Esas tres grietas son lo bastante graves como para causar la muerte al partido y son las claves que explican la pérdida de votos y de peso de los socialistas en la política española. Los menos de doscientos mil militantes socialistas (187.949) ejercen de hecho una dictadura implacable sobre los más de siete millones de votantes españoles con ideas y posiciones que les inclinan a votar socialismo. Esa realidad en conflicto provoca una constante fuga de votos, que ha hecho perder al PSOE peso y poder en España. Hasta el número de militantes está en caída libre porque el partido ha perdido más de 50.000 en los últimos años.
De las tres grietas abiertas, la más preocupante es el divorcio entre militantes y votantes, cada día más alejados unos de otros. Los militantes del PSOE tienen intereses y sentimientos diferentes a los que le han votado hasta ahora. Mientras los militantes se han radicalizado y se han deslizado hacia la izquierda y las alianzas con partidos soberanistas y con rasgos totalitarios, entre los votantes del PSOE predominan la gente de izquierda moderada, con amor a la democracia y con sentimientos de respeto y cariño por una España unida y fuerte. El alejamiento es de naturaleza grave porque mientras los militantes buscan en el partido gobernar para gestionar poder y cargos, los votantes del PSOE quieren una sociedad más justa y la defensa de valores tradicionales de la izquierda, como igualdad, servicios sociales eficientes, estado de derecho y bienestar.
Las otras dos grietas responden a conflictos generacionales, de ideas y de intereses dentro de una socialdemocracia que, como ocurre en el resto del mundo, no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y ha penetrado en una confusión de la que no sabe salir, sin respuestas a asuntos como la globalización, el deterioro de la democracia, la corrupción y las conexiones con una sociedad que está cambiando y que ahora odia los impuestos elevados que los socialdemócratas imponen y desea recuperar sentimientos y conductas liberales que el socialismo siempre ha odiado.
Las nuevas generaciones de socialistas apenas se sienten identificadas con los viejos cuadros del partido, encabezados por Felipe González, cuyas ideas son más centristas y moderadas. Del mismo modo, existe una profunda grieta entre diversos barones socialistas con poder real y el secretario general Pedro Sánchez, aupado hasta el poder en unas primarias recientemente celebradas que en lugar de cerrar heridas las ha dejado más abiertas y en carne viva.
El conflicto entre lo nuevo y lo viejo y entre lo radical y lo moderado tiene muchos escenarios y aristas, pero está encarnado con gran realismo en la lucha que mantienen Pedro Sánchez y Susana Díaz, una batalla que acaba de ganar Pedro Sánchez en las primarias, pero sin lograr liquidar por completo el poder de la presidenta andaluza, que sigue agazapada al frente del socialismo andaluz, el más nutrido y poderoso de España. Aunque el conflicto es demasiado complejo para ser resumido en pocas palabras, puede afirmarse que Pedro tiene detrás a los jóvenes y al grueso de la militancia, mientras Susana tiene de su lado a los viejos cuadros y a la parte más centrista, tradicional y españolista del partido.
Francisco Rubiales
De las tres grietas abiertas, la más preocupante es el divorcio entre militantes y votantes, cada día más alejados unos de otros. Los militantes del PSOE tienen intereses y sentimientos diferentes a los que le han votado hasta ahora. Mientras los militantes se han radicalizado y se han deslizado hacia la izquierda y las alianzas con partidos soberanistas y con rasgos totalitarios, entre los votantes del PSOE predominan la gente de izquierda moderada, con amor a la democracia y con sentimientos de respeto y cariño por una España unida y fuerte. El alejamiento es de naturaleza grave porque mientras los militantes buscan en el partido gobernar para gestionar poder y cargos, los votantes del PSOE quieren una sociedad más justa y la defensa de valores tradicionales de la izquierda, como igualdad, servicios sociales eficientes, estado de derecho y bienestar.
Las otras dos grietas responden a conflictos generacionales, de ideas y de intereses dentro de una socialdemocracia que, como ocurre en el resto del mundo, no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos y ha penetrado en una confusión de la que no sabe salir, sin respuestas a asuntos como la globalización, el deterioro de la democracia, la corrupción y las conexiones con una sociedad que está cambiando y que ahora odia los impuestos elevados que los socialdemócratas imponen y desea recuperar sentimientos y conductas liberales que el socialismo siempre ha odiado.
Las nuevas generaciones de socialistas apenas se sienten identificadas con los viejos cuadros del partido, encabezados por Felipe González, cuyas ideas son más centristas y moderadas. Del mismo modo, existe una profunda grieta entre diversos barones socialistas con poder real y el secretario general Pedro Sánchez, aupado hasta el poder en unas primarias recientemente celebradas que en lugar de cerrar heridas las ha dejado más abiertas y en carne viva.
El conflicto entre lo nuevo y lo viejo y entre lo radical y lo moderado tiene muchos escenarios y aristas, pero está encarnado con gran realismo en la lucha que mantienen Pedro Sánchez y Susana Díaz, una batalla que acaba de ganar Pedro Sánchez en las primarias, pero sin lograr liquidar por completo el poder de la presidenta andaluza, que sigue agazapada al frente del socialismo andaluz, el más nutrido y poderoso de España. Aunque el conflicto es demasiado complejo para ser resumido en pocas palabras, puede afirmarse que Pedro tiene detrás a los jóvenes y al grueso de la militancia, mientras Susana tiene de su lado a los viejos cuadros y a la parte más centrista, tradicional y españolista del partido.
Francisco Rubiales
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