Los asesinos que destruyen, matan, extorsionan y amenazan se quejan de los
obstáculos que pone el gobierno al "proceso democrático", en un ejercicio de macabra burla irónica.
El presidente, su gobierno y resto de pesoistas, apoyan, amparan, justifican, legitiman y negocian con terroristas, con interlocutores terroristas, con entorno terrorista y con políticos que siempre defendieron a los terroristas, rebajándose a sí mismos y al Estado, a nivel de gretescos pordioseros, cediendo la iniciativa y las directrices a los que destruyen, matan, extorsionan, amenazan, se mofan y humillan al presidente, a su gobierno, al resto de pesoistas y al resto de la Nación, permitiéndose adornar su degradación mental, con la guinda de catalogar a esas alimañas como "gente de paz".
Ambos, pesoistas y asesinos, coinciden en numerosos aspectos y objetivos, creando un espacio común desde el que pretenden impulsar su espeluznante "proceso de paz", sin importarles que éste se dilucide en un amasijo de ilegalidad, sangre, destrucción, dolor y terror.
Ambos, pesoistas y asesinos, más no pocos socialistas y comunistas, además de
compartir algunos modos, crueldad y rencores con los asesinos, se suman a éstos para acorralar y criminalizar a una organización política (el PP) que aún está en la legalidad democrática y que ha manifestado alto y claro, en numerosas ocasiones, que se unirá a cualquiera que quiera luchar contra el terror de la banda ETA. Pesosistas, asesinos y acólitos los acusan, junto a las víctimas, a la iglesia, a la familia y a la gente de bien, de no querer dialogar ni con ellos ni con sus pupilos del terror. Aún se extrañan. Aún se rasgan las vestiduras en gesto airado.
Ambos se elevan a sí mismos, no solo por encima de la ley, del Estado y de la Nación, sino también sobre el bien y el mal. Pueden decidir que asesinar y apadrinar a los asesinos encaja en su programa de gobierno, mientras que observar un comportamiento cívico y leal al derecho democrático, es criminal.
Desde esa óptica, se eleva el absurdo y lo surrealista a política de Estado. Los protectores de los criminales en el poder. La ciudadanía expoliada, perseguida, sometida, acosada, indefensa, despreciada...
Pueden. Lo hacen porque pueden. Porque han tomado los poderes del Estado sin
obstáculos, sin resistencia. Ante la sumisión de todo un pueblo que lo permitió y lo permite día a día. Ante la omisión de un sistema desarticulado, con escasos mecanismos
legales, ni nadie capaz de activar los pocos que existen.
Clandestino
obstáculos que pone el gobierno al "proceso democrático", en un ejercicio de macabra burla irónica.
El presidente, su gobierno y resto de pesoistas, apoyan, amparan, justifican, legitiman y negocian con terroristas, con interlocutores terroristas, con entorno terrorista y con políticos que siempre defendieron a los terroristas, rebajándose a sí mismos y al Estado, a nivel de gretescos pordioseros, cediendo la iniciativa y las directrices a los que destruyen, matan, extorsionan, amenazan, se mofan y humillan al presidente, a su gobierno, al resto de pesoistas y al resto de la Nación, permitiéndose adornar su degradación mental, con la guinda de catalogar a esas alimañas como "gente de paz".
Ambos, pesoistas y asesinos, coinciden en numerosos aspectos y objetivos, creando un espacio común desde el que pretenden impulsar su espeluznante "proceso de paz", sin importarles que éste se dilucide en un amasijo de ilegalidad, sangre, destrucción, dolor y terror.
Ambos, pesoistas y asesinos, más no pocos socialistas y comunistas, además de
compartir algunos modos, crueldad y rencores con los asesinos, se suman a éstos para acorralar y criminalizar a una organización política (el PP) que aún está en la legalidad democrática y que ha manifestado alto y claro, en numerosas ocasiones, que se unirá a cualquiera que quiera luchar contra el terror de la banda ETA. Pesosistas, asesinos y acólitos los acusan, junto a las víctimas, a la iglesia, a la familia y a la gente de bien, de no querer dialogar ni con ellos ni con sus pupilos del terror. Aún se extrañan. Aún se rasgan las vestiduras en gesto airado.
Ambos se elevan a sí mismos, no solo por encima de la ley, del Estado y de la Nación, sino también sobre el bien y el mal. Pueden decidir que asesinar y apadrinar a los asesinos encaja en su programa de gobierno, mientras que observar un comportamiento cívico y leal al derecho democrático, es criminal.
Desde esa óptica, se eleva el absurdo y lo surrealista a política de Estado. Los protectores de los criminales en el poder. La ciudadanía expoliada, perseguida, sometida, acosada, indefensa, despreciada...
Pueden. Lo hacen porque pueden. Porque han tomado los poderes del Estado sin
obstáculos, sin resistencia. Ante la sumisión de todo un pueblo que lo permitió y lo permite día a día. Ante la omisión de un sistema desarticulado, con escasos mecanismos
legales, ni nadie capaz de activar los pocos que existen.
Clandestino