El Partido Popular huele a derrota por todas sus caras y ámbitos: ha perdido claramente la iniciativa política, no se atreve a plantear las reformas que demanda el electorado y se siente desconcetado frente a un PSOE que ha dado un inesperado giro y se dedica ahora a lanzar a la sociedad propuestas atractivas.
La posición del PP es crítica y sus opciones de victoria en las próximas elecciones descienden cada día. No reacciona, se siente estupefacto y, acostumbrado a desplegar una política basada en la demolición del adversario, no sabe ahora cambiar el paso y fascinar al electorado con propuestas concretas.
Ni siquiera es consciente de que su única vía hacia la victoria es la de plantear a los ciudadanos lo que el PSOE jamás podrá plantear: una profunda y atrevida reforma del devaluado y pobre dsistema democrático español, desprestigiado e incapaz ya de ilusionar a los electores. Es probable que el único lema que le pueda llevar a la victoria al PP sea el de "mas democracia", siendo fiel así a la receta de Alfred Emanuel Smith, cuando dijo que “Todos los males de la democracia pueden curarse con más democracia”.
Frente al PSOE, el PP, que hace medio año tenía a Zapatero contra las cuerdas y parecía encaminarse hacia el gobierno, aparece ahora como un boxeador sonado, dando tumbos por la lona y lanzando golpes al aire, frente a un enemigo ágil que ahora lo esquiva todo.
¿Qué ha ocurrido para que el PP doble las rodillas y haya asumido esa triste imagen de partido perdedor?
La única explicación es la incapacidad de su líder, Mariano Rajoy, para renovar su partido y para afrontar la recta final de la legislatura con un cartel ganador y con un programa invencible. El partido de Rajoy sigue siendo el mismo de siempre, un fajador con poca pegada que sólo confía en ganar el combate cuando su adversario se derrumbe, desprestigiado por sus propios errores y hundido por sus fracasos.
Rajoy está como paralizado, sin cambiar de escenario ni de estrategia, sin ofrecer propuestas atractivas al electorado, rodeado de los mismos rostros de siempre, gente que ya perdió en 2004 y ante la que los españoles indecisos sienten recelo. La lista de los "abrasados" que restan votos en las filas populares es enorme y está encabezada por tres figuras marcadas por el pasado: Acebes, Zaplana y Arenas.
La torpeza del PP está consiguiendo el milagro de aupar a un Zapatero que, a pesar de sus enormes errores y hasta de su reciente fama de "gafe", se dirige feliz hacia una victoria electoral que podría significar todo un calvario para la ya vapuleada España.
La derecha española está sorprendida ante la falta de liderazgo de los suyos, mientras que los millones de españoles indecisos, antes predispuestos a castigar a Zapatero por sus errores e insensateces, por sus pactos con los enemigos de la democracia y por haber convertido a España en un país insignificante en el plano internacional, no se atreven a confiar en ese triste PP seminoqueado que contemplan, al que el árbitro del combate debería contarle "diez" para ver si se recupera.
La posición del PP es crítica y sus opciones de victoria en las próximas elecciones descienden cada día. No reacciona, se siente estupefacto y, acostumbrado a desplegar una política basada en la demolición del adversario, no sabe ahora cambiar el paso y fascinar al electorado con propuestas concretas.
Ni siquiera es consciente de que su única vía hacia la victoria es la de plantear a los ciudadanos lo que el PSOE jamás podrá plantear: una profunda y atrevida reforma del devaluado y pobre dsistema democrático español, desprestigiado e incapaz ya de ilusionar a los electores. Es probable que el único lema que le pueda llevar a la victoria al PP sea el de "mas democracia", siendo fiel así a la receta de Alfred Emanuel Smith, cuando dijo que “Todos los males de la democracia pueden curarse con más democracia”.
Frente al PSOE, el PP, que hace medio año tenía a Zapatero contra las cuerdas y parecía encaminarse hacia el gobierno, aparece ahora como un boxeador sonado, dando tumbos por la lona y lanzando golpes al aire, frente a un enemigo ágil que ahora lo esquiva todo.
¿Qué ha ocurrido para que el PP doble las rodillas y haya asumido esa triste imagen de partido perdedor?
La única explicación es la incapacidad de su líder, Mariano Rajoy, para renovar su partido y para afrontar la recta final de la legislatura con un cartel ganador y con un programa invencible. El partido de Rajoy sigue siendo el mismo de siempre, un fajador con poca pegada que sólo confía en ganar el combate cuando su adversario se derrumbe, desprestigiado por sus propios errores y hundido por sus fracasos.
Rajoy está como paralizado, sin cambiar de escenario ni de estrategia, sin ofrecer propuestas atractivas al electorado, rodeado de los mismos rostros de siempre, gente que ya perdió en 2004 y ante la que los españoles indecisos sienten recelo. La lista de los "abrasados" que restan votos en las filas populares es enorme y está encabezada por tres figuras marcadas por el pasado: Acebes, Zaplana y Arenas.
La torpeza del PP está consiguiendo el milagro de aupar a un Zapatero que, a pesar de sus enormes errores y hasta de su reciente fama de "gafe", se dirige feliz hacia una victoria electoral que podría significar todo un calvario para la ya vapuleada España.
La derecha española está sorprendida ante la falta de liderazgo de los suyos, mientras que los millones de españoles indecisos, antes predispuestos a castigar a Zapatero por sus errores e insensateces, por sus pactos con los enemigos de la democracia y por haber convertido a España en un país insignificante en el plano internacional, no se atreven a confiar en ese triste PP seminoqueado que contemplan, al que el árbitro del combate debería contarle "diez" para ver si se recupera.
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