(RODRÍGUEZ ZAPATERO, EN EL DESPEÑADERO)
Sí; porque, de no hacerlo ya, ipso facto, me temo que se cernerán sobre usted, varias amenazas y tendrá por delante, amén de atezantes, atenazantes nubarrones. En verdad, a vuestra merced, en tanto que dignatario español, le aguardan dos largos meses crudos, crudísimos. Y es que, o marro mucho, de cabo a rabo, o sólo le esperan a vos, el mandamás de la Nación, derrotas (más o menos severas).
Veamos. Si usted se aviene a legalizar a Batasuna o al partido de la izquierda abertzale que venga a sustituir a aquél, para muchos ciudadanos vuestra merced habrá consumido, dilapidado y perdido el poco crédito que aún gozaba o tenía entre ellos. Si no legaliza a Batasuna, habrá más “chandríos”, nuevos bombazos, ejemplos (sin ninguna ejemplaridad) de las salvajadas que son capaces de cometer las alimañas. O sea, que a vos le han dado (o se ha quedado con) dos pésimos juegos de cartas, una baraja con la que no puede ganar y otra con la que seguro (que) pierde.
Tal vez, sea pertinente y/o venga pintiparado traer aquí y ahora a colación el último párrafo de “La peste”, de Albert Camus: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
Señor presidente, don José Luis Rodríguez Zapatero, quizá esté usted falto de verdaderos amigos, que son los que deberían haberle dicho cuándo y dónde metió la gamba hasta el mismísimo corvejón, pero, por si no se da cuenta de la peligrosa situación en la que se halla, le diré que tiene un pie (entero) y medio (del otro) en el precipicio. Vuestra merced, el presidente del Gobierno de esta piel de toro puesta a secar al sol (que esta tarde vuelve a calentar lo suyo de nuevo), es muy libre de despeñarse donde le apetezca y cuando le plazca (si ése es su gemelo o doble deseo), pero lo que no puede consentir, en modo alguno, es que le sigamos a usted, como siguieron, según la versión que del cuento hicieron los hermanos Grimm, las ratas (primero) y los niños (luego) al flautista de Hamelín, y nos ahoguemos o despeñemos todos los ciudadanos con vos.
E. S. O., un andoba de Cornago
Sí; porque, de no hacerlo ya, ipso facto, me temo que se cernerán sobre usted, varias amenazas y tendrá por delante, amén de atezantes, atenazantes nubarrones. En verdad, a vuestra merced, en tanto que dignatario español, le aguardan dos largos meses crudos, crudísimos. Y es que, o marro mucho, de cabo a rabo, o sólo le esperan a vos, el mandamás de la Nación, derrotas (más o menos severas).
Veamos. Si usted se aviene a legalizar a Batasuna o al partido de la izquierda abertzale que venga a sustituir a aquél, para muchos ciudadanos vuestra merced habrá consumido, dilapidado y perdido el poco crédito que aún gozaba o tenía entre ellos. Si no legaliza a Batasuna, habrá más “chandríos”, nuevos bombazos, ejemplos (sin ninguna ejemplaridad) de las salvajadas que son capaces de cometer las alimañas. O sea, que a vos le han dado (o se ha quedado con) dos pésimos juegos de cartas, una baraja con la que no puede ganar y otra con la que seguro (que) pierde.
Tal vez, sea pertinente y/o venga pintiparado traer aquí y ahora a colación el último párrafo de “La peste”, de Albert Camus: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
Señor presidente, don José Luis Rodríguez Zapatero, quizá esté usted falto de verdaderos amigos, que son los que deberían haberle dicho cuándo y dónde metió la gamba hasta el mismísimo corvejón, pero, por si no se da cuenta de la peligrosa situación en la que se halla, le diré que tiene un pie (entero) y medio (del otro) en el precipicio. Vuestra merced, el presidente del Gobierno de esta piel de toro puesta a secar al sol (que esta tarde vuelve a calentar lo suyo de nuevo), es muy libre de despeñarse donde le apetezca y cuando le plazca (si ése es su gemelo o doble deseo), pero lo que no puede consentir, en modo alguno, es que le sigamos a usted, como siguieron, según la versión que del cuento hicieron los hermanos Grimm, las ratas (primero) y los niños (luego) al flautista de Hamelín, y nos ahoguemos o despeñemos todos los ciudadanos con vos.
E. S. O., un andoba de Cornago