El Partido Popular, representante de la derecha española y principal partido de oposición, está gravemente enfermo de torpeza e ineficiencia. Incapaz de ganarse la adhesión de los españoles, a pesar de los fracasos del PSOE y de su líder, que están conduciendo a España hacia la pobreza y la derrota, y de que no encontrará otro momento histórico más propicio para ganar unas elecciones, su actuación política demuestra no sólo su incapacidad para ganarse al electorado, sino también que la derecha española está anticuada y lastrada por su torpeza ante el marketing y la comunicación política.
Sin darse cuenta que los tiempos cambian, siguen desplegando la misma estrategia que empleó Aznar para desalojar a Felipe González de la Moncloa. Los líderes y estrategas del PP siguen creyendo torpemente que los españoles siempre votan contra el gobierno y que merece más la pena alimentar su decepción y cabreo que sus ilusiones y esperanzas. En consecuencia, su única política como alternativa de gobierno es entrar al trapo y desgastar al adversario con una crítica feroz, alimentada desde los medios de comunicación críticos y afines, con la esperanza de que los españoles, indignados ante el mal gobierno socialista, manden al paro o jubilen a Zapatero.
Es cierto que esa estrategia, pobre y democráticamente lamentable, ha funcionado hasta ahora, pero muchos consideramos que los tiempos están cambiando la sensibilidad de los españoles, que desean ahora ser convencidos e ilusionados por sus políticos y que ya no están dispuestos a votar a un inútil para que sustituya a un inepto.
En sus memorias, Bill Clinton defiende una concepción nueva de la política cuando afirma que la misión de un líder ya no consiste en resolver problemas económicos, políticos o militares, sino en "dar a la gente la posibilidad de mejorar su historia". Según esa tesis, el poder del presidente ha dejado de ser un poder de decisión y de organización para transformarse en una especie de guionista, de realizador y de principal actor de una historia colectiva, como si los ciudadanos estuvieran viviendo una serie de televisión.
Parece ser que Clinton coincide con la tesis central de Richard Rose, autor del brillante libro "The Postmodern President" (1998), donde dice que "la clave de una presidencia postmoderna es la capacidad para conducir (o fabricar) la opinión. El resultado es una especie de campaña electoral permanente".
Si analizamos el comportamiento de Zapatero, vemos claramente a un guionista y a un actor que aparece a diario ante los españoles, a los que cuenta historias, casi siempre mentirosas, y ante los cuales interpreta una película en la que él es el protagonista como lider de una España que rompe con el pasado, se moderniza y amplia sus derechos y libertades.
La de Zapatero es una mala película, cargada de mentiras y de engaños, pero al fin y al cabo es un telefilm de los que la gente quiere ver, mientras que Rajoy no interpreta película alguna y sigue anclado en la vieja e irritante estrategia de crispar al público para que, cabreado, aniquile al gobierno en las urnas. El de Zapatero es un papel de héroe mentiroso y poco eficiente, pero héroe al fin y al cabo, mientras que Rajoy, sin película ni papel alguno, corre el riesgo de ser clasificado por los espectadores como "villano secundario".
Rajoy y el PP deben cambiar de asesores y de estrategia. La única manera de combatir a un mal actor es con un buen actor. La única forma de derrotar a una mala película es con una buena película. El PP tiene que ilusionar más que desgastar y proyectar a los españoles la película que todos queremos ver: la de la regeneración de la sociedad, la resurrección de España, la recuperación de la democracia traicionada, la unidad recompuesta, el retorno de los valores, la posperidad, la justicia y la democracia.
Sólo así, ilusionando y no cabreando, la derecha podrá derrotar a un Zapatero que, aunque es mal actor y peor guinista, tiene los méritos de dominar el marketing, gestionar brillantemente la mentira y ser más moderno y estár mejor asesorado que sus pobres y torpes adversarios políticos de la derecha.
Sin darse cuenta que los tiempos cambian, siguen desplegando la misma estrategia que empleó Aznar para desalojar a Felipe González de la Moncloa. Los líderes y estrategas del PP siguen creyendo torpemente que los españoles siempre votan contra el gobierno y que merece más la pena alimentar su decepción y cabreo que sus ilusiones y esperanzas. En consecuencia, su única política como alternativa de gobierno es entrar al trapo y desgastar al adversario con una crítica feroz, alimentada desde los medios de comunicación críticos y afines, con la esperanza de que los españoles, indignados ante el mal gobierno socialista, manden al paro o jubilen a Zapatero.
Es cierto que esa estrategia, pobre y democráticamente lamentable, ha funcionado hasta ahora, pero muchos consideramos que los tiempos están cambiando la sensibilidad de los españoles, que desean ahora ser convencidos e ilusionados por sus políticos y que ya no están dispuestos a votar a un inútil para que sustituya a un inepto.
En sus memorias, Bill Clinton defiende una concepción nueva de la política cuando afirma que la misión de un líder ya no consiste en resolver problemas económicos, políticos o militares, sino en "dar a la gente la posibilidad de mejorar su historia". Según esa tesis, el poder del presidente ha dejado de ser un poder de decisión y de organización para transformarse en una especie de guionista, de realizador y de principal actor de una historia colectiva, como si los ciudadanos estuvieran viviendo una serie de televisión.
Parece ser que Clinton coincide con la tesis central de Richard Rose, autor del brillante libro "The Postmodern President" (1998), donde dice que "la clave de una presidencia postmoderna es la capacidad para conducir (o fabricar) la opinión. El resultado es una especie de campaña electoral permanente".
Si analizamos el comportamiento de Zapatero, vemos claramente a un guionista y a un actor que aparece a diario ante los españoles, a los que cuenta historias, casi siempre mentirosas, y ante los cuales interpreta una película en la que él es el protagonista como lider de una España que rompe con el pasado, se moderniza y amplia sus derechos y libertades.
La de Zapatero es una mala película, cargada de mentiras y de engaños, pero al fin y al cabo es un telefilm de los que la gente quiere ver, mientras que Rajoy no interpreta película alguna y sigue anclado en la vieja e irritante estrategia de crispar al público para que, cabreado, aniquile al gobierno en las urnas. El de Zapatero es un papel de héroe mentiroso y poco eficiente, pero héroe al fin y al cabo, mientras que Rajoy, sin película ni papel alguno, corre el riesgo de ser clasificado por los espectadores como "villano secundario".
Rajoy y el PP deben cambiar de asesores y de estrategia. La única manera de combatir a un mal actor es con un buen actor. La única forma de derrotar a una mala película es con una buena película. El PP tiene que ilusionar más que desgastar y proyectar a los españoles la película que todos queremos ver: la de la regeneración de la sociedad, la resurrección de España, la recuperación de la democracia traicionada, la unidad recompuesta, el retorno de los valores, la posperidad, la justicia y la democracia.
Sólo así, ilusionando y no cabreando, la derecha podrá derrotar a un Zapatero que, aunque es mal actor y peor guinista, tiene los méritos de dominar el marketing, gestionar brillantemente la mentira y ser más moderno y estár mejor asesorado que sus pobres y torpes adversarios políticos de la derecha.
Comentarios: