(¿OTRO VACILE DE LOS DEL HACHA Y LA SIERPE?)
“Yo nunca he sido un optimista. Siempre he sido un hombre de esperanza. Soy un prisionero de la esperanza. La esperanza y el optimismo son dos criaturas diferentes. La esperanza se mantiene incluso cuando las cosas se ven totalmente oscuras.”
Desmond Tutu
Ante la declaración de una tregua sin límite en el tiempo hecha por ETA esta mañana, al menda lerenda, “Otramotro”, le gustaría dar su opinión usando las péndolas o péñolas de otros.
Comenzaré espigando y agavillando algunas líneas del capítulo 28 de “Rayuela”, de Julio Cortázar: “La razón sólo nos sirve para disecar la realidad en calma, o analizar sus futuras tormentas, nunca para resolver una crisis instantánea (…) Los milagros nunca me han parecido absurdos; lo absurdo es lo que los precede y los sigue (…) Probablemente de todos nuestros pensamientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose (…) Estoy de acuerdo en que mucho de lo que nos rodea es absurdo, pero probablemente damos ese nombre a lo que no entendemos todavía (…) me gustaría oírte discurrir con más detalle sobre eso que llamás la actitud central. A lo mejor en el mismísimo centro hay un perfecto hueco”.
A continuación, yendo aún de la mano don Julio, cual monje amanuense, medieval, copio de su cuento largo (o novela corta) “El perseguidor” estos renglones derechos: “Algunos eran modestos y no se creían infalibles. Pero hasta el más modesto se sentía seguro. Eso era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose así mismo (…) Cualquiera puede ser como Johnny, siempre que acepte ser un pobre diablo enfermo y vicioso y sin voluntad y lleno de poesía y de talento (…) Dan ganas de decir en seguida que Johnny es como un ángel entre los hombres, hasta que una elemental honradez obliga a tragarse la frase, a darla bonitamente vuelta, y a reconocer que quizá lo que pasa es que Johnny es un hombre entre los ángeles, una realidad entre las irrealidades que somos todos nosotros”.
Seguiré con el párrafo final de “La peste”, de Albert Camus: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste (el vacile de los del hacha y la sierpe –el paréntesis es nuestro-) no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en la que peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
Terminaré (de hablar, por boca de otros) parafraseando unas palabras de Antoine de Saint-Exupéry: espero el prodigio como el jardinero la primavera.
Ángel Sáez García
“Yo nunca he sido un optimista. Siempre he sido un hombre de esperanza. Soy un prisionero de la esperanza. La esperanza y el optimismo son dos criaturas diferentes. La esperanza se mantiene incluso cuando las cosas se ven totalmente oscuras.”
Desmond Tutu
Ante la declaración de una tregua sin límite en el tiempo hecha por ETA esta mañana, al menda lerenda, “Otramotro”, le gustaría dar su opinión usando las péndolas o péñolas de otros.
Comenzaré espigando y agavillando algunas líneas del capítulo 28 de “Rayuela”, de Julio Cortázar: “La razón sólo nos sirve para disecar la realidad en calma, o analizar sus futuras tormentas, nunca para resolver una crisis instantánea (…) Los milagros nunca me han parecido absurdos; lo absurdo es lo que los precede y los sigue (…) Probablemente de todos nuestros pensamientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose (…) Estoy de acuerdo en que mucho de lo que nos rodea es absurdo, pero probablemente damos ese nombre a lo que no entendemos todavía (…) me gustaría oírte discurrir con más detalle sobre eso que llamás la actitud central. A lo mejor en el mismísimo centro hay un perfecto hueco”.
A continuación, yendo aún de la mano don Julio, cual monje amanuense, medieval, copio de su cuento largo (o novela corta) “El perseguidor” estos renglones derechos: “Algunos eran modestos y no se creían infalibles. Pero hasta el más modesto se sentía seguro. Eso era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose así mismo (…) Cualquiera puede ser como Johnny, siempre que acepte ser un pobre diablo enfermo y vicioso y sin voluntad y lleno de poesía y de talento (…) Dan ganas de decir en seguida que Johnny es como un ángel entre los hombres, hasta que una elemental honradez obliga a tragarse la frase, a darla bonitamente vuelta, y a reconocer que quizá lo que pasa es que Johnny es un hombre entre los ángeles, una realidad entre las irrealidades que somos todos nosotros”.
Seguiré con el párrafo final de “La peste”, de Albert Camus: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste (el vacile de los del hacha y la sierpe –el paréntesis es nuestro-) no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en la que peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
Terminaré (de hablar, por boca de otros) parafraseando unas palabras de Antoine de Saint-Exupéry: espero el prodigio como el jardinero la primavera.
Ángel Sáez García
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