la nueva ecuación revolucionaria cuando vemos que los movimientos sociales surgen como forma de resistencia al Estado y tienen que responder a su violencia? ¿Cómo podemos explicarnos a esa izquierda que se propuso luchar contra el capitalismo y acabó, como sanguijuela, viviendo del Estado? ¿Cómo caracterizar la política de esos nuevos movimientos sociales que parten de un rechazo al Estado, como el zapatismo, el movimiento piquetero argentino, los sin tierra de Brasil y las luchas que millones de jóvenes de todo el mundo han iniciado en contra de la globalización capitalista? ¿Cómo orientar el hacer revolucionario de estos movimientos?.
La izquierda tiene que aprender a desprenderse del Estado porque el Estado, tal como lo conocemos hoy, tiene que desaparecer para que avance la verdadera libertad, como lo vaticinó el propio Engels: “Cuando sea posible hablar de libertad, el Estado como tal dejará de existir”.
A la izquierda, ciega y terca, le cuesta mucho aprender. Le bastaría echar una mirada a la Historia para descubrir que el Estado, cada vez que ha querido cambiar la sociedad desde el poder, ha fracasado. ¿No significó la caída del Muro de Berlín la derrota del Estado intervensionista y paternalista que terminó odiado y repudiado por sus propios ciudadanos? ¿No es la Cuba de Castro un argumento contundente para demostrar que ese Estado benefactor de izquierda termina siendo odiado y repudiado por unos ciudadanos que se sienten ante él como “súbditos oprimidos”?
La izquierda, que jamás ha renunciado al marxismo, aunque lo haya repudiado públicamente para ganarse el voto de los incautos, no conoce otra manera de transformar el mundo que ocupando el Estado e imponiendo los cambios con la autoridad de las leyes y el poder de los fusiles, lo que equivale a imponer, no a convencer.
Ese “Estadocentrismo” filosófico de la izquierda la vincula al Estado de manera indisoluble y la hace transitar por un camino muy cercano a la antidomocracia y al totalitarismo, aunque sus militantes y dirigentes no lo reconozcan.
¿Qué papel ocupa el Estado en la nueva ecuación revolucionaria cuando vemos que los movimientos sociales surgen como forma de resistencia al Estado y tienen que responder a su violencia? ¿Cómo podemos explicarnos a esa izquierda que se propuso luchar contra el capitalismo y acabó, como sanguijuela, viviendo del Estado? ¿Cómo caracterizar la política de esos nuevos movimientos sociales que parten de un rechazo al Estado, como el zapatismo, el movimiento piquetero argentino, los sin tierra de Brasil y las luchas que millones de jóvenes de todo el mundo han iniciado en contra de la globalización capitalista? ¿Cómo orientar el hacer revolucionario de estos movimientos?.
La izquierda tiene que aprender a desprenderse del Estado porque el Estado, tal como lo conocemos hoy, tiene que desaparecer para que avance la verdadera libertad, como lo vaticinó el propio Engels: “Cuando sea posible hablar de libertad, el Estado como tal dejará de existir”.
A la izquierda, ciega y terca, le cuesta mucho aprender. Le bastaría echar una mirada a la Historia para descubrir que el Estado, cada vez que ha querido cambiar la sociedad desde el poder, ha fracasado. ¿No significó la caída del Muro de Berlín la derrota del Estado intervensionista y paternalista que terminó odiado y repudiado por sus propios ciudadanos? ¿No es la Cuba de Castro un argumento contundente para demostrar que ese Estado benefactor de izquierda termina siendo odiado y repudiado por unos ciudadanos que se sienten ante él como “súbditos oprimidos”?