Zapatero y su gobierno dicen que la asignatura “Educación para la ciudadanía” sirve para formar ciudadanos. Se equivocan porque los ciudadanos nunca pueden ser educados por el Estado en una democracia, aunque sí en una tiranía, pero entonces no se llama “educación” sino “adoctrinmiento”.
Los estados totalitarios comunistas sí se atrevían a formar ciudadanos, pero, a juzgar por los hechos, fracasaron porque esos “hombres nuevos” formados en las calderas totalitarias de la izquierda soviética terminaron dando una patada en el trasero a sus formadores y derribando el Muro de Berlín.
Cuando yo dirigía la oficina de la Agencia EFE en Cuba, pregunté con frecuencia a los dirigentes cubanos por el “hombre nuevo” que ellos se empeñaban en crear. Recuerdo en una ocasión que le pedí al embajador Tabares, uno de los jefes del Minrex (Ministerio de Relaciones Exteriores) que me enseñara uno de los hombres nuevos de Cuba. Su respuesta, cínica y malhumorada, fue “Todavía lo estamos formando”. Creo que todavía siguen haciéndolo y lo harán eternamente, o hasta que los cubanos derriben su particular "muro de caña".
Los demócratas atenienses clásicos han sido los únicos en la Historia que solucionaron el problema de la “Educación para la ciudadanía”, pero lo consiguieron de una forma opuesta a cómo quiere lograrlo Zapatero.
Reproduzco a continuación un párrafo de mi próximo libro, donde se describe cómo los demócratas griegos formaban a sus ciudadanos:
“Al carecer la democracia ateniense de partidos políticos y al otorgar los cargos y responsabilidades públicas por sorteo, gran parte de la población tenía la oportunidad de aprender y formarse en la gestión de los asuntos públicos y en el servicio a la comunidad. La rotación en los cargos, muchos de los cuales no podían ejercerse más de dos veces, hacía posible que los carpinteros, albañiles y marmolistas adquiriesen habilidades como inspectores, magistrados, jueces y administradores. La ciudadanía activa se ejercía de manera directa, sin intermediarios, sirviendo a la ciudad en asuntos como los juicios, la rendición de cuentas de los cargos públicos, la vigilancia del orden, el cumplimiento de las leyes, la construcción de flotas y aparejos, el control de la armonía en el comercio, los asuntos militares, etc. Los ciudadanos atenienses no sólo aprendían a cuidar del bien común sino que también se hacían expertos en leyes, en defender sus ideas y propuestas en público, en tomar decisiones comprometidas y en la difícil práctica del debate y el discernimiento, todo ello bajo una moral impecable que anteponía siempre el bien común a los intereses particulares o de grupos y que castigaba de manera implacable la corrupción y la irresponsabilidad.”
Nuestras democracias modernas ya no forman ciudadanos porque prefieren gobernar sobre masas aborregadas. Los partidos políticos, que han sustituido al ciudadano en el remedo degradado de democracia actual, han expulsado al ciudadano del sistema y han otorgando la gestión y las responsabilidades públicas a sus militantes, despreciado el sentido amateur de la democracia clásica y sustituyendo el servicio a la comunidad y al bien común por el servicio al propio partido.
FR
Los estados totalitarios comunistas sí se atrevían a formar ciudadanos, pero, a juzgar por los hechos, fracasaron porque esos “hombres nuevos” formados en las calderas totalitarias de la izquierda soviética terminaron dando una patada en el trasero a sus formadores y derribando el Muro de Berlín.
Cuando yo dirigía la oficina de la Agencia EFE en Cuba, pregunté con frecuencia a los dirigentes cubanos por el “hombre nuevo” que ellos se empeñaban en crear. Recuerdo en una ocasión que le pedí al embajador Tabares, uno de los jefes del Minrex (Ministerio de Relaciones Exteriores) que me enseñara uno de los hombres nuevos de Cuba. Su respuesta, cínica y malhumorada, fue “Todavía lo estamos formando”. Creo que todavía siguen haciéndolo y lo harán eternamente, o hasta que los cubanos derriben su particular "muro de caña".
Los demócratas atenienses clásicos han sido los únicos en la Historia que solucionaron el problema de la “Educación para la ciudadanía”, pero lo consiguieron de una forma opuesta a cómo quiere lograrlo Zapatero.
Reproduzco a continuación un párrafo de mi próximo libro, donde se describe cómo los demócratas griegos formaban a sus ciudadanos:
“Al carecer la democracia ateniense de partidos políticos y al otorgar los cargos y responsabilidades públicas por sorteo, gran parte de la población tenía la oportunidad de aprender y formarse en la gestión de los asuntos públicos y en el servicio a la comunidad. La rotación en los cargos, muchos de los cuales no podían ejercerse más de dos veces, hacía posible que los carpinteros, albañiles y marmolistas adquiriesen habilidades como inspectores, magistrados, jueces y administradores. La ciudadanía activa se ejercía de manera directa, sin intermediarios, sirviendo a la ciudad en asuntos como los juicios, la rendición de cuentas de los cargos públicos, la vigilancia del orden, el cumplimiento de las leyes, la construcción de flotas y aparejos, el control de la armonía en el comercio, los asuntos militares, etc. Los ciudadanos atenienses no sólo aprendían a cuidar del bien común sino que también se hacían expertos en leyes, en defender sus ideas y propuestas en público, en tomar decisiones comprometidas y en la difícil práctica del debate y el discernimiento, todo ello bajo una moral impecable que anteponía siempre el bien común a los intereses particulares o de grupos y que castigaba de manera implacable la corrupción y la irresponsabilidad.”
Nuestras democracias modernas ya no forman ciudadanos porque prefieren gobernar sobre masas aborregadas. Los partidos políticos, que han sustituido al ciudadano en el remedo degradado de democracia actual, han expulsado al ciudadano del sistema y han otorgando la gestión y las responsabilidades públicas a sus militantes, despreciado el sentido amateur de la democracia clásica y sustituyendo el servicio a la comunidad y al bien común por el servicio al propio partido.
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