En buena ley, si el Estado fuera justo y los políticos no estuvieran blindados con impunidad e inmunidad, el gobierno debería indemnizar a José Luis Moreno por haber sufrido un terrible asalto y robo en su hogar.
El asalto, robo y grandes daños físicos sufridos por José Luis Moreno en su hogar, probablemente víctima de una banda bien entrenada de asesinos extranjeros -dicen que de albanokosovares-, es responsabilidad directa del Estado, que ha fallado en su deber y compromiso de garantizar la seguridad de los ciudadanos.
El Estado, al exigir la exclusividad de las armas y poseer el monopolio de la violencia, impide a los ciudadanos utilizar armas para defenderse, pero a cambio se compromete a cuidar de su seguridad. En la práctica, el Estado estafa a los ciudadanos, que son asaltados, robados y asesinados sin que el Estado pueda garantizar la seguridad, como es su deber ineludible.
Lo ideal sería que el Estado fuera eficiente, dejara de estafar y cumpliera su deber, pero, si no es capaz de defendernos, que nos permita al menos utilizar armas para nuestra defensa, como ocurre en otros países (como Estados Unidos), donde el Estado, tras reconocer su impotencia para garantizar la seguridad, permite a los ciudadanos el uso de armas.
Si la ley fuera justa, si el Estado no fuera una especie de fuerza sin control que sólo tiene derechos y nunca deberes, José Luis Moreno, a quien una banda ha asaltado, lesionado y robado en su hogar, habría podido denunciar al Estado ante los tribunales y obtener fácilmente una cuantiosa indemnización porque el Estado no supo cumplir con su deber de garantizar su seguridad.
El Estado, tras el que se esconden los partidos políticos y los políticos profesionales para ejercer un insensato dominio sobre el ciudadano, se ha convertido en un monstruo con derecho a todo y sin obligación alguna. Es la única institución del planeta que cobra por adelantado (los impuestos) y jamás rinde cuentas a sus dueños (que son los ciudadanos soberanos), a los que, además, somete y sojuzga.
Uno de los pilares básicos de la democracia es el contrato (no escrito pero real) que el Estado de Derecho suscribe con los ciudadanos, a los que cobra impuestos y exige obligaciones y deberes, a cambio de garantizarles convivencia, orden, seguridad y el imperio de la ley. El segundo pilar básico del sistema es la confianza en el Estado, en que te va a defender, en que va a ser justo, en que va a repartir los bienes con equidad... una seguridad que falla estrepitosamente y que, de hecho, deslegitima al poder.
Pero el Estado moderno lo exige todo y no garantiza nada a cambio. Su ineficiencia y arrogancia lo convierten en un injusto e insalubre depredador descontrolado, que ni siquiera cumple el contrato básico por el que fue creado. Su balance es desolador: posee todos los poderes y ventajas, pero sus éxitos son nulos o exiguos en el combate contra los grandes problemas y lacras de la Humanidad: violencia, desigualdad, hambre, pobreza, inseguridad, injusticia...
El asalto, robo y grandes daños físicos sufridos por José Luis Moreno en su hogar, probablemente víctima de una banda bien entrenada de asesinos extranjeros -dicen que de albanokosovares-, es responsabilidad directa del Estado, que ha fallado en su deber y compromiso de garantizar la seguridad de los ciudadanos.
El Estado, al exigir la exclusividad de las armas y poseer el monopolio de la violencia, impide a los ciudadanos utilizar armas para defenderse, pero a cambio se compromete a cuidar de su seguridad. En la práctica, el Estado estafa a los ciudadanos, que son asaltados, robados y asesinados sin que el Estado pueda garantizar la seguridad, como es su deber ineludible.
Lo ideal sería que el Estado fuera eficiente, dejara de estafar y cumpliera su deber, pero, si no es capaz de defendernos, que nos permita al menos utilizar armas para nuestra defensa, como ocurre en otros países (como Estados Unidos), donde el Estado, tras reconocer su impotencia para garantizar la seguridad, permite a los ciudadanos el uso de armas.
Si la ley fuera justa, si el Estado no fuera una especie de fuerza sin control que sólo tiene derechos y nunca deberes, José Luis Moreno, a quien una banda ha asaltado, lesionado y robado en su hogar, habría podido denunciar al Estado ante los tribunales y obtener fácilmente una cuantiosa indemnización porque el Estado no supo cumplir con su deber de garantizar su seguridad.
El Estado, tras el que se esconden los partidos políticos y los políticos profesionales para ejercer un insensato dominio sobre el ciudadano, se ha convertido en un monstruo con derecho a todo y sin obligación alguna. Es la única institución del planeta que cobra por adelantado (los impuestos) y jamás rinde cuentas a sus dueños (que son los ciudadanos soberanos), a los que, además, somete y sojuzga.
Uno de los pilares básicos de la democracia es el contrato (no escrito pero real) que el Estado de Derecho suscribe con los ciudadanos, a los que cobra impuestos y exige obligaciones y deberes, a cambio de garantizarles convivencia, orden, seguridad y el imperio de la ley. El segundo pilar básico del sistema es la confianza en el Estado, en que te va a defender, en que va a ser justo, en que va a repartir los bienes con equidad... una seguridad que falla estrepitosamente y que, de hecho, deslegitima al poder.
Pero el Estado moderno lo exige todo y no garantiza nada a cambio. Su ineficiencia y arrogancia lo convierten en un injusto e insalubre depredador descontrolado, que ni siquiera cumple el contrato básico por el que fue creado. Su balance es desolador: posee todos los poderes y ventajas, pero sus éxitos son nulos o exiguos en el combate contra los grandes problemas y lacras de la Humanidad: violencia, desigualdad, hambre, pobreza, inseguridad, injusticia...
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